
«Es difÃcil oponerse al amo bueno, la violencia que ejerce ya no es violenta,
al contrario, es una violencia pacÃfica, la fuerza tranquila,
el método del diálogo, el consenso hueco,
la conversación como horizonte último de la época.»
Que nadie se espere de El amo bueno de Damián Tabarovsky (Buenos Aires, 1967) una novela al uso, es decir, una novela como un espejo a lo largo del camino. Aquà hay espejo pero está dentro del discurso. O también: un espejo refractado y enseguida reconstruido de varias cosas: el pensamiento, la memoria, el lenguaje, varios fantasmas de la historia. El amo bueno es la narración de un discurso reflexivo (en el sentido de reflexión pero también de reflejo). Esto es: un devenir más bien ensayÃstico de ciertos pensamientos que van hilándose como se hilan los devaneos: por vasos comunicantes, por recurrencias, por contraposición.
“¿Poseemos las palabras para describir lo que pasa? ¿Es posible pensar en un lenguaje que irrumpa como acontecimiento? ¿Es este un tiempo propicio para la literatura? ¿Alguna vez lo fue?â€
Muy bien, diréis, pero ¿se puede leer? Asombrosamente. Tal vez será plato favorito de quienes no tiene prejuicios con la hibridación de géneros, de quienes no temblequean ante la incapacidad de definir con absoluta precisión un texto.
El amo bueno se divide en tres capÃtulos, cada uno tiene de protagonista a un perro. El perro es el que ejerce la acción: el perro cava la tierra, se mira en un charco, persigue una mosca, bosteza, duerme. Cada una de esas acciones (acciones repetidas, variaciones de acciones, porque “la novedad es ante todo un asunto de repeticiónâ€) desencadena un torrente de discursividad, un tejido de leguaje quebrado en diferentes capas, con ideas sumamente interesantes como el “anarquismo literarioâ€, la “gratuidad como la forma más poderosa del poder†o el “costumbrismo de la crÃticaâ€.

Es conocida la tesis aquella de Literatura de izquierda (un opúsculo escrito por el mismo Tabarovsky en 2004 que ofrece una visión panorámica de la literatura de nuestros dÃas extrapolable a cualquier contexto nacional), que afirma que raramente es revolucionaria en la forma la literatura que elige lo social-revolucionario como tema. El fantasma del socialismo estalinista: dale al pueblo aquello más fácil de masticar. Pareciera que, con un aire bastante nouveau roman donde la “cosa†es el discurso mismo, Tabarovsky estuviese ofreciendo una propuesta de literatura de izquierda por los cuatro costados: temática revolucionaria y poco condescendiente, y también forma revolucionaria, donde el discurso es el asunto mismo (el personaje principal) de la narración. Una narrativa donde los personajes son discursos (marxismo, judaÃsmo, psicoanálisis, sociologÃa e historia); las acciones, pensamientos; los nudos, contraataques discursivos; los desenlaces, más preguntas o algo asà como “seguir tirando del hiloâ€.
“¿Cuándo nace el eufemismo argentino? Quizá en el instante en que la pampa dejó de estar presente, en el relámpago en el que ese agujero negro ―el túnel por el que cava la vaca, en el que husmea el perro― se corrió de la escena: se conquista aquello que rápidamente se evapora. O también: el eufemismo llega cuando llega una palabra, o mejor dicho, algo más que una palabra, un término, un dicho; el eufemismo hace su entrada definitiva y triunfal como categorÃa polÃtica, como epistemologÃa nacional de otro modo. El eufemismo argentino lleva un nombre: desaparecido.â€
El discurso Tabarovsky se pregunta (como se preguntara el discurso Adorno post-holocausto) qué es narrar después de los desaparecidos, y he aquà su poética:
“Pues: narrar después de los desaparecidos supone sospechar del relato, de la narración. Se narra que ya no se puede narrar. Se cuenta la historia de que ya no se puede contar ninguna historia. La historia ha sido desaparecida y esa es nuestra condición de posibilidad.â€
Es también, por momentos (al menos eso me ha parecido), un homenaje a El discurso vacÃo de Mario Levrero.
“¿Estamos escribiendo una novela? ¿No fueron escritas ya todas las novelas? ¿Un tratado de sociologÃa? Por supuesto que no. Es una novela. Pero ¿qué novela?â€