Incendio Amazonia | Foto: Pixundfertig | Pixabay Commons

La venganza de la jungla

Basándose en los años en que vivió en Brasil, el escritor nórdico Gert Nygardshaud describe la realidad ecológica latinoamericana en el thriller 'Mengele zoo'

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Incendio Amazonia | Foto: Pixundfertig | Pixabay Commons

Cuando terminé de leer, absorbido por su argumento, tan bien trabado como resuelto, la extensa y trepidante novela del noruego de apellido impronunciable Gert Nygårdshaug, Mengele zoo, me vino a la cabeza de inmediato uno de esos poemas tan suyos, en los que la extrema sencillez no resta un ápice de sugerencia y verdad, de Miguel D’Ors, Nostalgias amazónicas, de su libro La música extremada:

“Quién fuera un yanomani:/desnudo e inocente, viviría/fuera de calendarios y mentiras,/en paz con los vecinos y las lluvias,/los dioses y mi cuerpo. Mis únicas costumbres/serían los espesos follajes goteantes/traspasados por cantos de colores vivísimos/rápidos como flechas./No envidiaría, no consumiría,/nadie me robaría. En una estera/tejida con cortezas/fecundaría a mi fiel india bajo/la mirada propicia de los astros”.

Nórdica y Capitán Swing

Y es que el cuarteto de personajes en el que se centra la novela a partir del inesperado giro que se produce en su desarrollo ansía vivamente retirarse a la selva amazónica, a una aldea perdida y arrasada por la violencia del progreso, a pasar el resto de su vida. También, claro, he tenido siempre presente, por la ambientación en El Idilio, entre los indios shuar, y la mirada crítica sobre la situación en la Amazonía, además de por su inolvidable protagonista, Antonio José Bolívar Proaño, Un viejo que leía novelas de amor, la extraordinaria y magnética novela de Luis Sepúlveda, el escritor chileno residente en Gijón, la primera persona de quien tuve noticia de haberse infectado del virus asesino que nos asola y contra el que luchó en vano durante casi dos meses, vaya desde aquí nuestro homenaje.

Mengele zoo, publicada en esmeradísima edición conjunta por las editoriales Nórdica y Capitán Swing, es una narración a la antigua usanza, lineal en su trama y en tercera persona omnisciente como punto de vista invariable, pues el narrador abarca y controla la totalidad de la historia con mano férrea. También como mandan los cánones de la novelística tradicional el comienzo es descriptivo, presenta el espacio primordial antes citado, una comunidad perdida en medio de la jungla, centro curioso de la acción que luego se desplaza a multitud de lugares del mundo, mediante pinceladas de tonalidad lírica, sin pasarse, sin que se le vaya la mano bucólica al autor. Así, se transmite desde el principio esa atmósfera densa, rebozada de olores, de la selva: “Hacía calor y la jungla exhalaba”. A esta capacidad se une una escritura muy visual, de una plasticidad destacable, sea cual sea la ciudad del planeta por la que deriva, casi se despeña, el argumento; no es de extrañar que otras novelas de Nygårdsshang hayan sido adaptadas al cine, como a buen seguro sucederá con ésta.

Igualmente de entrada, como es de rigor, se retrata al futuro protagonista, Mino Aquiles Portoguesa, nada menos, un chiquillo desharrapado y descalzo de seis años, al que se presenta en su salsa, robándole junto a los compinches de su pandilla a un vendedor de cocos, “el viejo Eusebio el del carrito”. El niño lleva consigo la fecunda memoria oral indigenista, que le transmite el padre relator, leyendas de los obojos en concreto, lo ancestral de tribus perdidas en la memoria del tiempo, algunas aún no halladas, pues hace poco se tenía noticia por la prensa de una de ellas todavía desconocida. Después, tras el salvaje asesinato de su familia y sus convecinos, se convierte como único superviviente en depositario de la rabia colectiva, en encargado de devolver la violencia gratuita sufrida por su pueblo desde siempre, la que silenció a su pobre madre desde que fuera violada por cuatro armeros, pistoleros del ejército, cuando espigaba descuidadamente guanábanos caídos.

El nombre rimbombante del protagonista, el del cura de la parroquia: el padre Macondo, como homenaje explícito, y los derrotes de realismo mágico, que en buena parte quizá allí sea simplemente real, para empezar la nube de mariposas, conocidas como “manifestantes”, que aparecen en la escena inicial situada en el poblacho, justo antes del episodio de la trastada con un sapito blanco venenoso que termina con la muerte del niño perillán, o más adelante el aceite de unas insólitas flores azules que protege por completo del fuego y de las quemaduras, remiten, claro, a la admiración hacia la obra de Gabriel García Márquez, a la que se añade mediante una cita Juan Rulfo y su El llano en llamas y, en otro orden de cosas, Bernal Díaz del Castillo.

La parte lírica, salvífica para Mino, se focaliza en las bellísimas mariposas selváticas, a lo largo del libro se despliega un amplio muestrario de lepidópteros que caza de niño para contribuir a la manutención familiar gracias a la venta de ejemplares disecados por parte de su padre. Nombraremos algunas de las más vistosas: la Pieridae blanca con manchas doradas y anarajandas; la Papilionidae, cola de golondrina, azul amarillenta; la Feronia rosa pálido; la Mimosa de rayas amarillas y antenas azules y, por encima de todas, la icónica, para el transcurso y devenir de la obra, Morpho azul metálico. Tanta hermosura no consigue, sin embargo, borrar la crueldad del mundo.

En su conjunto, se trata sin duda de una novela de tesis. Ya en la nota inicial el autor nos advierte:

“La violencia contra la selva y sus habitantes es inconcebible. La realidad es peor de lo que cualquier novela puede transmitir. Y las consecuencias son casi imposibles de entender”.

En verdad la situación de la selva amazónica, el conocido como pulmón del planeta, es cada vez más preocupante, con frecuencia aparecen en los informativos incendios pavorosos, la deforestación es galopante, se dice que cada minuto se destruye una extensión del tamaño de un campo de fútbol. Si la tasa de deforestación, motivada por la codicia y la industria, continúa, es posible que el ecosistema sufra un colapso en veinte o treinta años. Este efecto sería devastador para el mundo. La WWF señala que «las seis grandes amenazas del Amazonas” son «las concesiones mineras, el aumento de gigantescas presas hidroeléctricas, la construcción de carreteras, la expansión de la agricultura y ganadería intensivas, la tala a matarrasa y los cambios en la legislación en torno a las áreas protegidas». “Los bosques tropicales y todos sus secretos estaban siendo arrasados, destruidos y exterminados”, afirma contundente en la última parte de la narración uno de los personajes, el supuesto último superviviente de la tribu sápara, el indígena Denasco Peuchc.

Todos estos factores, además de la explotación de las compañías de caucho y bananeras norteamericanas y la extracción de petróleo, constituyen el telón de fondo de Mengele zoo, título procedente de una expresión brasileña referida a un asunto que se encuentra fuera de control y que tiene su origen en el sanguinario médico nazi, el “ángel de la muerte” de Auschwitz que murió bajo nombre falso en Brasil sin llegar a ser detenido:

“Mino sabía que nunca llegaría a descifrar el enigma de Josef Mengele. Pero el mundo parecía hecho a su imagen y semejanza”.

Ciertamente abundan las señales de que la degradación y arrasamiento de la selva va a peor, mientras leía la novela tuve noticias de la película corta Pyturhen, une lettre pour la défense des gardiens de la forȇt de Zahy Guajajura, sobre la masacre de un pueblo indígena tal que el de Mino, al cual, por cierto, vuelve el protagonista al cabo de los años, con un amigo, para encontrárselo convertido en una colonia de indios borrachuzos al servicio de una multinacional que va a construir una presa gigantesca destinada a abastecer una fábrica de bauxita. Y el otro día El País titulaba un reportaje de Sociedad: El punto de no retorno de los bosques tropicales, sobre los incendios que destrozan la cuenca amazónica, en serio riesgo en más de un tercio de su territorio de transformarse de manera inminente e irreversible en sabana de suelo seco y pastizales.

Ahora bien, la orientación crítica hacia la destrucción sistemática de la masa vegetal que oxigena al mundo y la consecuente censura del imperialismo yanqui y por extensión del capitalismo mundial insaciable podría lastrar la andadura de la novela de un maniqueísmo empobrecedor, pero el escritor noruego salva este riesgo convirtiendo desde el inicio la novela de tesis en una de aventuras, en la que el protagonista se ve envuelto continuamente en mil lances y peripecias, de entrada ya cuando, tras ser destruida, arrasada y exterminada su comunidad por la codicia de los gringos aliados con los caciques de la zona, huye y deambula por la jungla hasta que lo encuentra exhausto y lo salva el mago Isidoro, con el que emprende andanzas harto singulares y entretenidas.

De igual manera podría defenderse que nos encontramos ante una novela de formación o iniciática, hasta la mitad o así de la trama, pues asistimos al rapidísimo aprendizaje del personaje principal, su paso desde su durísima infancia a una precoz madurez tan impetuosa como iracunda. Y a partir del quicio de la novela, como se va anunciando previamente, en paralelo, al incluir escenas en un lugar secreto de París donde dos agentes al servicio de la alta y sucia política internacional parece ser que persiguen a unos encarnizados terroristas dispuestos a evitar con atentados de lo más curioso y sanguinario la destrucción de Gaia, cabría encuadrarla en el subgénero narrativo de reciente predicamento, en particular en los países nórdicos, conocido como thriller ecológico.

Dejo que el lector, tras internarse en una travesía de cerca de quinientas páginas, después de haberlas devorado, averigüe si al cabo la jungla, una vez que se hayan vengado en su nombre, los acogerá como en algunos cuentos de Horacio Quiroga o bien se los acabará tragando como a los personajes de La vorágine de José Eustasio Rivera o a Percy Fawcett, “el legendario capitán inglés que desapareció en la selva mientras buscaba culturas antiguas, al sur del río Xingú, hace más de cincuenta años, sin dejar rastro alguno” tal y como se lo contaron al autor en el bar Stalingrado de Cumaná, mientras saboreaba un vaso de ron y a buen seguro pergeñaba este novelón. En el caso de que consigan llevar a cabo su voluntad de apartarse de la humanidad depredadora y no sean destrozados por su propia espiral de terror.

Fermín Herrero

Fermín Herrero (1963, Soria). Autor de 'La gratitud' (Premio de las Letras y la Crítica de Castilla y León 2014 y Premio ‘Gil de Biedma’). Ha publicado los poemarios: 'El tiempo de los usureros', 'Un lugar habitable', 'Tierras altas', 'Echarse al monte', 'Tempero' y 'Sin ir más lejos'. Actualmente colabora en el suplemento de cultura de 'El Norte de Castilla'.

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