Las fábulas tienen una cara transparente que las agarra al didactismo. Cuando esta faceta se empaña, se ensucia o se oxida, como esos espejos ennegrecidos que imponen su realidad a la imagen que reflejan, de la fábula queda un poso amargo y oscuro. Sin sus raÃces didácticas, la fábula es ese engendro que sobrevive con un pie en la experiencia, en la realidad compartida, y otro en la fantasÃa más radical e imaginativa. La última novela del escritor argentino Reinaldo Laddaga, Los hombres de Rusia (Jekyll & Jill, 2019), es esa fábula desarraigada, y los hombres a los que hace referencia el tÃtulo son desterrados —ex-hombres, que dirÃa Quiroga— bajo cuyos pies se mueven las fronteras.
En un marco tan estridente como el nuestro, en el que el auge de las derechas y su fanatismo obcecado —el pleonasmo es necesario— agrieta y pone a prueba la pervivencia de algunas cuestiones que creÃamos superadas, leer esta novela con decidido extrañamiento parece un imposible por el que merece la pena apostar. Un extenso prefacio firmado por el propio Laddaga en Nueva York, en marzo de 2019, se ocupa de poner al lector en situación a través de la vieja estrategia narrativa del manuscrito encontrado, esta vez por mediación de un foro online dedicado a la difusión de la estrafalaria, macabra y por momentos ingenua ideologÃa del alt-right estadounidense.
Pronto, la voz narradora, trasunto evidente del propio autor, se percata de que el texto encontrado —titulado precisamente Los hombres de Rusia y firmado con el seudónimo latino de Aulus Gellius— es una amalgama tramada a partir de “antiguallas textuales†bajo las que se pueden identificar, enmascarados, los escritos de autores tan variopintos como Pierre Loti, Rafael Cansinos Assens, Franz Kafka, Michel Crichton, Thomas Mann y, por encima de todos, el italiano Gabriele D’Annunzio, artÃfice de ese experimento protofascista que conocemos como Estado Libre de Fiume y cuyo primer centenario se cumplió en 2019. Estos autores, junto a otros personajes menos conocidos como el jerarca nazi chileno Miguel Serrano, el barón Julius Evola o Aleksandr Dugin, ideólogo de Vladimir Putin, conforman el singularÃsimo panteón que inspira y agita a los militantes de una secta tragicómica cuyo principal propósito es restaurar la salud espiritual de la Nación a través de la violencia y la sexualidad convulsivas.
En las tierras pantanosas del Estado de Florida, no muy lejos de la ciudad de Orlando, existe un zoológico inundado y medio abandonado en el que todavÃa habita una familia dispuesta a acoger entre sus ruinas a los hombres de Rusia. Es a través de la mirada fascinada y turbia del hijo como el lector accede al submundo de estos “combatientes mÃsticosâ€, y a partir de él al de un paÃs moral y fÃsicamente enfermo: Estados Unidos. Vestidos con túnicas blancas, murmurando una lengua ininteligible, rindiendo un culto excéntrico entre armas de fuego y tráfico de esclavas y estupefacientes, los hombres de Rusia vagan con firmeza, que es como huir acorralado, y resisten al tiempo en un escenario anacrónico, pero tremendamente actual: el del irracionalismo triunfal y abyecto, filosóficamente mal entendido.
Surge entonces una duda: ¿es esto posible? ¿pueden convivir el presente y la ausencia de tiempo? Esa es la esencia misma de la fábula, incluso de una fábula descompuesta y devuelta brillantemente a la vida como es Los hombres de Rusia. La vida en dos dimensiones es la vida de la fábula. El gran mérito de Laddaga, o al menos uno de ellos, es haber favorecido la convivencia desjerarquizada de estas dimensiones –Trump, Bolsonaro, Berlusconi, Le Pen, por un lado; los impertérritos y abominables hombres de Rusia, por el otro– “sin superposición y sin transparenciaâ€, como a través de un Aleph. Los cuernos de bisonte, las gorras MAGA, las camisetas QAnon y las banderas confederadas vendrÃan después para testimoniar el célebre duelo entre ficción y realidad.
El lector de Laddaga –escritor heterodoxo al que debemos tanto una reescritura colectiva de la obra de Robert Ripley (Riplay. Historias para no creer, junto a Jorge Carrión) como las breves biografÃas de John D. Rockefeller, Walt Disney y Osama bin Laden en Tres vidas secretas– no necesita un pretexto, como tampoco un epÃlogo moralizante. Si en el Prefacio de esta novela leemos que el texto que tenemos en nuestras manos se corresponde con la “traducción del más curioso de los documentos producidos durante la campaña presidencial que concluyó en la inverosÃmil presidencia del empresario Donald J. Trumpâ€, es porque ese dato contextual, decididamente histórico, puede situarse en el plano de la ficción junto a la enrevesada genealogÃa del LÃder o la jaula octogonal de las panteras donde los hombres de Rusia culminan sus crueles rituales.
La novela lleva por subtÃtulo Un documento, que, junto a las notas a pie de página, la exhaustiva relación final de imágenes, el detallado contexto geopolÃtico o el prefacio firmado por Laddaga, otorga a la narración un estatus de autoridad próximo al del tratado polÃtico o el ensayo histórico. La novela de Laddaga se toca en un extremo con las ficciones crÃticas de Borges, mientras que por el otro podrÃa hacerlo con la escritura distópica de Diego Sánchez Aguilar —Factbook. El libro de los hechos (Candaya, 2018)—, o con el célebre retrato de Eduard Limónov que escribió Carrère —y su contrapunto: El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel, 2018). Pero esta necesidad que muchas veces tenemos de establecer zonas de contacto no debe llevarnos a error: Los hombres de Rusia es un libro absorbente, perturbador y excepcionalmente original. Con pulso narrativo firme, Laddaga ha elaborado un relato bien estructurado, complejo y ambicioso, repleto de suspense y violencias —algunas latentes, otras no tanto— y con una altura intelectual poco habitual.
Asistimos últimamente a un cierto resurgir de la novela extensa cuya ambición de totalidad recuerda a determinados epÃgonos del Boom latinoamericano, y aun a algunos posteriores, como Bolaño, con cuya novela La literatura nazi en América también comparte este libro lazos sanguÃneos. Hablar de “novelas rÃo†es hacerlo de historias en las que el lector puede permitirse navegar sin desear nunca que la tierra se imponga a la vista. Aunque no puedo meter el libro de Laddaga en ese saco —el número de páginas, estrictamente hablando, no lo permitirÃa— sà cabe aventurar que Los hombres de Rusia contribuye, como las obras más recientes de Mariana Enriquez, Valeria Luiselli o Gustavo Faverón, a devolver a la literatura y, más precisamente, a la narrativa de ficción, una ambición formal y una densidad retadora de la que nunca debimos prescindir.
Miembro de una secta remota y cada vez más exclusiva, Reinaldo Laddaga ha compuesto un artefacto narrativo en el que la voluntad de estilo, el poder de la trama y el placer del texto parecen compartir todavÃa un mismo camino. No es un libro fácil, aunque su lectura sea ágil y entretenida, pero supongo que ese es el precio que hay que pagar por descubrir la cara oculta de la fábula.