En Tres guineas, Virginia Woolf emplea la expresión “las extrañas†para referirse a las mujeres en cuanto individuos excluidos de una sociedad en la cual los derechos y los privilegios los detentan únicamente hombres. Una sociedad de mujeres será una “sociedad de extrañasâ€, designación con la que no solo se busca corresponder a una situación de hecho, sino también plantear una exigencia, de entrada a las propias mujeres.
Si las mujeres han de unirse de alguna manera en pro de un objetivo común, que se unan en calidad de extrañas y que se llamen a sà mismas “las extrañasâ€. Hacer lo contrario, ingresar sin más vacilaciones o razonamientos en alguna de las muchas sociedades que componen la sociedad masculina que las ha excluido y que las sigue excluyendo, significarÃa borrar su diferencia y suprimir su extrañeza, lo cual echarÃa por la borda eso que no solo se posee, sino que, según parece, interesa mucho conservar. La escritora dice que enviará una guinea; dice que no firmará el formulario. ¿Por qué entrega la guinea? ¿Por qué no firma el formulario? ¿Qué es lo que las mujeres deberÃan conservar?
La escritora se niega a ingresar en una sociedad de hombres, incluso en aquella con la que comparte un proyecto (el proyecto es la defensa de las libertades individuales; la lucha por las garantÃas universales; el repudio de la guerra; recuérdese que Tres guineas está pensado como la respuesta a una carta en la que un hombre le pregunta a una mujer: ¿cómo es posible evitar la guerra?), «por mor de ese mismo proyecto». Las mujeres entregarán sus guineas, pero no firmarán estos ni otros formularios, lo cual no significa que estén en otro barco o que remen en otra dirección. Se negarán a firmar porque no están dispuestas a perder ni un ápice de su fuerza crÃtica. “La mejor manera en que podemos ayudarle a evitar la guerra –asà se resume la respuesta al final del ensayo– no consiste en ingresar en su sociedad, sino en permanecer fuera de ella, aun cuando colaborando con sus finesâ€.
Las mujeres tienen fuerza no por ser mujeres, sino por ser las protagonistas de una historia de desprendimiento y desvinculación. La desvinculación hace que uno no le deba nada a nadie. Sin deudas ni compromisos, uno cuenta con la libertad necesaria para formular la crÃtica que pone el dedo en la llaga, la crÃtica comprometedora. La exclusión permite hablar sin miedo, hablar con libertad. Asà que la escritora ve la carta sobre la mesa, ve los ojos que parpadean expectantes en algún lugar de la habitación y finalmente escribe NO, es decir, no pierdo mi fuerza, no renuncio a mi extrañeza, guardaré mi distancia, conservaré mi libertad. Porque esa exclusión, esa carencia, esa falta de derechos y privilegios de la que la escritora ha dado cabal testimonio hasta este momento (aduciendo informes, acumulando pruebas, citando epistolarios y esgrimiendo biografÃas); ese lÃmite encarnado en una voz que grita «prohibido, prohibido, prohibido»; ese histórico relato que nos han puesto otra vez ante la vista, nos ha recordado algo importante y nos ha mostrado en qué carácter las mujeres podrÃan juzgar, comprender y finalmente ayudar a unos hombres que, contemplando esas fotografÃas de cadáveres y casas derruidas, fotografÃas que también ellas contemplan a diario, y de la misma manera, con el mismo horror y con la misma repulsión, se han planteado por fin la pregunta “cómo es posible evitar la guerraâ€.
No se trata, pues, de la diferencia entre lo femenino y lo masculino; se trata de la diferencia entre lo pasivo y lo activo, lo negativo y lo positivo, el “fuera†y el “dentroâ€. Virginia Woolf dice de muchas maneras lo que podemos resumir más o menos como sigue. Nosotras, que hemos trabajado gratis durante tanto tiempo, estamos mejor situadas que vosotros, que no solo habéis ganado dinero, sino que además os habéis enriquecido, para acometer la vida poniendo en segundo plano no el dinero (que las mujeres ganen su propio dinero es requisito para evitar la guerra; las tres guineas son una y la misma), pero sà la acumulación de dinero. Nosotras, a quienes la historia nos ha obligado a observar con indiferencia la fama, los premios y las distinciones, podremos ejercer con mayor soltura la castidad intelectual que, según hemos razonado antes, parece estar Ãntimamente vinculada con la noción de libertad espiritual; estamos, por tanto, más capacitadas que otros individuos para explicar cómo es posible defender todo eso que se comprende bajo la común expresión “cultura libre y desinteresadaâ€. Nosotras, mujeres, acostumbradas al ridÃculo, familiarizadas con la burla, obligadas a ver en la oscuridad, capaces de resistir el reproche y la censura a fuerza de costumbre, contamos, por lo mismo, con más determinación y más recursos que vosotros para no aceptar los sobornos ni sucumbir a las tentaciones que corrompen no solo al escritor y al artista, sino al ser humano en general… siempre y cuando sigamos donde estamos: fuera; siempre y cuando conservemos lo que tenemos: la distancia, la extrañeza; esta es la exigencia que las mujeres imponemos sobre las mujeres. En cuanto a nuestra aptitud para responder a la pregunta “cómo es posible evitar la guerraâ€, lo cierto es que nos avala un largo entrenamiento consistente en prescindir de tÃtulos, carecer de medallas, no vestir uniformes, no deslumbrar a ningún público y no ostentar nunca cascos de plumas sobre nuestras cabezas. Somos históricamente inmunes a cuantos móviles y estÃmulos los hombres han tenido (eso dicen ellos mismos: ahà están las cartas, las biografÃas) para hacer la guerra. No estamos infectadas. Hemos aprendido a vivir sin tÃtulos, sin condecoraciones, sin medallas, sin anuncios, sin honores, y no vamos a perder tan fácilmente las ventajas de tan largo aprendizaje. Conque seguiremos careciendo de uniformes, seguiremos sin lucir medalla alguna, continuaremos llamándonos las Extrañas, las Anónimas, las Infames, pues ya hemos visto en qué sentido esto es la condición de que tengamos las capacidades que hemos dicho que tenemos.
No queremos salvar distancia alguna (más bien al contrario) si decimos que la capacidad crÃtica de lo excluido no es una idea nueva. La misma Virginia Woolf se hace eco de ello cuando escribe en su ensayo acerca de AntÃgona o remite al lector a LisÃsitrata.
Sobre una escena sin techo, al aire libre, a pleno sol, voces femeninas se elevan para denunciar ciertos aspectos perniciosos de la vida polÃtica, o como tengamos que llamar a eso que ocurrÃa y estimulaba y preocupaba a los intelectuales, o como tengamos que llamarlos, de la Atenas del siglo V a. C. También aquà la expresión “voces femeninas†quiere decir voces de extrañas, voces de excluidas, voces de extranjeras, invisibles, oscuras, censuradas, ausentes, silentes. Las mujeres de LisÃstrata hacen uso de la fuerza de lo negativo. Se niegan y niegan. La venganza de Medea consiste en privar, arrebatar y socavar ciertos planes de futuro masculinos. No engendraréis más hijos que continúen esto; no tendrás linaje alguno que te perpetúe. No, no y no; eso dicen las mujeres. Negarse a participar, imitar, reproducir y colaborar es la manera de perseguir los grandes fines comunes (Igualdad, Justicia, Libertad) manteniendo a la vez la distancia crÃtica, por eso no firma el forumulario la autora de Tres guineas.
Hamlet sitúa a los reyes de Dinamarca ante una representación que los refleja; en Entre los actos, Virginia Woolf escribe sobre el espejo que una directora de teatro coloca en escena para reflejar a hombres y a mujeres. Si el teatro es un espejo; si una tragedia es el espejo de la polis; si de verdad queremos que otros nos digan quiénes somos; entonces y de nuevo, los extraños, los excluidos, las mujeres son necesarios justamente como los extraños, los excluidos, las mujeres.