La editorial Tránsito recupera Una familia en Bruselas, de Chantal Akerman, novela corta que fue publicada originariamente en 1998, y al que acompaña un texto de la directora y montadora Diana Toucedo (“Sólo nos queda el cuerpoâ€).
Una familia en Bruselas comienza con un narrador en tercera persona; a las pocas páginas cambia a primera persona. Las primeras nos sitúan frente a una mujer en bata, sola en su apartamento en Bruselas, quien ha perdido a su marido y tiene dos hijas. Después, esta mujer se adueña de la voz narradora y comienza un monólogo basado en el recuerdo y en las divagaciones cotidianas. Esta mujer es el alter ego de Natalia Leibel, la madre de Akerman, quien fue el centro de muchas ficciones y documentales de la cineasta, pero especialmente de las pelÃculas News from Home (1977) y No Home Movie (2015), pelÃculas con las que Una familia en Bruselas comparte no pocos elementos temáticos. De hecho, puede incluso entenderse como una suerte de bisagra entre una y otra, entre aquellas cartas que componÃan la primera y las videollamadas que dan forma a la segunda.
A lo largo de Una familia en Bruselas, esta narradora que ha perdido a su marido recuerda cómo fue el proceso de su enfermedad en una cotidianidad que rememora desde una cierta placidez que no está exenta de la sensación cruel de ser testigo de cómo un cuerpo y una mente han acabado carcomidos por la edad y la enfermedad. Hay algo casi litúrgico en el modo en el que la narradora va recordando una cotidianidad que pasado cierto tiempo toma la forma de una historia Ãntima, personal y familiar que trasciende sus aparentes contornos vulgares -en un sentido no peyorativo- para hablar de la condición humana de una forma más amplia. También, abstracta. Porque, aunque es un relato concreto y evocador que remite, además, a elementos autobiográficos de Akerman, Una familia en Bruselas tiene la gran virtud de construir un territorio literario que va más allá de sus leves trazos narrativos.
AsÃ, la evocación del pasado, tanto reciente como más lejano, de las vivencias familiares de la narradora avanzan de manera aparentemente caótica, yendo y viniendo en el tiempo, intercalando momentos, pensando en la fugacidad de una vida que, ahora, enfrentada a una cierta soledad, aparecen como fogonazos de algo que ya no se puede recuperar. Largas frases, a veces de puntuación libre, se dan la mano con otras más breves, concisas y directas, creando un estilo directo y limpio en el que las reflexiones vienen dadas de esa cotidianidad de la que surge todo lo importante. Akerman no busca más allá de los hechos, son estos, y su narración, los que conforman un discurso que es tan cruel como bello a la hora de recordar, por ejemplo, como el rostro de su marido fue degenerando con el paso del tiempo.
Una familia en Bruselas no es un texto nostálgico -Akerman nunca lo fue-, pero sà profundamente melancólico a la hora de enfrentar a la narradora tanto a su presente como a la sombra del pasado en este. El duelo por la muerte de su marido deviene en una profunda exploración alrededor de aquellos elementos que dieron -y siguen dando, aunque de otra manera- sentido a las existencias de dos mujeres, la madre y la hija. Porque esta acaba, a través de la otra, hablando de sà misma al narrar los recuerdos de aquella. Un proceso de comprensión de una intimidad, de un drama mundano, que acaba albergando en sus páginas la capacidad de transformar lo aparentemente anodino en una mirada profunda sobre la condición humana trazada sobre los mimbres de lo nimio como elemento verdaderamente importante para entender la vida.