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¿Por qué confundimos lo aleatorio con lo arbitrario?

Notas y apuntes rescatados de los cuadernos olvidados en el fondo de un cajón de sastre | Foto: Pexels

¿Por qué confundimos lo aleatorio con lo arbitrario?

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La palabra también necesita electricidad para encenderse.

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Deleuze. El concepto busca ser acontecimiento, no esencia.

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El compromiso fallece cuando la complicidad se disfraza de liturgia, archivo y documento. La honestidad, ni juicio ni veredicto.

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La tela se viste a veces de la discreción del forro y, a veces, de la elegancia de la capa.

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Las patologías del yo sólo pueden ser intervenidas desde la jardinería doméstica. El rie(s)go del bonsái, ni superávit ni carencia.

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La lágrima. La belleza de la encrucijada. El lugar concreto y preciso en el que un milímetro te sitúa o en el precipicio o en la emancipación.

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La improvisación. La melodía de los ancestros de la memoria. Una coreografía de la intuición.

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Sobre Newton. El pesimista cree que todo lo que sube, baja. El optimista piensa que todo lo que baja, sube. El resignado se dedica al bricolaje.

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Greguería. La cobra es un animal remunerado.

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La fidelidad y la obediencia no tienen nada que ver. Ese error ha generado una generación de autómatas.

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El animal que aún no está domesticado (del todo) ruge contradicciones.

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El problema no es vivir inmerso en contradicciones. El problema es qué hacer para que no se conviertan en incongruencias.

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El filósofo que renuncia a pensar para escupir odio es como el ex-culturista que deja las pesas pero sigue gritando al espejo. Con toda la flacidez encarnada.

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Verano. Pedimos cervezas en vez de certezas.

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El humanismo del s. XXI consistirá en defender la intuición frente al algoritmo.

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La melancolía es el rastro que deja el avión en el cielo despejado. La nostalgia, en cambio, es la cola de la lagartija que busca su cuerpo mutilado.

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Una vez expulsados del reino de la espontaneidad, hay que combatir la inercia con insistencia y pasión. Nunca con euforia ni mansedumbre.

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Especulación. Cuando aceptamos, sin rechistar, llamar criterios a las estrategias.

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Utilizamos mítico como un adjetivo cuando debería ser un nombre. Más propio que ninguno.

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Los cargos los carga el diablo.

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La multitud es la multiplicación y concentración de uniformidades. La comunidad es la identidad basada en la polifonía de disidencias.

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Quien dice tener las ideas claras esconde mucha oscuridad.

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¿Por qué esta cruzada contra los botones?

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Petición a la RAE. Cada vez es más imprescindible incluir el guion en re-conocer.

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La autodenominada nueva política se refugia únicamente en la emergencia. Ése es, ya, su primer naufragio.

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Cena con Márkaris en Córdoba. La novela negra ha cambiado las preguntas, pasando del quién lo hizo al por qué.

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Padura. Hacer simpática a una política no es fácil, nos dice.

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¿Cómo repensamos el deseo? ¿Por qué no tapamos los ojos a todas las esculturas de la ciudad?

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Wiesbaden. Un estanque. Los patos miran de reojo. Saben que algún día los incluiremos como protagonistas en una obra de teatro.

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“Usted y su vestido no son de ninguna época”. Sagarra. Adoptar la réplica como emblema.

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Ahora, entre los papeles arrugados que asoman después de la muerte, descubrimos que Lladó viene de Latona. Ya no somos fruto sino diosa del olvido.

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El periodismo es, también, un problema de temperatura.

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Conferencia en el MACBA de Didi-Huberman. La emoción es una cuestión ética.

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El Scalextric es el primer ejemplo del eterno retorno.

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Habla Fina Birulés. Necesitamos crear sentido, sumar memoria y proyecto, salir del presente absoluto.

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Manantial. Descubrir un sitio que no existe.

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Ese tipo no se moja nunca. Por eso lleva paraguas durante la lluvia de ideas.

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Garcés. Ni lamento ni promesa. Escapar del sistema educativo basado en las patentes y las competencias. No se trata de ofrecer un mensaje, sino de qué herramientas estamos dispuestos a compartir.

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Conversamos con Guerín. El cine como escritura, una dialéctica entre el cálculo y el azar.

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Publicar. Es como ser esa madre-elefante que deja a su cría sola y desamparada.


{Junio 2014 – Abril 2017}

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

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