
Abrir El collar de la paloma supone una experiencia similar a la de adentrase en las ruinas cordobesas de Medina Azahara: un paseo entre los restos de un pasado en espera de reconstruirse y que llega a nuestro presente con formas no del todo inteligibles. Porque resulta complicado acercarse a la herencia musulmana en España libre de la maraña de prejuicios, idealizaciones, verdades y mitificaciones que la rodean. Para hacer el intento, esta vez habrá que retroceder diez siglos, a la época en la que se publicó este libro, solo tres años después de la destrucción del majestuoso palacio omeya.
Sumergido en aquella época podremos encontrar ese tipo de intelectual que consigue rebasar con su personalidad los lÃmites que cualquier obra impone a su autor. Aquel que es capaz de erigirse como figura independiente de todo aquello que no sea su propia posición ideológica y vital, siendo difÃcilmente asimilado por las sociedades con las que ha convivido y consiguiendo, por esa misma razón, que su lectura sea un auténtico estÃmulo. Este es el caso del autor de El collar de la paloma, Ibn Hazm, considerado uno de los máximos exponentes del esplendor cultural andalusÃ, tallado con un carácter que era, tal y como él mismo afirmaba, “una presa entre un lobo y leónâ€, un equilibrio de fuerzas entre una lealtad y un amor propio desmesurados. Esa lealtad hizo que en una época tan turbulenta como lo fue el siglo XI, cuando los omeyas son desplazados del mando de la región, se mantuviera siempre y hasta el final de sus dÃas fiel a su causa y al recuerdo de su querida Córdoba, de la que lo separó un obligado exilio. Una actitud que viaja entre la coherencia y tintes de cierta intransigencia e intolerancia, fruto quizá de ese amor propio “en cuyo patio no puede parar la ofensaâ€.

Ibn Hazm no fue sólo un exiliado de condición, sino de convicción, ya que se refugió voluntariamente en una isla que no sólo abarcaba el plano polÃtico, sino también el jurÃdico, el teológico y el literario. Se enfrentó abiertamente al malikismo, la corriente de pensamiento dominante del momento y abrazó el minoritario zahirismo, con una visión e interpretación mucho más estricta de los textos del Corán a partir de su lectura directa, sin intermediarios, llegando a convertirse en un huésped incómodo para cualquier reino de la penÃnsula. Con su literatura, de inmensa producción y reivindicativa de un árabe puro, fuera de influencias populares, se convirtió en un verdadero dardo hacia todo aquello ajeno a su lÃnea de pensamiento. Ignoró cualquier protocolo del debate intelectual y acabó sus dÃas como eco del árbol que cae en la montaña solitaria, sin que sus textos, como dirÃa algún rival suyo, traspasasen la puerta de su casa.
Más allá de su naturaleza polemista, Ibn Hazm también fue un hombre sensible y pasional, que sufrió y vivió lo suficiente para hacer un libro de las caracterÃsticas de El collar de la paloma, con el que pretendió pintar “el amor, sus aspectos, causas y accidentes y cuanto en él o por él acaece†y para el que tampoco le faltó valentÃa. Esta obra supuso una verdadera novedad en su tiempo, en el que escribir sobre el amor no era ni mucho menos habitual. Retrató, con ese propósito, un cuadro de amantes que no pueden verse sino a través de una celosÃa, que se regalan mechones de pelo o que enferman por la lejanÃa del ser amado. Un amor éste “que radica en la misma esencia del alma†y que debe ser sobre todo casto y sincero. Es un amor que nace de la belleza en su sentido más amplio, espiritual y material y que aspira, por encima de la irresistible unión de los cuerpos, a la fusión de las almas, fruto únicamente de la voluntad de amar y siempre al amparo de la sabidurÃa de Dios.
Este es el hilo conductor del libro, escrito en prosa y en verso, considerado por los expertos (no es mi caso, por supuesto) como una obra maestra y que supone además un bellÃsimo retrato de la sociedad del momento. El autor, entre numerosas citas de personajes y acontecimientos de la época, nos desvela los rasgos de la Córdoba de hace mil años para hacernos traspasar esa barrera temporal al reconocer lugares que parecen haber llegado intactos a nuestros dÃas, como la Puerta de Sevilla o la Muralla del Alcázar Viejo. Aunque también es cierto que para un lector no habituado a este tipo de textos y sin capacidad para profundizar desde un plano académico e histórico las semejanzas entre ambas sociedades, le puede resultar difÃcil llegar a sentirse habitante de la misma urbe. ¿Hasta qué punto pues, puede uno sentirse identificado con aquel legado?, ¿hasta dónde llega su influencia?, ¿qué podemos encontrar en nuestro momento actual, que nos acerque a Ibn Hazm y sus conciudadanos?, ¿qué podemos encontrar en nosotros mismos de esa influencia? En el libro Nuestra AndalucÃa, Julián MarÃas dice que al visitar una ciudad siempre le asalta el mismo pensamiento: “¿es actual o mera supervivencia del pasado?†y se pregunta, además, qué serÃa de los moradores de una ciudad si se les sustrajese su pasado:
“¿Qué quedarÃa?[…]¿en qué medida, si se considera a los habitantes actuales, es suya la ciudad, o están equiparados a nosotros visitantes, es decir, se han encontrado simplemente con ella, como una herencia de sus antepasados? â€
Con estos interrogantes en la mente, el texto obliga a una lectura reposada y paciente, a la tarea de intentar entenderlo desde las perspectivas encontradas de nuestro propio presente y de aquel pasado, sin que esto provoque un distanciamiento irreconciliable con lo que se está leyendo. Un esfuerzo que a cada uno le merecerá más o menos la pena según sus circunstancias, pero que seguro encontrará alguna recompensa en los pasajes tan evocadores e instructivos de este libro.