Marguerite Duras | Foto: Mardulce Editores

El tiempo impasible

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Marguerite Duras | Foto: Mardulce Editores

Si se dice que la segunda novela de todo escritor tiende a ser una novela fallida, he aquí la excepción que confirma la regla, pues La vida tranquila es una bellísima segunda novela de Marguerite Duras (1914-1996), publicada originalmente en 1944 y ahora reeditada por Mardulce en traducción de Alejandra Pizarnik. «Escribe, no hagas nada más», le aconsejó Raymond Queneau después de leerla. Más influenciada por las lecturas de Faulkner y Hemingway que por el nouveau roman y el relato autobiográfico con que construiría sus escritos posteriores, La vida tranquila está narrada en primera persona, la voz de una joven que sabe que ha dejado la infancia cuando se da cuenta de que ha perdido la capacidad de olvidar.

Mardulce Editores

La vida tranquila está ambientada en el campo, muy cerca del río. Allí vive una familia de granjeros que dicen no aburrirse ni siquiera los domingos porque están acostumbrados. Los padres, mayores y algo enfermos, merodean por la casa como fantasmas, y los dos hermanos, la narradora y Nicolas, parecen ocupados con las cosas del querer.

El hermano se enfrenta en un duelo con su tío. Se dice de este, Jérôme, que no hace más que entrometerse. Y de hecho así lo parece: ambos hermanos sienten cierto rechazo hacia él, y más desde que mantiene amoríos con Clémence, la madre del hijo de Nicolas. Las cosas no van bien para Jérôme pues muere al poco de empezar la novela. Y también andan por allí otros dos personajes importantes: Tiène, un forastero que dícese amigo de Nicolas y que termina siendo amante de la narradora, y Luce, una bella amazona de quien Nicolas está enamorado.

“Ya no sabíamos querer ser libres; éramos soñadores, viciosos, personas que sueñan con la felicidad y que una verdadera felicidad aplastaría más que nada. Jérôme muerto, quedaba Clémence. Clémence ida, quedaba Noël. Y nuestra pobreza. Y nuestro dejarnos estar, desde hacía veinticuatro años. Quedaba que nos gustábamos a nosotros mismos y que no deseábamos otra cosa, en el fondo, que continuar creyéndonos destinados a una vida imposible.”

La novela está dividida en tres partes: una primera centrada en los funestos acontecimientos; una segunda, más introspectiva y poética, con cierto toque existencialista, que interpreta esos acontecimientos al hilo de la estancia de la narradora en una ciudad costera, y una tercera parte que arranca con un monólogo interior que acompaña el regreso a casa de la joven. Se podría decir que el lector es conducido por un recorrido que va adentrándose cada vez más profundamente en las percepciones de la narradora, una muchacha que anda buscando el significado de la identidad.

“¿Quién era yo? ¿A quién había tomado por mí hasta entonces? Mi nombre mismo no me tranquilizaba. No lograba habitar adentro de la imagen que acababa de sorprender. Flotaba alrededor de ella, muy cerca, pero existía entre nosotras una especie de imposibilidad de reunirnos. Me encontraba enlazada a ella por un recuerdo tenue, un hilo que podía romperse de un segundo a otro y ahora iba a precipitarme en la locura.”

Sorprende que se trate de una segunda novela. La prosa de Duras avanza muy al estilo Duras, es decir, repleta de deseo, melancolía, anhelo y desencanto, con ese deje a juventud perdida irremediablemente. Las escenas se entremezclan con digresiones y flashbacks a un ritmo de ansiedad contenida. Y el resultado: una novela intimista que nos descubre a una narradora cada vez más distanciada de sí misma, cada vez más fría. La chica parece ir perdiendo, tal vez a causa de los numerosos y horribles acontecimientos, la capacidad de empatía. Las emociones se han esfumado por completo. Su mirada se ha vuelto impasible. Y tal vez en eso consista la vida tranquila.

“Nada que hacer contra el hastío, me hastío, pero un día no me hastiaré más. Pronto. Sabré que ni siquiera vale la pena. Tendré la vida tranquila.”

Y sin embargo, lejos del aburrimiento y la impasibilidad, leemos La vida tranquila como un corazón latiendo entre las manos: nos emocionamos con sus precisas reflexiones sobre el amor, la muerte y el paso del tiempo, y recordamos, qué duda cabe, aquello que sentíamos antes de abandonar la infancia.

Una bellísima novela de juventud, una funesta novela romántica.

Verónica Nieto

Verónica Nieto (1978), nacida en Córdoba (Argentina) y afincada en Barcelona, es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona. Es autora de 'La camarera de Artaud', galardonada con el I Premio de Novela Villa del Libro 2010, reeditada en 2018 (Trampa Ediciones) y traducida al italiano (Valigie Rosse, 2015); de los cuentos 'Tangos en prosa' (Agilice Digital, 2014), y de las novelas 'Kapatov o el deseo' (Balduque, 2015) y 'Qué haces en esta ciudad' (Ril Editores, 2019). Participó en la antología de cuentos 'Barcelona-Buenos Aires, Once mil kilómetros' (Trampa Ediciones, 2019/Baltasara Editora, 2019). Edita y coordina la revista de humanidades 'La Maleta de Portbou' (Galaxia Gutenberg). También escribe en 'Rumiar la biblioteca', un blog de lecturas e impresiones literarias.

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