Ocurre, no con la frecuencia que uno desearÃa, pero ocurre. Son muchos los libros que llegan al buzón cada dÃa y que recibo con la alegrÃa que el hecho en sà merece. Libros que van aumentando no solo la biblioteca, que por importante que sea, no lo es tanto como conformar un gran acervo literario-cultural, capaz de hacernos, ante todo, más libres. Con esa necesidad de conocimiento y transmisión al resto de lectores nace este espacio y por eso, como decÃa al principio, agradezco sinceramente que algunos de los libros que me llegan sean, además del bello objeto que es siempre un libro, una nueva lección de vida. Y asà es que un buen dÃa, y en tierras salmantinas, llega a mis manos Mecánica de fluidos, del poeta Santiago Redondo Vega (Villalón de Campos, Valladolid, 1958). Con anterioridad a este poemario ha publicado otros como Laberintos de inercias y Naturaleza viva.
El libro que nos ocupa viene a ser como un soplo de aire fresco, de esas cosas que ocurren pocas veces y que deberÃan suceder más. La palabra poética de Santiago Redondo es un rÃo que ha ido creciendo y creciendo poco a poco hasta desbordarse. El amor en todo su significado es el elemento aglutinador de su poesÃa. Para el poeta la esencia de la vida nos es otra que el amor, en un doble significado o desdoblamiento, ese que nos sorprende un dÃa y del cual nace el fruto más jugoso para seguir viviendo, a la esposa y los hijos, el carnal, por decirlo de una forma gráfica y el metapoético, cuando precisamente la poesÃa es pura razón de ser, el modus vivendi de quien siente en todo su esplendor que uno y otra forma son inseparables, indivisas. Contumaz en su expresión:
«Y sin embargo -amor- / la vida es un enigma cuadrado y pedregoso, / un aguafuerte intruso».
Un amor, y el otro:
«Pósate en mÃ, / moja tu boca en tinta de mi ser y emerge / del poema más Ãntimo y genial / que mi desierto de abtrasión te inspire. // No temas tanto ardor / solo acaricio / tu nombre, PoesÃa«.
El amor en cualquiera de sus formas que no da descanso. Es un amor pasional, de una extraordinaria sensualidad, que no nunca se conforma con poco, que no se rinde porque en todo él se sabe hombre y poeta:
«Camino junto al mundo de tu piel, / te llevo / desde siempre en la palma de la voz; / casi es costumbre / sentir que te avaricio la cintura / o que mi mano inventa hasta tu cuello / un caos de luciérnagas».
Amor Mujer y amor PoesÃa, indistintos en su origen, grandiosos cuando crecen y ascienden a lo más ignoto y mágico. Y el poeta medita y observa el mundo que le es cercano, y se pregunta, porque quiere saber:
«Si no es para feliz, ¿para qué nace el hombre?».
En cuerpo y alma el acto amoroso, mas el tiempo, implacable, establece el territorio, el espacio donde se ha de librar la batalla:
«El tiempo es un gigante / que engulle cuanto ignora, / auspicia lo que odia, reclama lo infinito / y acaba por velarnos el sueño entre cipreses».
Los dÃas se suceden y para cada uno el poeta vive. DÃa a dÃa, “los lunes, sin carmÃn y sin memoriaâ€, “los martes se embosca la memoriaâ€, “los miércoles transcriben el diario / que la rutina van dictando en braileâ€, “en cada jueves de vino y de abstinenciaâ€, “las espigas morenas de los viernesâ€, “…de los hombres-patera / que se escoran al fondo de los sábadosâ€, o “de un domingo cualquieraâ€; cada dÃa de la semana el poeta se alumbra de lo cotidiano, del tiempo que huye y se escapa silencioso y en soledad absoluta:
«La soledad, / la soledad que muerde / -acre estela de bruma en la distancia- / nos escora a estribor de cualquier puerto / y nos cita, nos goza, y nos despecha / convertida en placebo de nuestro propio acÃbar».
Santiago Redondo bucea en la palabra, a sabiendas que hallará en su su luz la luz de la vida, esa que nos aviva los despertares y nos hace más humanos:
«Extenuado y maldito, / pero libre / torna el poeta al papel de la palabra en alto, / demudad o intacta, como un áspide, / pero erguida y en armas, nunca inerte».
Su poesÃa bebe de la misma realidad que distorsiona sutilmente de regreso al origen de los dÃas. El amor, el tiempo ocupan en esta Mecánica de fluidos, un lugar de relevancia, al igual que la soledad y el miedo: «Â¿Con cuanta oscuridad se alumbra el miedo, / en bulevares de silencio ilÃcito», y en última instancia, en la mejor tradición poética actual, Santiago Redondo no puede sino ahondar en el sentido y concepción de la muerte:
«La muerte es un lugar, una inclemencia / vacÃa y delatora / de filo embaucador negro y cortante. // La muerte es impiedad, aunque no duela; / al fin y al cabo -amor- / la muerte es muerte sólo».
Se agradece y mucho que una voz tan personalÃsima como la de Santiago Redondo devuelva a la poesÃa la razón de su existencia, desde la alternancia de conocimiento y emoción, ahondando en la cotidianidad de la existencia humana -la suya y la de los otros-, perpetuada en el cálido abrazo. Amor y poesÃa, y viceversa, son la esencia misma del hombre y del poeta que encarna la singular voz de Santiago Redondo.