¡Tilín, tilín, hijo de puta!

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 Foto: Ramon Ssoy | Flickr Commons
Foto: Ramon Ssoy | Flickr Commons

Creo que no hay mejor forma de describir la poética novelesca, pero también vital, que anima al última ficción de Kurt Vonnegut (Indianápolis, 1922 – Nueva York, 2007) graciosamente publicada por Malpaso que recordar la reflexión que hace el trasunto del conmovedor Kilgore Trout acerca de El viejo y el mar.

Efectivamente, Vonnegut cuestiona en el prólogo de Cronomoto (Malpaso, 2015) el desenlace del conocido relato de Hemingway: un pescador cubano que no había pescado nada en ochenta y cuatro días atrapa de repente un pez espada. Lo mata y ata a la embarcación pero los tiburones lo devoran antes de alcanzar la costa. Pero, ¡¿por qué no cortó los mejores trozos y los protegió en el fondo de bote dejando sólo el resto para los tiburones?!

Cronomoto 1 fue al principio –al decir de Vonnegut– una novela que no avanzaba, un atasco, un laberinto, un pez espada a merced de los tiburones (de los otros tiburones) ¿Qué hacer? ¿Dejar que lo devoren antes de alcanzar la costa (la otra costa, la costa de la muerte, la costa… oscura)? No, mucho mejor «filetear el pez y arrojar el resto».

Filetear el pez y arrojar el resto, esto es, fragmentar y subir a bordo lo más sabroso de la historia, proteger las partes suculentas en la frescura de una particular aguanieve compuesta de vitalidad y melancolía, hilarlo todo con el hilo finísimo del desencanto, la compasión, la ironía y la burla. Solución estética a un trabajo arduo, ingrato, de muchos años, pero también solución sabia a una de las cuestiones fundamentales de la vida (el desajuste entre el deseo vivir haciendo muchas cosas y nuestra, al parecer innegociable, finitud), el Cronomoto que hemos podido leer en traducción de Carlos Gardini gracias la esmeradísima editorial catalana que ya publicó del mismo autor La cartera del cretino (Malpaso, 2013) o Que levante mi mano quien crea en la telequinesis y otros mandamientos para corromper a la juventud (Malpaso, 2014) es también la última novela de Vonnegut que aún permanecía inédita en castellano.

Cronomoto: novela fileteada o ensayo bromista-novelado, salvado, –gracias al contraejemplo Hemingway– de las mandíbulas del mundo y de la vida; texto restaurado, seccionado tierna y ácidamente por Vonnegut (tierno cronista de las carnicerías y de los mataderos de los hombres) en sesenta y tres solomillos alrededor de una perturbación en el tiempo.

Sí, la premisa de este Cronomoto fileteado, sensible, alegórico, alterado y constantemente interrumpido –ahora por Vonnegut ahora por su álter ego Kilgore Trout– es la misma que aquel obstruido, malogrado y supuesto Cronomoto 1: un terremoto en el tiempo, un seísmo cronológico que proyecta a toda la humanidad diez años atrás (del 13 de febrero de 2001 al 17 de febrero de 1997) condenándola a repetir cada acto, cada gesto, cada uno de los momentos vividos durante esa década:

“A lo largo de la reposición nada podías decir absolutamente nada si no lo habías dicho la primera vez en toda esa década. Ni siquiera podías salvar tu propia vida o la de un ser querido si no lo habías hecho la primera vez”.

Malpaso
Malpaso

Regreso previsible, penoso por repetido, regreso minuto a minuto hasta 2001. Vidas abandonadas a la inercia, vidas al remolque de un discurrir ya determinado, vidas sin aliento, vidas vividas de forma mecánica hasta el momento en que se recupera el presente: ¡el repentino regreso del libre albedrío! ¿Libre albedrío? Ah, pero también en el libre albedrío mucha gente vive con desgana, apáticamente, al indolente modo del suicida. También en el libre albedrío la gente ¡tanta, tantísima gente! acepta el desvarío y la violencia. Pronto se dibuja pues, en el fondo, la cuestión humanista y vital que constituye el tema principal de Cronomoto (tema en un sentido novelesco, esto es, aceptando las tesis de Kundera y Bernhard, tema en un sentido… musical): ¿qué hace el hombre con su vida? ¿dónde nace esa tendencia a la dejadez y la apatía? ¿nadie más se apercibe de la plaga del tiempo, ese laborioso humanicida? ¿por qué sucede que la gente no se siente contenta de vivir?

Marc Twain escribió que de adulto nunca quiso que ningún amigo liberado de ese peso regresara a la vida. Vonnegut cita también a Thoreau: “El grueso de los hombres lleva una vida de callada desesperación”. Envenenamos el agua, el aire y el suelo, construimos sofisticados artefactos de destrucción, armas de fuego baratas como tostadoras, manejables como encendedores, violencia, apatía y ganas de morir. ¡Y eso que la mayoría de esta gente no llegó a ver la gran carnicería del siglo XX, ni siquiera Twain!

Vonnegut si que la vio. Paseó su mirada risueña por una Europa devastadora y devastada, (acogido en la suite Hemingway de Xanadú, su otro-yo Kilgore Trout define la Segunda Guerra Mundial como «el segundo intento frustrado de suicidio de la civilización occidental»). Es por ello que en el hilo de muchos colores que cose la trama de ficción de Cronomoto la tinta negra sobre las páginas de lomo naranja de Malpaso, bien podría ser, aunque no se recree Vonnegut en ello, el mismo negro de la aflicción.

No, jamás se recreó Vonnegut en el negro de la aflicción, ni en la moral del estupor (estupor frente a la normalidad con que la gente acepta la violencia). No hay en Cronomoto, como no hay en este escritor admirable, pesadumbre, ni resignación, ni homilía, afortunadamente, porque el escritor humanista (Vonnegut sucedió a Asimov al frente de la Asociación Humanista de EEUU cuando éste se fue al cielo…) no sólo fue un tipo vital, es un escritor divertido.

“Los humanistas –escribe Vonnegut– tratan de comportarse decente y honradamente en este mundo sin esperar ninguna recompensa ni castigo en el otro mundo”.

Los humanistas sencillos como Vonnegut sirven tan bien como pueden a los seres humanos que les rodean y al mundo en general, tipos tenidos por locos de tan sensatos, personas razonables que como Thomas Jefferson o Benjamin Franklin escuchan con escepticismo los sermones de los predicadores. Seres humanos que tienen como centro de sus preocupaciones al ser humano ¿por qué?, ¿porque quieren explotarle como seguimos explotando al tercer mundo? ¿porque creen imprescindible o rentable echar basura sobre él como hace media Europa con los refugiados? No, porque quieren que los seres humanos vivan queridos, muy felices y en paz.

“Por mi parte sostengo que la energía atómica ha hecho a la gente más infeliz de lo que era antes y que tener que vivir en un planeta con dos hemisferios ha hecho a nuestros aborígenes mucho menos felices sin lograr que los “descubridores”, los individuos con rueda y alfabeto, estuvieron más contentos de estar vivos”.

Así que sí, el autor de Matadero 5 y El desayuno de los campeones hilvana las grietas sobre la tierra que deja el desastre del Cronomoto con benevolencias de muchos colores: opiniones personales (¿hay alguna que no lo sea?), autobiografía, bromas de abuelo condescendiente, ecos de Erasmo, digresión literaria, cosquillas a los dogmas de su contradictoria patria, esbozos, filo-jazz, payasadas, insolencias de hombre dañado, perplejidades, algún disgusto.

Algún disgusto, sí, pero, digámoslo una vez más, Vonnegut fue un humanista, un humanista… perplejo, por ello la pregunta que sigue a sus disgustos no es ¿qué hace la vida con nosotros?: pregunta clásica de las naciones derrotadas y espantosas (pregunta clásica de la escritura centroeuropea: de Kafka a Kertész) sino ¿qué hacemos nosotros con la vida?: pregunta de un grupo minoritario de seres humanos que estuvieron del lado de las naciones llamadas a sí mismas vencedoras (las del bombardeo brutal de Dresde, las de la bomba lanzada con frivolidad criminal sobre Nagasaki).

Discursos de un humanista indignado, añoranzas («yo era tan antiguo que recordaba la estupenda música del siseo y el traqueteo de las locomotoras de vapor, sus melancólicos silbatos…»), confesiones, fragmentos (filetes) de vida, irreverencias, reflexiones (y alguna que otra ocurrencia demasiado rápida) sobre la Historia. Cavilaciones (algunas francamente conmovedoras) que alcanzan un especial punto de hermosura al poner en relación dolor y tiempo, como ya ocurrió en Entre tibio y Tombuctú  aquel cuento incluido en La cartera del cretino (Malpaso, 2013) sobre el tiempo como plaga, la sociedad anónima Tiempo-Muerte, la dolorosa, paulatina pérdida de los seres más queridos.

Y así nos vamos conmoviendo, degustando uno a uno, los filetes más tiernos del atún: disertaciones, digresiones, collage, recuerdos, pullas al e-book, grietas entre realidad y ficción afines a esas que dejan en el suelo los terremotos, vitalismo de quien presenció la gran carnicería, chistes, muchos chistes sobre un mundo que estuvo lejos de ser para Kurt un lecho de rosas (en él se suicidó la madre de Vonnegut –como se suicidó, qué casualidad, Hemingway autor con el que todo comenzaba– pero también fue en él donde su bisabuelo materno consiguió, al añadirle un poco de café, una extraordinaria cerveza), biografías de sobrinos, ex-mujeres, cuñadas, fanfarronadas, lágrimas, anécdotas, álbum de familia, impresiones, sociología, filosofía, crítica literaria, autobiografía, mucha socarronería también.

Kurt Vonnegut | Foto: Malpaso
Kurt Vonnegut | Foto: Malpaso

¿Mucha socarronería? Sí, como en la meta-historia (jovialmente lúgubre) acerca de la apoyatura breve y recurrente de Trout, su «Â¡Tilín, tilín»: la misma noche que el padre de Trout mató a su madre, el padre-homicida le contó al joven huérfano Trout la historia de un fugitivo que escapaba de la policía y buscó refugio en la casa de una viuda conocida. Mientras se desnuda para vestirse con la ropa del difunto marido la policía toca a la puerta. El fugitivo se sube rápidamente a una viga en el techo. Sus testículos cuelgan tan ostensiblemente de la viga que al interrogar la policía a la viuda ésta le responde que son las campanillas de un templo chino. Comoquiera que el policía siempre quiso saber cómo sonaban las campanillas de un templo chino empezó a golpearlas con la porra cada vez más fuerte. ¿Qué gritó el hombre escondido en la viga? “Tilín, tilín, hijo de puta”.

Vonnegut mezcló vanguardismo, ternura, humanidad y folk-pop. Salpicó su obra con la ironía pero sobre todo con la compasión. Compasión y amor también para con uno mismo: «Lo que más amaba en Kilgore Trout era su indestructible amor propio», (p. 204). Pensó a su aire y al final de su vida, en este Cronomoto sobre todo, se extendió mucho sobre la familia extensa como base de la felicidad: otro tipo de amor. Y ya ni siquiera ese elogio podía sonarnos moralista o conservador, Vonnegut fue un defensor de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles, un pensador que supo alternar la perspectiva externa acerca del proceder de los humanos (el recurso a la ciencia-ficción de Trout) con el intimismo más sincero. Nadie como Vonnegut supo hablar sobre ello sin altanería.

A mí el cambio de año me sorprendió leyendo la última novela de Kurt-Trout, la leí cuando comenzaba el nuevo año (2016), es decir, la descifré en una falla circular del tiempo. Y tuvo su gracia, no porque Cronomoto trate justamente del tiempo sino porque uno entró conscientemente, esa noche de invierno en el epicentro de su esperanza de vida, mojando el pan del libre albedrío en la yema del huevo de la vida por decirlo así.

Vonnegut ha dejado escrito en Cronomoto que hay poca gente consciente de vivir, que los momentos más felices pasan tontamente desapercibidos, que nadie valora las satisfacciones, sean estas complejas o sencillas. Yo creo que hay pocas satisfacciones como viajar en el tiempo con la jovialidad lúgubre de Kilgore-Vonnegut. Porque era un hombre justo, divertido, tierno, amable y bueno (cualidades del año perfecto), sé que debí leerle en mitad del frío de la noche, arropando a la gente que duerme en el cajero. Debí leer Cronomoto en voz alta, al otro lado del muro del Centro de Internamiento de Extranjeros que pilla tan cerca de mi casa. Pero lo leí, como siempre hago, cómodamente encerrado en mí mismo (hacerse mayor no significa necesariamente hacerse mejor) bajo la compasiva sonrisa de Trout.

Compasión, asombro autosuficiente, notas al pie de la página de la vida (de la vida de Vonnegut), literatura, mementos, tesis lejos de la academia y de esas jerarquías resabridas que juegan con ventaja, acidez cálida, ternuras, sarcasmo, rabia-humor, incorrecciones y alguna blasfemia, provocaciones, guasas, ciencia-ficción, risas a costa de uno. ¡Tanta inquietud debería producirnos la gente que no sabe reírse de sí misma!

Acabamos. Por discrepar en algo con Vonnegut –estupendo discutidor y polemista– ahora que se ha ido al cielo… diré que no creo en su ideal de familia extensa, creo que la unidad de supervivencia elemental en este mundo no es la gran prole americana (zona individualista y dicotómica –sórdido relato de winners/loosers) y menos aún la familia enorme, ruidosa y mediterránea (Mediterráneo: zona endogámica, clasista y tradicionalmente patriarcal). Creo que la unidad elemental de supervivencia en este mundo de mierda (con buena cerveza y muchos momentos bellos) es la pareja y en ella muchas veces se sospecha que hay alguien de más.

¡Tilín, tilín!

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico (Valencia, 1969) es profesor universitario, crítico de cine y escritor. Colabora con críticas culturales y literarias en distintos medios y es autor de los ensayos 'Chéjov en la calle 42: mérito y decepción' y 'La tortura: aspectos sociales y estético-culturales', el libro de narrativa breve 'Una casa holandesa' y la novela 'Singular'.

2 Comentarios

  1. Siempre había pensado que Kilgore Trout era un alter ego de Theodore Sturgeon. Muy buen artículo!

  2. He revisado lo que pude hacer este año, y me he encontrado este amable comentario, de hace tantos meses, sobre Trout/ Sturgen: no quería dejar de responderlo. Gracias por tus palabras, Marxos!

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