Cuando surgió la alternativa al realismo en la literatura, tal vez con Kafka, tal vez con James Joyce, tal vez, en España, con Juan Benet, surge, a la par, la pregunta clave: ¿puede el pensamiento moldear la realidad? En buena medida, el flujo de conciencia con que termina el Ulises, los onÃrico de Kafka, la determinación por el proyecto verbal, interminable, en Juan Benet, pertenecen a la categorÃa de pensamiento. Los proyectos ya no reflejan la realidad sino el reflejo de la realidad contra nuestra materia gris. Esta novela pertenece a ese estado. Por aclararnos, uno la vincula con el momento en que Juan Goytisolo decide abandonar el realismo, pero todavÃa sujeto a su compromiso social, escribe Paisajes después de la batalla. Lo que ocurre es que Dragan Velikic (Belgrado, 1953), como Goytisolo, no puede abandonar la suerte de lo inmediato en su entorno. De ahà que se centre en la Serbia de posguerra y en los resultados sobre la gente de la barbarie. En este caso, en el exilio. Cada uno de los personajes, que se conocen al principio, se separan y terminan por reencontrarse siguiendo el dictado del dios del azar, se sirve de los kilómetros para poner distancia suficiente con la que sanar la memoria. Alguno necesita viajar hasta California, a otros les basta con cruzar la frontera. Pero todos padecen no ya el sÃndrome de Ulises, el propio de la inadaptación del inmigrante, sino la negación del mismo.
Bajo estas premisas, lo que suceda, incluido lo que suceda dentro de sus cabezas, es provisional. Se reinventan lo mejor que pueden, sÃ, pero saben dónde está la arcilla de la que vienen. Asà pues, la memoria se caracteriza por su crudo patetismo:
“Todo está a medias, nunca se termina nadaâ€.
Y mucho menos uno mismo. Como Goytisolo, recurre al verbo presente y a la relación en segunda persona del singular. El efecto de inmediatez es hipnótico y asà lo que sucede nos importa. No estamos mirando a la mujer que elige tal cafeterÃa porque recuerda los pasteles de la infancia, nos sentamos con ella para compartir la memoria. Y en ella está presente la herida de los Balcanes, sobre todo la inmediata, pero también la histórica: ese lugar mestizo, que ha sido atravesado por una y otra cultura con frecuencia, que ha sido colonizado por diversas religiones hasta que tiene una de las culturas más singulares y potentes del planeta.
Hay una trama que a medida que avanza el libro se va desdibujando a favor de los personajes. Pero lo más elaborado es la estructura, tan sencilla que da envidia. Durante los primeros capÃtulos, Velicik se dedica a presentarnos la geografÃa y radiografÃa de los personajes empeñados en leerse y en intentar leer al otro. Sirva como ejemplo este diálogo:
“-La vida es eso. Una colección de trivialidades que se repiten.
-La vida es creación. Y amor. Si no lo hay, todo lo demás carece de sentido.»
Ahà está la persona que no escribe su destino y la que quiere renovarse. En cualquiera de los dos casos, el crimen marca su decisión. Las dos protagonistas principales no cesan de debatir entre el bien del viaje y el de tener raÃces. Las dos se preguntan qué es el mundo, o qué crea lo que llamamos mundo. Para ello Velicik se permite paréntesis reflexivos que reflejan la catarsis y la imposibilidad de desprenderse de un odio de diferente voltaje. Habla sobre el patriotismo y sobre el riesgo a perder, sobre el orgullo y los vÃnculos del amor, sobre las identidades que se configuran únicamente cuando se enfrentan a otras identidades, sobre qué hacer cuando no se cumplen las expectativas, de la herencia y su efecto de maldición y hasta del mundo como una cárcel. Habla de casi todo, porque no es posible olvidar a los desaparecidos, pero tampoco rendirse, renegar de las promesas que uno debe buscar si quiere que le salgan al encuentro. Y todo ello con una voz que es la voz de todos, del coro de personajes que componen esta novela que atrapa más a medida que uno avanza en ella.