Tras La buena voluntad, la editorial Fulgencio Pimentel publica Niños de domingo, segunda novela de una trilogÃa autobiográfica que completa Conversaciones Ãntimas. Tres novelas que, aunque amplÃan el universo cinematográfico de Ingmar Bergman, poseen autonomÃa propia como obras literarias.
“Ya por entonces tenÃa yo problemas con la realidad. Los lÃmites eran confusos y venÃan dictados por adultos extrañosâ€.
Niños de domingo, escrita en 1992, es, en cierto modo, una continuación de La buena voluntad (de hecho, Bergman nos remite a ella en un momento dado para conocer más a fondo las problemáticas de su familia); o, al menos, surge como un capÃtulo más de un trabajo de ficcionalización de las memorias del cineasta. Si aquella era una novela sobre los padres y el complejo proceso para consumar su matrimonio frente al rechazo de las familias (principalmente la de ella), Niños de domingo se considera la novela sobre el padre; y, Confesiones Ãntimas, lo es sobre la madre. Tres novelas que surgen tras Fanny y Alexander, una de sus obras magnas, un proyecto ambicioso y brillante que tiene su ampliación en estas novelas conformando una mirada hacia el pasado del cineasta que tiene interés tanto por aquello que pueda revelar sobre Bergman como por su trabajo de indagación en los mecanismos, en estos casos literarios, para articular lo memorÃstico bajo el amparo de la ficción.
El narrador y protagonista de la novela de Bergman es Pau, un joven ocho años. Es un niño de domingo: quienes nacÃan en domingo, se decÃa, tenÃan dones especiales de clarividencia; pueden ver y conjurar a los fantasmas e, incluso, predecir el futuro. La acción se sitúa durante el verano de 1926, en la casa construida por el pastor Dahlberg, en lo alto del pueblo de Dufnas. La madre ha alquilado la casa para veranear, situada cerca otra casa perteneciente, a su vez, a su madre, Varoms. Junto a Pau y su madre está Dag, el hermano mayor; Lillan, su hermana menor; también están Emma, Marta y Marianne. Todos esperan la llegada del padre desde Estocolmo. Tras la aceptación del matrimonio, con el paso de los años, surgen conflictos entre las familias; uno de ellos, la organización de las vacaciones familiares durante el verano. Karin, la madre, opta por alquilar esa casa cercana a la familiar para intentar encontrar una solución.
En Niño de domingo, Bergman, más que en La buena voluntad, recuerda a Chejov en su acercamiento a una cotidianidad que va desvelando, bajo lo aparentemente banal, unos sentimientos, a veces explÃcitos, en otras ocasiones, soterrados, que dan entidad a los personajes y a sus relaciones en una historia tamizada por la mirada de un niño, Pau, quien vive bajo el miedo o temor de una posible ruptura de sus padres. Máxime cuando ha sido testigo de una pelea fÃsica que ha impactado al niño. Un pasaje central en la novela en la que el mundo infantil de Pau se rompe cuando una realidad dura y devastadora, que desconocÃa, hace su aparición frente a él. Un momento que resulta impactante por la manera en la que Bergman la escribe: con una sequedad y un realismo que, sin embargo, posee un elemento de irrealidad producto de la mirada de Pau como testigo de algo que sucede ante sus ojos y que, sin embargo, surge ante él como una fantasmagorÃa, como algo imposible de estar sucediendo en tanto a que no entra dentro de su concepción del mundo.
Un pasaje esencial en Niños de domingo en tanto a que supone la exacerbación de cómo Bergman trasciende literariamente el realismo a lo largo de la novela para, sin eliminar los contornos descriptivos que construyen el mundo de Pau y su familia, lograr transmitir la ensoñación producto del recuerdo. Ahà reside unas de las grandes virtudes de Niños de domingo: la sensación de ingravidez de ese territorio literario que remite a una memoria y, por tanto, que recupera los recuerdos buscando adherirse en la medida de lo posible a lo que aconteció. De ahà la riqueza narrativa de Bergman para crear imágenes durante la descripción de una cena, un concurso de tiro al arco, las conversaciones y juegos infantiles o la visita de la abuela a la casa. O bien, ese viaje de Pau con su padre. Aunque Bergman se desplaza a 1926, introduce un desplazamiento temporal cuando Pau va a ver a su padre en la primavera de 1968. Este es un anciano viudo y el hijo acude de visita en un (re)encuentro entre ambos que conecta con ese pasado que Bergman ha ido desarrollando y el cual queda iluminado por una conversación que posee los trazos de una redención basada en un intento de entendimiento.
Niño de domingo nos sitúa, como hacen La buena voluntad y Confesiones Ãntimas, ante un Bergman que continúa indagando en temas transversales a su cine, como si necesitase de otros caminos expresivos y creativos para convertir la memoria en una ficción que trascienda el recuerdo propio para abrazar verdades más generales y profundas que la experiencia personal del cineasta y escritor. Una novela de gran belleza que sitúa, como las otras dos piezas de la trilogÃa, a Bergman en un lugar más que notable como escritor.