En su ya eterno Poema XX, el chileno Pablo Neruda dedica un verso a comparar el amor con el olvido. Uno- dice- es corto. El otro, demasiado largo. Ese sonado verso del poeta, convertido con el tiempo casi en mantra, es- sin duda- la definición más acertada para Carta de una desconocida, de Stefan Zweig. «Es tan corto el amor y tan largo el olvido».
«Sólo quiero hablar contigo, decÃrtelo todo por primera vez. TendrÃas que conocer toda mi vida, que siempre fue la tuya aunque nunca lo supiste. Pero sólo tú conocerás mi secreto cuando esté muerta y ya no tengas que darme una respuesta; cuando esto que ahora me sacude con escalofrÃos sea de verdad el final. En el caso de que siguiera viviendo, romperÃa esta carta y continuarÃa en silencio, igual que siempre. Si sostienes esta carta en tus manos, sabrás que una muerta te está explicando aquà su vida, una vida que fue siempre la tuya desde la primera hasta la última hora».
R., el protagonista de la nouvelle, es un escritor vienés de notable éxito. El dÃa de su 41º cumpleaños, recibe una carta remitida por una mujer desconocida. En ella, esta le confiesa su amor- jamás advertido por parte del escritor- al tiempo que recorre, con letras y precisión milimétrica, su propia vida. La vida de sus fugaces encuentros con R. Encuentros que, por supuesto, este ni siquiera recuerda.
«No hay nada en el mundo que sea equiparable al secreto amor de una niña que permanece en la penumbra y tiene pocas esperanzas».
Un amor punzante, que nace en la niñez de la protagonista y muere en la oscuridad de su tumba. Un amor- silenciado durante toda una vida- del que solo queda un puñado de letras, ordenadas en una carta, a modo de último suspiro. Un amor desproporcionado para una historia tan pequeña. Un desdén demasiado grande. Indiferencia. Silencio. Desapego. Carta de una desconocida es un cóctel de sentimientos, dudas y momentos marinado a la perfección con una narrativa de diez, tan asombrosa como peculiar.
La novela es un viaje por las sombras y luces de una mujer sin rostro. Por la vitrina de sus pasiones. De sus silencios y llantos. Un recorrido por los puntuales momentos de su vida ligados a unos ojos- los de R.- que jamás la recodaron. Momentos, esos, en torno a los que se reduce su entera y triste existencia. Un viaje que desembarca en las manos de un receptor con nombre, que sujeta y toca el lamento escrito de una mujer enamorada de él hasta los huesos.
«Él dejó caer la carta, las manos le temblaban. Entonces empezó a cavilar durante un buen rato».
La profundidad y el detallismo con los que Zweig dibuja los personajes de sus novelas- alejados de todo juicio-, transportan al lector a una dimensión narrativa en la que las sensaciones se multiplican. Una atmósfera que permite que entre en juego el plano reflexivo; que conjuga todo aquello que las letras invitan a construir. Carta de una desconocida junto con Miedo, Veinticuatro horas en la vida de una mujer o Novela de ajedrez son, posiblemente, los mejores ejemplos de ello. Unos en los que dicha realidad se eleva al máximo exponente.
La novela del austrÃaco, publicada cuando los calendarios marcaban el año 1922, habla de amor y de olvido. De ilusión y miedo. De existencia y silencio. De unos ojos que no ven y un corazón que, sà siente.
Carta de una desconocida habla, también y en último término, de nosotros. Nos acorrala y obliga a tomar asiento frente a una serie de incógnitas rara vez planteadas. ¿Qué nos hace ser? ¿Son los demás o- por el contrario- nosotros mismos quienes nos (auto)otorgamos valor y sentido? ¿Existen lÃmites tangibles en el amor? ¿Es posible amar a alguien que ignora nuestra existencia? ¿Es la sonada constancia de esta última un requisito para ser?
Las mejores novelas son las que nos cuentan cosas de nosotros. Cosas que desconocÃamos o que nos empeñábamos en desconocer. Las que, de alguna manera, nos ayudan a entendernos. A saber quiénes somos. Una buena novela es siempre mucho más que el conjunto de letras que la hacen serlo. Es todo lo que provoca- directa e indirectamente- en quién las recibe. Carta de una desconocida forma parte de ese distinguido club de novelas que son más que eso.
Un relato breve. Sutil, Ãntimo y transparente. Real. Que representa una dualidad, tan real como nuestra; el humo frente a la permanencia. Una -maquillada- invitación a escuchar, ver y sentir aquello que construye la cotidianidad de nuestro alrededor. Un relato al que es necesario volver. Una, dos, tres veces más. Las que sean. Cada nueva lectura es, en el caso de esta novela y por alguna especie de maravilloso fenómeno, un paseo casi a ciegas.
Desconozco si el olvido es, siempre, demasiado largo. Pero sà sé que las novelas de Zweig lo son en el extremo opuesto. Demasiado cortas. Siempre.