Foto: Dife88 | Pixabay Commons

El último suspiro de la infancia

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Foto: Dife88 | Pixabay Commons

Hay momentos en que la lectura de un libro de ficción suscita una revelación. El tiempo se detiene, se abre una grieta en el curso cotidiano de la existencia y la ficción expone, como si esa pequeña fractura en la rutina nos lanzara de pronto a una dimensión paralela, los mecanismos artificiales con que se construye nuestra realidad. Algo así sucede al leer Enjambres la última novela de Edgar Borges, que ahora publica Altamarea ediciones y que continúa el ciclo de novelas sobre la naturaleza subversiva de la imaginación, integrado hasta ahora por La ciclista de las soluciones imaginarias (Ediciones Carena, 2014), El olvido de Bruno (Ediciones Carena, 2016) y La niña del salto (Ediciones Carena, 2018).

En centro del proyecto literario que Borges viene desarrollando desde hace años fluye una corriente imaginativa desbordada, casi infantil –en el mejor sentido de la palabra–, una hermosa ingenuidad en la mirada de algunos personajes que no se mancha con la grisura de la percepción adulta. Las claves para entender este proyecto literario las proporciona Robert Walser. Me refiero a que el cristal a través de donde Borges contempla la realidad y ajusta sus acontecimientos a la escala de la ficción es Walseriano. Pienso que, como ocurre en la literatura de Borges, el enigma que encierra la literatura de Robert Walser está relacionado con el enigma de la infancia. Tanto en los libros de Walser como en los de Borges late una dimensión infantil que descoloca a los lectores adultos. Sus personajes se resisten a formar parte de la sociedad, conservan una mirada inocente con la que examinan la teatralidad de la vida de los adultos, la repudian y buscan huir. En este sentido Edgar Borges es, sin lugar a dudas, el más Walseriano de nuestros autores. Si bien en Enjambres todavía late esa pulsación Walseriana, en sus páginas flota una atmósfera más lúgubre, aterradora, que recuerda al mundo opresivo de algunas novelas distópicas como El cuento de la criada de Margaret Atwood.

Enjambres está ambientada en una ciudad innominada donde ha estallado una guerra. Es una guerra particular puesto que no se trata de un combate entre dos grupos sino de unas guerras urbanas que suceden por todas partes, una guerra de «todos contra todos» causada por el creciente caos global:

«A partir de las siete de la tarde se profundizaban las guerras urbanas. Sin motivo aparente, cualquier grupo le podía declarar la guerra a otro; el enemigo podía estar en un edificio, en una raza, en un sexo o en una opinión».

La trama de Enjambres gira alrededor de María José, una chica de dieciocho años que no ha perdido la «vocación para inventar espacios», y de un grupo de amigos de la infancia que se refugia de las guerras urbanas, así como del nuevo orden que parece haberse instaurado recientemente, en una casa en un bosque junto a un lago enorme custodiado por siete árboles gigantes. En este espacio toma forma el mundo imaginario que María José le opone al caos global, el caos de los adultos y sus guerras urbanas.

Altamarea Ediciones

Borges deja deliberadamente indefinido el tipo de poder que se ha establecido en la ciudad y que ha trastocado el orden precedente, aunque en algunos comentarios de los personajes se alcanza a intuir que se trata de que ciertas corporaciones están privatizando los servicios públicos. Lo que le interesa a Borges, me parece, es examinar las maneras en que opera el poder y reflexionar acerca de la posible resistencia dentro de un entorno que cada vez se cierra más sobre el individuo. En Enjambres queda claro que el funcionamiento del poder no solo es vertical, sino, principalmente, horizontal. Borges dibuja con maestría la maquinaria del poder, y pone de manifiesto que su propagación es tanto una imposición de los gobiernos y las corporaciones a la gente común, como un contagio lateral de individuo a individuo. La estrategia con que el poder se camufla funciona: si las personas agotan sus recursos atacándose entre sí, no tienen tiempo ni energía de dirigir sus ataques hacia objetivos más responsables de su situación. Una década atrás se habría dicho que Enjambres era una distopía, pero a la luz de los acontecimientos de los últimos años, se me forma la impresión que la visión del mundo que se propone en la novela se acerca peligrosamente a nuestra realidad cotidiana. Una visita a las discusiones que se multiplican diariamente en Facebook o Twitter bastan para comprobar que estas guerras de todos contra todos vienen ocurriendo hace tiempo.

Pero Borges no es un pesimista ni le cede espacio al cinismo. Al contrario, Enjambres conserva un atributo rousseauniano que le permite encontrar una salida del caos circundante. La naturaleza, la infancia, los juegos y la imaginación son casi puntos de apoyo idílicos donde los personajes logran reposar, contemplar y repensar el mundo. En un pasaje en que María José está cerca del lago y los pensamientos acerca de las guerras urbanas la acometen, encuentra una vía de escape en el juego y en la naturaleza:

«Mirar el cielo siempre la despejaba, comprobar que en el infinito no había fronteras era algo que le hacía borrar cualquier problema. Las pinceladas naranjas, rojas y amarillas la convencían de que ella también era parte del paisaje. Ese jueves se le ocurrió jugar a que un observador la confundía con cualquier fenómeno del espacio».

Son varias las veces que María José abandona la casa del bosque para ir al lago sola. Le gusta pasear y pensar en los juegos que podría proponerles a sus amigos en la casa del bosque. En estos paseos se abandona al mundo de su imaginación:

«Quiso tener los treinta mil pequeños ojos de una libélula para ver más allá de la realidad adulta. Pero ella, que tanto le gustaba fantasear, solo tenía dos ojos y un profundo temor del juego que llevaba en mente Adolfo».

En un punto de la novela, las guerras urbanas empiezan a contaminar la mente de los amigos de María José, que todavía permanecen aislados en la casa del bosque. Las libélulas, el bosque, el lago funcionan como metáforas, pequeños reductos donde María José intenta preservar la inocencia –su verdadero yo– en el cruel paso de la infancia a la etapa adulta que están padeciendo sus amigos:

«María José pensó en la expulsión del paraíso como la única metáfora posible para explicar la entrada a la etapa adulta. La adultez sólo podía ser un brevísimo intento de vida; un simulacro constante de aquello que una vez fuimos de niños».

Como en sus otras novelas, en Enjambres la realidad se fragmenta, estalla en mil pedazos, y solo a través de la ficción los personajes alcanzan a conferirle cierto orden al mundo. Del mismo modo, la armonía echa raíces en el caos en la forma de la infancia. La infancia es un punto de escape a la vez que una etapa donde priman la ficción y la liberación. En ciertos momentos de la novela, me parece que Borges escribe una bella fábula infantil –no exenta de tragedia y crueldad– para adultos. Concentra el mundo en una imagen infantil donde los adultos pueden ver reflejado todo lo que han perdido en su proyecto civilizatorio. En este sentido, Enjambres se puede leer como el último suspiro de la infancia.

Borges nos propone una contemplación retrospectiva. La esperanza, parece sugerirnos, radica en el pasado de cada uno de nosotros, lo que quiere decir que en cada nueva criatura que nace se puede empezar otra vez. Solo hace falta dirigir la mirada a unos niños jugando. El juego supone una liberación así como un aprendizaje, pese a que en el mundo de la novela el juego termine contaminado por las guerras en la ciudad. Pero Borges, como María José, no desiste. Enjambres es un intento por rescatar la imaginación, el juego y la infancia de su destrucción. Este, me parece, es el sentido profundo y ético de esta bella y muy recomendable novela.

Laury Leite

(Ciudad de México, 1984) es escritor. Ha publicado las novelas En la soledad de un cielo muerto (Ediciones Carena, 2017) y La gran demencia (Huso Editorial, 2020). Su obra ha sido traducida el inglés y al italiano. Vive en Toronto, Canadá. https://www.lauryleite.com/

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