Rubén Martín Giraldez | Foto: Alfonso Rodríguez Barrera

Yo soy aquel al que llevaba tiempo esperando

/
Rubén Martín Giráldez | Foto: Alfonso Rodríguez Barrera
Rubén Martín Giráldez | Foto: Alfonso Rodríguez Barrera

Dice José Antonio Pascual en el prólogo a Estilo rico, estilo pobre del escritor mallorquín Luis Magrinyá (Debate, 2015) que lo prudente es dar vueltas y más vueltas a las cosas estas de las palabras echando los condimentos con los que cocinamos en el horno del propio magín. Y luego, acudiendo a cita de Arthur Koestler:

«Todo clisé o fórmula literaria, aún el corazón desgarrado o el océano eterno, fue alguna vez un hallazgo original; y cuando uno comienza a escribir y a pensar en un nuevo idioma podrá uno creer que inventa imágenes y metáforas altamente originales, sin comprender que son fórmulas ya gastadas».

Condimentos con los que cocinamos en el horno de nuestro propio magín, pensar un nuevo idioma… ¡Y encima leemos en la contracubierta que dentro hay una voz brutal con la lengua negra como salsa putanesca del demonio!

¿Cómo no pensar que iba a ser posible comenzar así: ubicando entre condenas a las formas literarias estandarizadas, metáforas culinarias ­-muy gratas por cierto a los ánimos renovadores de escritores personalísimos (de Quevedo a Maurice Sendak)- y un afán afín al Re-Animator de Lovecraft-Gordon, la reseña de la segunda novela de Rubén Martín Giráldez, Magistral (Jekyll & Jill, 2016)?

Sí, la primera vez que leí Magistral pensé en un libro de cocina, por supuesto en un sentido amable, oscuro y metafórico, como aquel manual de cocina que era en realidad una hoja de ruta para la paz mundial en la obra más personal de Night Shyamalan: La joven del agua (Lady in the Water, 2006) una película un tanto autoindulgente pero llena de cálida humedad y belleza poética.

Escribí:

«Magistral es un puñetazo propulsor de migas vacuas en la mesa (un puñetazo no exento de ambición a corto plazo, pero por ello mismo no exento de respeto por los comensales). (…) Magistral es un eructo vanidoso, pero de aire caliente, regenerador y lúcido que sopla en el bar donde un informe grupo de bardólatras fuman un pitillo flácido acodados con desgana en la barra infinita. Magistral es un golpe de carnicero y una ventolera que levanta varios metros sobre el suelo la carta de refritos donde eligen la manduca los coetáneos. Unas risas, un regüeldo, un golpe sádico, una burla a la Juvenal, un corte slaughter y un darse aire de Sade muy deliberado. ¡Comedme si eso significa comer mejor! (…)».

Terminé pronto la primera reseña (R1) que iba a enviar a Revista de Letras, pero una tarde descubrí de sobte leyendo El Cultural que Rubén Martín Giráldez (Martín Giráldez en adelante) había estudiado cocina en la Escola d’Hostalatge de Barcelona.

Jekyll & Jill
Jekyll & Jill

¿Qué hacer? Por supuesto, suprimir de R1 todo aquel embolado pretendidamente original de citas culinarias y metáforas muy transidas acerca de ingredientes. Que si la maquetación (exquisita) de Víctor Gomollón daba al plato Magistral una presentación de cocina lionesa, que si miren qué párrafo tan suculento (pero, ¡por amor de Dios!) que si tal, que si cual. No creo en las teorías de la elección racional, esas que achacan la oscura suerte de nuestro destino a factores exclusivamente individuales, pero tampoco me considero un vago y comoquiera que cerca de mi casa hay un hombre-gallo que nos obliga a todos a levantarnos muy temprano, comencé otra vez: R2.

Nada de cocina, nada de nata.

Pero para entonces ya se había escrito a propósito de Magistral que era un libro extraño, que era una genialidad. ¡Hasta había reseñas que incluían extractos de otras reseñas! Fuera llovían reseñas, vi llover, vi meta-reseñas correr y ni estaba R2 ni me era posible añadir nada nuevo. Llegué a pensar con inquietud: ¿da el libro de Martín Giráldez tanto de sí? En Magistral hay una Voz ensoberbecida que, hartísima de lugares comunes, da matarile al castellano; hay un raro apéndice con texto de Ben Marcus y extractos de figuras de mujeres norteamericanas a reivindicar, hay bufonada, hay un agregado que desglosa las dificultades de traducción de la novela de Marcus. Hay una Boca Americana. Pero, Rubén Martín Giráldez había hablado ya con su propia boca y había quedado claro en toda España (y fuera de ella) que la Voz ensoberbecida no era la voz de Rubén. Distanciamiento, gracia, ironía. García Cívico (yo no, el otro) le había entrevistado en El Hype, le había preguntado Cívico por aquel apéndice marcusiano recurriendo (con escasa originalidad) a Cronenberg.

Esta salsa putanesca del diablo de Magistral parece surgir (incluí en R2) de una serie de cuestiones que tienen que ver con la apertura de espacios de posibilidad literaria y desvíos en el espacio narrativo: acciones singulares y propuestas de actuación sin frenillo frente a las fuerzas de la pusilanimidad que tratan de imponer valores, crear sentidos, imprimir direcciones. (…) Magistral tiene que ver con acciones personales, pero también con un… apetito. Que se trata de un apetito, pero de un apetito auto-antropófago semejante al de Hannibal el Caníbal parece corroborarlo el buen gusto de Martín Giráldez en observar con desconfianza el reverso de la piel de sus propios glúteos. Nada nuevo. Esto es, uno ya le había escuchado decir que “el señalamiento despiadado de defectos es el pan negro de cada día, pero el proceso de encontrar fórmulas que salven algo nuevo o antañón para el vocabulario funciona mucho mejor si se usa a sí mismo como blanco”: Fuera R2.

Me iba a rendir pues de repente me había sido dado descubrir que todo había sido sobradamente comentado por la crítica, y sobre todo por críticos que saben de esto mucho más que yo. ¿No podría añadir yo algo distinto, algo original?, me dije.

¡Y lo encontré!: R3.

Estaba en el cajón donde no guardo el corazón, sino carátulas de CD sin CD, listas de la compra, pilas que no es posible averiguar si están nuevas o gastadas y USB´s: una foto de una noche de risa y champagne. En casa estábamos casi todos, Aldo se había subido a una silla y recitaba a un poeta estupendo (posiblemente él mismo), P. había discutido con medio salón. Dos fotógrafas estenopeicas revelaban instantáneas de la fiesta en latas de coca cola. Un nihilista ucraniano leía el bestiario de Ferrer Lerín. Mariquita nos regaló romero y un dibujo surrealista. Había gente encerrada en los baños iluminando con velas los distintos rostros de Bela Lugosi. Sonaba Sharon van Etten, Sufjan Stevens y Acid Ghost. El amigo de Walmor tocaba V mlhách de Leoš Janáček en el piano. Todos prometieron sobre un libro de Jacques Vaché que no pararíamos de leer las cartas de Vaché hasta que pararan la guerra de Siria. Ximo nos enseñó la carta de apoyo que le envió Fernando Arrabal. Greta y yo sacamos jamón. Brindamos porque Vila-Matas nos había regalado un inédito para la revista Canibaal. En el balcón, la gente fumaba y se recomendaba libros los unos a los otros. Entonces O. me preguntó con ilusión si había leído Magistral y a todos nos hizo mucha gracia saber de un libro donde una Voz declaraba muerto el castellano. ¡Si el castellano ha muerto todo está permitido!

En la fecha en la que acabo R3, Magistral ha ganado el Premio Liberisliber 2016 de Narrativa y uno se ha propuesto no utilizar jamás la expresión “un libro suculento”: dos recompensas muy distintas. ¿Alguien da más? ¿Sabe Martín Giráldez que las palabras siempre caen en saco roto?  Una agudeza, bueno, una ligereza de la gravedad.

Magistral es un libro que hay que tener, tan bien escrito, tan bien editado está. Es, como le gusta decir a mi amigo Miravet, un libro potlach pues tiene avaricia en el donarse, una ambición incontenida en la acción de regalar. Un libro nunca es sólo el texto del autor, pero esa evidencia es en Magistral más memorable: Magistral es también el deleite en el detalle de Víctor Gomollón, un tipo muy distinto destinado a ser recordado como un maravilloso editor. Lo hemos puesto (el libro y no sólo la novela) junto a uno de Bufalino y otro de Magrinyá, para recomendarlo a los escritores con voluntad de estilo. Escritores que como Rubén Martín Giráldez asuman con pasión que el idioma castellano es un territorio exuberante, un desafío, un juego.

Bufonada de algunos niveles, desmarque, prosodia y verborrea, novela sin trama, epitafio, mitomanía, laudatio (Ben Marcus), escatología, postmodernidad, ímpetu, literatura lenguaraz, escape de una generación desaborida, soledad. Es posible advertir en el acabado final del libro los ecos de una fiesta que termina. Todos moriremos. No será algo que ocurra de la noche a la mañana, sino más bien, la aceptación nunca resignada de la imposibilidad de revertir una tendencia dominante. En este extraño lapso de tiempo sin tormenta es mejor emprenderla contra la dejadez que contra la ausencia de talento. ¿Y mientras tanto?

Al final no habrá llamada. O sí la habrá, pero no será, no podrá ser, de la persona que estábamos esperando.

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico (Valencia, 1969) es profesor universitario, crítico de cine y escritor. Colabora con críticas culturales y literarias en distintos medios y es autor de los ensayos 'Chéjov en la calle 42: mérito y decepción' y 'La tortura: aspectos sociales y estético-culturales', el libro de narrativa breve 'Una casa holandesa' y la novela 'Singular'.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

El misterioso autor de Don Quijote

Next Story

Mumbo Jumbo

Latest from Críticas

La memoria cercana

En 'La estratagema', Miguel Herráez construye una trama de intriga que une las dictaduras española y

Adiós por ahora

Eterna cadencia publica 'Sopa de ciruela', volumen que recupera los escritos personales de Katherine Mansfield