Island Temple Foochow | Foto: J. Thomson | Wellcome Collection Commons

I am rock

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Island Temple Foochow | Foto: J. Thomson | Wellcome Collection Commons

De acuerdo con la imagen más extendida del tiempo –una línea invisible que comienza en algún punto del pasado y avanza o progresa hacia el futuro– el verano es, sobre todo, una interrupción. Hay otra idea peor: si asumimos una mentalidad laborocéntrica y una concepción deportiva de la vida, el verano es un periodo de… descanso. Uno de los libros que leí en esta estación de arena, la del verano, que para quienes sostenemos una visión cíclica del tiempo y de la vida, es un suceso recurrente, una ocasión que se escapa entre los dedos, un preludio griego, una oportunidad perdida, ha sido Versus (estampas de un naufragio), (Jekyll & Jill) del escritor y filólogo guipuzcoano Karlos Linazasoro (Tolosa, 1962).

Linazoroso es un escritor prolífico de cuentos, novelas, poemas, aforismos y haikus, traducidos muchos de ellos del euskera al castellano, un autor al que uno imagina rodeado de un mar de libros en una biblioteca donde solo se oye el repiqueteo de la lluvia. Menciono pronto la perspectiva de un océano de libros porque es lo que consigue este autor con Versus: la posibilidad que se le presenta al lector de imaginar no una, sino muchas islas, rincones muy variados, cayos propicios para la monotonía y para la monomanía, atolones de la extinción, farallones inclinados hacia la misantropía, elipsis del naufragio pensado en prosa poética de color azul cobalto, exilio interior, refugios fajados del mundanal ruido, promontorios rodeados de distintos elementos.

Los filósofos de la Grecia antigua pensaron mucho sobre el arjé: razón originaria, principio de todas las cosas. Para Anaximandro era el apeirón (lo indeterminado); para Anaxímenes, el aire. Heráclito señaló el cambiante fuego. Según Tales de Mileto, el elemento primordial es el agua. Mucho tiempo después, algunos estamos convencidos de que el elemento primordial es la letra. Rodeados de agua y de letras (la sopa de letras como elemento primordial) tanto Linazasoro como la editorial Jekyll & Jill han acertado con la publicación de este libro de género breve que contiene un logos, un naufragio, recuerdos, derivas y onanismo, confesiones y cráneos con los que las conchas escuchan el rumor sinsentido de la vida que los humanos llevamos tierra adentro.

«Piensa Versus cuántas palabras no habrán nacido ya desde qué él está en la isla. […] ‘Hacen falta palabras para que existan los pájaros’, dice Versus, y deja volar a sus manos, llorando, como si fueran ángeles fieros. El destino de la palabra es el aire, el amor y el hollín que bailan en el aire, la azulina cola de todos los cometas; pero, asimismo, para que la palabra sea carne en el aire, también necesita de la nada de los demás, un lugar luminoso en el vacío.»

En lo que se refiere a la estructura, el libro juega con el tablero que ideó Raymond Queneau: las 99 variaciones sobre un tema. Aquí, en puridad no se trata de variaciones de un asunto nimio (si se admite la metáfora musical, estamos más cerca de El arte de la fuga de Bach), al revés: se trata de 99 ideas-satélite que giran alrededor de un mismo lugar, una improbable isla-planeta en mitad de un extravío. Las casi cien estampas de este naufragio no constituyen ejercicios de estilo, por mucho que el autor demuestre el dominio técnico de los textos adosados, tampoco se trata de una exhibición de ingenio, imaginación o humor, pues las estampas ganan en interés, según los vemos, conforme aumenta la crueldad y el desencanto lúcido de un sujeto descarriado (en el bello sentido de salirse de los carriles por donde circula el mundo tal como suena en el Rückert-Lieder de Mahler: Ich bin der Welt abhanden gekommen).

Jekyll and Jill

Lo que estas 99 estampas de un desastre muestran, y ahí reside según lo vemos la principal virtud de Versus, es una sensible e inteligente serie de recursos literarios y quimeras escaldadas como reacción a una zozobra de la existencia cuya causa apenas aparece sugerida. En Versus hay estampas de muchos signos, pero cuando asoma esa quiebra metafísica y el protagonista actúa como un bárbaro, esto es, como un individuo situado al margen de la civilización, las posibilidades se abren y son inmensas como un océano. Por ello, uno tiene la sensación de que el autor no ha acabado de explorar todas, dicho de otra forma, nos hemos quedado con ganas de más. En Versus hay ecos de las tragedias griegas. Reverberan en este libro de bella factura, como es costumbre del cuidadoso editor Víctor Gomollón, las desproporcionadas condenas de la mitología ática. Hay nostalgia, desprecio, melancolía, sabiduría clásica, cuitas, un S.O.S. Hay coños, hay un castillo y un K., hay una bestia enjaulada, hay metáforas y hay rencor. Es posible que el náufrago eche de menos el tiempo que, a diferencia del verano, jamás regresa, o peor el tiempo que regresa irreconocible, el tiempo que se cuenta y monetiza frente al tiempo ingenuo y eterno de la infancia.  Lo que es cierto es que Versus, y eso no es nada fácil de conseguir, apenas decae, baja (pero esto es una apreciación muy personal) cuando los referentes del protagonista se hacen locales, suben (muy alto) cuando los pensamientos se atrapan en las nubes del mundo circundante, en este planeta obsesionado con circunvalar el sol, sube cuando el narrador destila su poética del absurdo, gana en singularidad con los detalles de salvajismo, cuando el retrato del narrador (tercera persona a modo de lírico yo) oculto bajo única palmera de la isla es menos favorable, cuando las estampas del náufrago son todo menos complacientes, cuando el autor lanza el texto literario a la cabeza del lector exactamente como lanza Versus una piedra al mar.

«Versus es una bestia enjaulada, un animal mitológico que rasga a zarpazos la sábana del cielo, un desgraciado que pinta a gritos al sol unas ojeras, la rosa firme que vive sin herir a nadie. Versus tiene hierros atravesados en sus ojos, y el mar le dice que no, que sí, que vaya, o ven, como una vieja letanía, rezando de rodillas, ven».

El naufragio no solo es interior, Linazasoro apunta el derrumbe de una época (el versus del latín significaba hacia pero desde hace un tiempo también contra) y cada época tiene sus islas. ¿Qué isla te llevarías a un libro? Esa pregunta me parece mucho interesante que su transido revés (creo que si nos lleváramos un libro a una isla desierta acabaríamos detestándolo, o peor aún, diseccionándolo, como hacen en los departamentos de filología). Robert Louis Stevenson llevó al libro la isla de la aventura, el final de un viaje iniciático en el que, si hacemos caso al estudioso de la utilidad de lo inútil Nuccio Ordine, Jim Hawkins enseñó al lector la belleza del desapego utilitario, la posibilidad de que la numismática se eleve por encima de la monetización en el momento de contar las monedas de oro. Tomás Moro inauguró con una isla el género de la Utopía.  En La isla en peso Virgilio Piñeira descifraba los archipiélagos poéticos como la forma primordial del imaginario de lo real. El también isleño, Lezama Lima propuso en Noche insular: jardines invisibles, una «teleología insular», un cuerpo, un manifiesto interior, un esqueleto animal, una luz que trenza «el aire con el agua apenas recordada». En Lucía y el sexo (Julio Medem, 2001), una isla más cercana echaba claridad en el agujero del amor. H. G. Wells alertó contra los excesos de la ingeniería genética en La isla del Dr. Moreau, Bioy Casares elevó para siempre la ficción fantástica llevando a una isla La invención de Morel…

Pero la isla es sobre todo la metáfora del aislamiento donde se hacen duros como rocas los restos íntimos de un descarrilamiento y yo creo que es la canción de Simon & Garfunkel con la que rotulamos esta reseña la que suena mejor como fondo de este pequeño-hermoso libro de Linazasoro: «Un día de invierno/En un profundo y oscuro diciembre; /Estoy solo, / Mirando desde mi ventana a las calles de abajo/ En un sudario silencioso de nieve recién caída. /Soy una roca, /Soy una isla. /He construido muros, /Una fortaleza profunda y poderosa, /Que nadie puede penetrar. /No tengo necesidad de la amistad; la amistad causa dolor. /Es la risa y el amor lo que desprecio. […]/ Tengo mis libros/ Y mi poesía para protegerme; / Estoy blindado en mi armadura, /Escondido en mi habitación, a salvo dentro de mi ombligo. /No toco a nadie y nadie me toca a mí. /Soy una roca, /Soy una isla. /Y una roca no siente dolor. /Y una roca nunca llora.»

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico (Valencia, 1969) es profesor universitario, crítico de cine y escritor. Colabora con críticas culturales y literarias en distintos medios y es autor de los ensayos 'Chéjov en la calle 42: mérito y decepción' y 'La tortura: aspectos sociales y estético-culturales', el libro de narrativa breve 'Una casa holandesa' y la novela 'Singular'.

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