El rey Lear | Foto: Mikes | Pixabay Commons

¿Cómo puede caer todo un país en manos de un tirano?

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El rey Lear | Foto: Mikes | Pixabay Commons

En 1982 Stephen Greenblatt publicó The Power of Forms in the English Renaissance, libro con el que creaba en su introducción el ‘Neohistoricismo’ o ‘Nuevo historicismo’, corriente de la crítica y la teoría literaria que parte de que una obra literaria -y, por tanto, cualquier manifestación artística- debe ser considerada como el producto de un momento -una época y un lugar- y a partir de las circunstancias de su escritura o creación y más allá de considerarla tan solo como una creación aislada. Años después, en su ensayo Towards a Poetics of Culture (1987), desarrolló más esta postura analítica -arremetiendo, de paso, contra el marxismo de Fredric Jameson y el postestructuralismo de Jean-François Lyotard.

“Shakespeare comprendió también algo que en nuestra época se pone de manifiesto cuando un gran acontecimiento -la caída de la Unión Soviética, el colapso del mercado inmobiliario o el resultado inesperado de unas elecciones- logra arrojar una luz deslumbrante sobre algún hecho desconcertante: incluso los que se encuentran en el centro de los círculos más exclusivos del poder a menudo no tienen ni la menor idea de lo que va a ocurrir”.

En El tirano: Shakespeare y la política (Alfabeto, 2019), Greenblatt se acerca a la figura del tirano en varias obras de William Shakespeare a partir de esa metodología neohistoricista, introduciendo al dramaturgo en el centro de su época y de las convulsiones políticas desde mediados del siglo XVI durante el reinado de Isabel I, retrocediendo en el tiempo hacia el reinado de su padre, Enrique VIII, como inicio de algunas cuestiones presentes en el período isabelino. De este modo, Shakespeare aparece, en manos de Greenblatt, y a través de aquellas obras que hablaron, y situaron en el centro de la escena, alguna forma de tiranía o la representación de algún tirano. Como un creador que no era ajeno a su realidad, consciente de sus dictaduras y de sus peligros, de la necesidad de vehicular o tamizar mediante, en palabras de Greenblatt, ángulos oblicuos, cualquier referencia a la realidad. Ya fuese explícita o implícita o, simplemente, pudiese dar pie a interpretaciones peligrosas.

Ediciones Alfabeto

La coda final que cierra El tirano enlaza con el primer capítulo, Ángulos oblicuos a modo de estructura circular. Greenblatt expone en esas páginas iniciales como: «En la Inglaterra de Shakespeare no había libertad de expresión, ni en el escenario ni en ninguna otra parte (…) Los intentos de exponer una reflexión crítica sobre los acontecimientos de la época o sobre los personajes más destacados del momento resultaban particularmente arriesgados». De ahí que Shakespeare, «se dio cuenta de que pensaba con más claridad sobre los asuntos que preocupaban al mundo en el que vivía cuando los abordaba no ya directamente, sino desde un ángulo oblicuo. Sus obras dramáticas sugieren que la mejor manera que tenía de reconocer la verdad -de poseerla plenamente y no morir por ella- era a través del artificio de la ficción o por medio de la distancia histórica».

Para Shakespeare, como para el resto de los dramaturgos coetáneos, la época en la que vivía resultaba muy atractiva; aunque también muy peligrosa. Las intrigas políticas entre protestantes y católicos que recorrían todo el país y los pasillos de poder eran simplemente la punta del iceberg de una Inglaterra en ebullición. Las conspiraciones se sucedían, y, junto a ellas, las delaciones, las detenciones, las torturas, y, finalmente, las ejecuciones. Para Greenblatt, Shakespeare fue extremadamente prudente e inteligente a la hora de retratar todo lo anterior de manera oblicua, con la suficiente distancia como para lograr que los espectadores que acudían a ver sus obras supiesen, o intuyesen, elementos que se relacionaban con su realidad; pero, a su vez, era capaz de esconder esas referencias para que pasen desapercibidas para los delatores, quienes “acudían al teatro con el afán de pedir una recompensa por denunciar ante las autoridades cualquier cosa que pudiera ser interpretada como subversiva”.

De este modo, Shakespeare logró sortear la suerte que corrieron otros dramaturgos como Ben Jonson -encarcelado por su obra The Isle of Dogs, considerada sediciosa-, Thomas Kyd- quien murió después de ser torturado al ser interrogado sobre Christopher Marlowe- y el propio Marlowe, apuñalado hasta la muerte por un agente secreto al servicio de la reina mientras espera la resolución de una investigación alrededor de sus creencias religiosas. En la Inglaterra isabelina, ser dramaturgo parecía ser un oficio bastante peligroso. Shakespeare, según Greenblatt, no tenía una especial aversión hacia Isabel I, aunque se haya querido ver en Ricardo III, un monarca finalmente derrotado y asesinado por los rebeldes, una lectura sobre la monarca en sus últimos años.

Tras exponer este contexto, Greenblatt se centra en diferentes capítulos a analizar a distintos tiranos que pueblan la obra de Shakespeare atendiendo a que surgen en un contexto muy particular a la par que analizando la maestría del dramaturgo a la hora de plasmarlo en escena (dejamos de lado la cuestión, todavía actual, de la autoría o falta de ella de Shakespeare; la existencia de un autor o de varios). Para Greenblatt, lo relevante de sus obras no se encuentra tanto en que dé voz a la edad isabelina tardía, sino en cómo examina las profundas causas de las crisis de estado en que se desarrollaron. A partir de ahí, el ensayista lleva a cabo, en ocasiones de manera algo forzada, una relación con nuestro presente: muestra la viabilidad de atender a la mirada de Shakespeare hacia la tiranía y el poder desde una abstracción nacida de un atendimiento profundo del comportamiento humano. Si Shakespeare acudió al pasado histórico y ficticio para hablar de la política de su período, también se puede recurrir a él para reflexionar, sobre la situación política de la última década.

Greenblatt muestra cómo en sus obras Shakespeare dramatiza el ejercicio mismo del poder y las formas a través de las cuales los sujetos y los colaboradores son seducidos o entumecidos por la complicidad de los poderosos. Ya sean tiranos o partidos políticos. Para desarrollarlo, parte de una serie de obras teatrales, dejando de lado, el poema La violación de Lucrecia, en el cual Shakespeare abordaba temas que Greenblatt encuentra en obras teatrales, como la sexualidad como compulsión y motor de la tiranía y el poder; las redes familiares y de amistad; y, finalmente, el abuso de poder.

“La lucha de partidos hace uso cínicamente de la lucha de clases. El objetivo es desencadenar un caos que cree el marco idóneo para la toma del poder por parte del tirano”.

En dos capítulos –Política de partidos y Populismo fraudulento se adentra en las poco tratadas, en general, tres partes de Enrique VI. En el primero señala cómo el enfrentamiento entre las casas de York y de Lancaster se crea un aparato de distorsión política basada en el engaño para acusarse mutuamente y, sobre todo, manipular a la población. En el segundo expone como el duque de York es un populista que fomenta las fantasías de Jack Cade con el fin de crear desorden popular y beneficiarse de él.

En Cuestión de carácter se centra en Ricardo III, en la que Shakespeare “desarrolla brillantemente los rasgos de la personalidad del aspirante a tirano esbozados ya en la trilogía de Enrique VI: el egoísmo ilimitado, la transgresión de cualquier ley, el placer que provoca infligir dolor y el deseo compulsivo de dominar. Ricardo es patológicamente narcisista y arrogante en gran sumo (…) Los sentimientos de los demás no significan nada para él. No tiene ninguna gracia natural ni el menor sentido de lo que es una humanidad compartida, ni tampoco honestidad”. Se trata de llevar a cabo un retrato del personaje de Ricardo III como vehículo para hablar del gobernante, o tirano, megalomaníaco. Para ello, Greenblatt ofrece una lectura algo sesgada sobre un personaje de gran complejidad, así como de todo aquello que lo rodea.

El Ricardo III que surge del análisis de Greenblatt resulta, por momentos, demasiado adecuado a los intereses del escritor por confirmar sus argumentos y llevar a cabo una clara relación entre el personaje de Shakespeare y determinados mandatarios actuales, en especial el que ocupa actualmente la Casa Blanca. Y aquí Greenblatt, además de traicionar su metodología del neohistoricismo, anula en cierta manera el componente abstracto de las obras de Shakespeare al cual quiere apelar. De hecho, en los siguientes capítulos, Los cómplices y La tiranía triunfante, sigue reflexionando sobre Ricardo III, en esta ocasión, hablando sobre aquellos personajes que, a su alrededor, se encuentran sumidos en el autoengaño y una clara ceguera moral y política que permiten al tirano llegar al trono: “hay cierto toque de comicidad en la ascensión al poder del tirano, por catastrófica que sea. Los individuos a los que ha relegado o a los que ha pisoteado están en su mayoría comprometidos y son cínicos o corruptos. Por espantosa que sea la suerte que corren, resulta satisfactorio ver que se llevan su merecido”.

Su acercamiento a Ricardo III termina recordando cómo en 2012 fueron hallados en la ciudad de Leicester los que presumiblemente se aceptaron como los restos de Ricardo III, despertando una gran cobertura e interés mediático. Greenblatt recuerda el momento y señala que “quizá la prueba más interesante sacada a la luz después de más de quinientos años es la que nos ofrece la columna vertebral, curvada en una inquietante forma de S. La deformidad física evocaba vívidamente al personaje que en realidad importaba a la prensa mundial encargada de cubrir el acto: no ya la figura relativamente menor del Ricardo histórico, sino el inolvidable tirano creado por Shakespeare y puesto en escena en los teatros de Londres”.

En El instigador, Greenblatt se centra en Macbeth y, en especial, en Lady Macbeth; en La locura de los grandes en El rey Lear a partir de la yuxtaposición entre Lear y Leontes; en Caída y resurgimiento continúa con El rey Lear en comparación con Julio César con El cuento de invierno como nexo de unión entre ambos; y, finalmente, en Ascensión resistible afronta Coriolano para poner de relieve la caída del tirano en manos de las masas. De este modo, Greenblatt articula una visión general del tirano en Shakespeare cuya brillantez no se puede negar a la hora de analizar las obras y crear conexiones entre ellas y evidenciar el interés -y en cierto modo, fascinación- del dramaturgo por esos personajes; también su claro rechazo hacia la violencia y el ejercicio excesivo de poder. Pero, como decíamos, se percibe en las páginas de Greenblatt un claro intento de adecuar su análisis a sus argumentos para que el lector pueda sacar conclusiones de su presente a través de esos personajes. Y se puede: Shakespeare conformó un teatro del mundo mediante unas obras que no han dejado de hablar de las pulsiones humanas, de toda índole, desde entonces, con una hondura en su representación que pervive lo suficiente como para forzar las interpretaciones como en determinados momentos lo hace Greenblatt. Y a pesar de ello, El tirano es un ensayo por momentos brillante, minucioso en muchos de sus análisis y que transmite la pasión del autor por la obra de Shakespeare para, en última instancia, mostrar cómo es posible que todo un país caiga en manos de un tirano.

“En tiempos normales, cuando un personaje público es pillado mintiendo o simplemente pone de manifiesto una ignorancia flagrante de la verdad, su reputación que en entredicho. Pero estos no son tiempos normales. Si un testigo desapasionado señalara las grotescas distorsiones, equivocaciones y burdas mentiras de Cade, la cólera de la multitud se volcaría contra el escéptico, no contra Cade”.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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