Para muchos de nosotros pasar de las certezas intelectuales a la seguridad de nuestras convicciones es de gran dificultad. Todos sabemos que un dÃa no respiraremos más, ni veremos los paisajes que tanto disfrutamos. Es un hecho que llegará una hora en la que nos será imposible visitar los sitios a los que siempre hemos querido ir, ni disfrutaremos más de la compañÃa de quienes nos son cercanos, conocidos y por conocer, y a quienes les espera el mismo destino. Sabemos que todo es baladÃ, al menos en esta dimensión de la realidad. Nada de lo que hagamos causará un mÃnimo cambio en el olvido hacia el que el Tiempo, en toda su sabidurÃa, nos lleva. Y, aun asÃ, nos arruinamos cada dÃa como si el éxito de nuestros compromisos y ambiciones pudiera eliminar la tumba en la que terminaremos.
Algunas veces son las desgracias personales las que logran sacudir ese vicio. Por razones meramente polÃticas, Kamo No ChÅmei (Japón 1155-1216) fue incapaz de ocupar la vacante en la corte que dejó la muerte de su padre, lo que lo llevó a abandonar la vida acomodada de los poetas y sacerdotes cortesanos a inicios del periodo feudal. Aunque heredó la casa de su abuela, la mala suerte y las cada vez más problemáticas relaciones familiares terminaron por hundirlo en la pobreza. Durante los siguientes cinco años tomó los votos del budismo y del recluso y vivió en una casa mÃnima en las periferias de la capital, donde encontró refugio en el silencio, la poesÃa y la contemplación. Cinco años después tomó el rumbo hacia las montañas y construyó una cabaña de tan solo unos cuantos metros de largo y ancho, plegable y capaz de ser transportada de un sitio a otro. Es ahÃ, ausente de los asuntos humanos, dónde escribió HÅjÅki, traducida para nosotros como Pensamientos desde mi cabaña (errata naturae, 2018).
Sin más posesión salvo por unos libros de poesÃa y sus instrumentos musicales, un koto y una biwa, pasó el resto de sus dÃas en aquel entorno, dónde reflexionó sobre lo efÃmero que es el mundo y las calamidades que le llevaron a aceptar y vivir esa verdad básica. Por aquel entonces Japón habÃa sido devastado por incendios, inundaciones y terremotos, por toda clase de intrigas y conflictos de poder que llamaron a la guerra y sus amigas, la hambruna y la humillación. ChÅmei observó y vivió escenas que en nada se diferencian a las que las noticias nos tienen acostumbrados: ciudades devastadas, familias destruidas, cuerpos mutilados por las armas o por los elementos, ricos y pobres reducidos a unos simple harapos. En cierta manera, es un consuelo siniestro saber que las cosas siempre han estado asà de mal.
Sus Pensamientos comienzan con un listado de todas esas tragedias. Una tras otra desfilan las casas destruidas por el fuego y el agua, con sus muertos y sus desamparados alimentándose de cualquier mendrugo y rascando algunas monedas con la venta de muebles sagrados e imágenes de Buda, bienes robados de los templos para ser despedazados y dar algo de calor con su quema. En algunas tradiciones esotéricas los eventos del mundo reflejan los conflictos interiores de quienes los viven y ChÅmei lo muestra de maneras mesuradas. «He tenido la desgracia de vivir en un tiempo inmundo y de extrema decadencia, obligado a ser testigo de escenas desoladoras», escribió en su cabaña dónde, a pesar de haber encontrado la paz, murió no del todo convencido de haber sido un buen hombre.
Es imposible no encontrar el parecido entre los Pensamientos desde mi cabaña y las Meditaciones de Marco Aurelio. Los estilos son diferentes, el primero siendo memoria y ensayo mientras el segundo se presenta como una serie de aforismos. Sin embargo, las preocupaciones existenciales son las mismas; lo momentáneo, lo trágico, las fuerzas de la naturaleza y el destino que moldean todo lo que ocurre aquà abajo. Sus autores están de acuerdo que gran parte de la infelicidad que hemos arrastrado durante siglos se encuentra en nuestro apego irracional hacia lo que sabemos finito, mundano y, a fin de cuentas, de poca importancia en el gran escenario del Universo, y ofrecen una salida en la aceptación de esta transitoriedad, pues es la testarudez la que nos coloca las cadenas de la angustia. Hay, sin embargo, una diferencia entre ambos: las cavilaciones de ChÅmei están bañadas de una cierta tristeza que no se encuentra en ninguna de las reflexiones de Marco Aurelio, tal vez porque el primero fue poeta y el segundo emperador.
Como texto, el libro de ChÅmei se termina de leer en un par de horas. Esta edición, sin embargo, viene acompañada de un prólogo de Natsume SÅseki y un postfacio por Jacqueline Pigeot, además de un pequeño ensayo sobre cuestiones literarias y filosóficas en la obra de ChÅmei, Retiro y poesÃa, por Tamamura Kyo. Es un libro pequeño que no hubiera sido posible sin las traducciones de Sara Pintado, Guillermo de Eugenio, y Bruno Mattiussi, además de la entrega especial con la que errata naturae se volcó sobre ella. Y agradecidos deberÃamos de estarles a todos ellos, ya cada dÃa parece como si estuviéramos a punto de entrar en tiempos en los que será necesario armarnos de esta sabidurÃa.
Vanidad de vanidades, todo vanidad.