A veces me da por preguntarme si viajar no se ha convertido en algo banal y en un ir y venir carente de sentido, pero, aunque asà lo fuera, el viaje de Ricardo MartÃnez Llorca no serÃa un viaje cualquiera, sino un recorrido por la cara B de nuestro planeta y la sola idea de salir en busca de ese mundo oculto, resultarÃa ya por sà sola, un acto inteligente de rebeldÃa.
¿Existe lo que no vemos? o mas bien ¿Podemos eludir la realidad cerrando los ojos? Estas dos preguntas vienen a la cabeza a cada lÃnea de El viento y la semilla, mientras recorro de la mano del autor, los interminables mares verdes de soja transgénica. Interminables, repito, porque apabulla la cifra -la extensión- que aporta el autor del terreno regado con agrotóxicos: la equivalente a la que ocupan Francia, Italia, Bélgica. Luxemburgo, Suiza y Eslovenia.
 Esto sà que ayuda a comprender la gravedad del problema.
Nada es sencillo en el mundo en que nos ha tocado vivir, en realidad nunca lo ha sido, menos aún alimentar a nuestra población de siete mil setecientos millones de personas. Y no sólo eso -que coman- sino también que estudien, que tengan sanidad y cultura -la suya propia si es posible- que vivan la vida como mejor puedan, empleando su tiempo en adorar a dioses extraños o en negar su existencia.
 Algunos, se empeñan en convencer de que éstos cultivos son progreso, son trabajo, pero al parecer, la ambición sin lÃmites corre veloz y son las culturas indÃgenas y los bosques quienes acaban siendo las vÃctimas de un sistema de explotación que se olvida de ellos o directamente los desprecia.
El autor ha empleado una buena cantidad de tiempo y de esfuerzo en recorrer lugares en los que el viajero que hace preguntas es recibido con recelo y suspicacia pero aún asÃ, ha dado la oportunidad de hablar a todo el que quisiera hacerlo, escuchando las dudas de quienes se plantean interrogantes e invitando a desconfiar de quienes afirman tener la respuesta.
 Por cierto, como siempre que leo libros de viajes -y lo hago habitualmente- en éste también echo de menos un pequeño mapa que me ayude a situar los lugares de los que me habla Ricardo sin tener que levantarme a por el atlas. En fin, es sólo una opinión y puede que hasta una manÃa.
Y volviendo a lo que nos ocupa, alguien podrá decir que el resultado de este trabajo es sólo un punto de vista pero yo creo que lo que es sobre todo, es un llamamiento a la reflexión, a pensar sin descanso en cómo reorganizar este planeta de locos antes de que sea demasiado tarde si no lo es ya.
Seguramente la superpoblación y el lado más perverso de la globalización sean los que nos están colocando dentro de un cÃrculo infernal de consumo de alimentos que nacen en paÃses lejanos -donde a menudo se esclaviza a quienes los cultivan- junto a un constante traslado contaminante de mercancÃas.
Aún asÃ, probablemente no podremos evitar tener que alimentarnos con ellas pero al menos sabremos algo más del lugar del que provienen y de cómo se producen.
 En alguna de las fotos del libro se ve la silueta del Che, la de Korda. Su presencia parece recordar la necesidad de que la lucha contra la injusticia no sea una fantasÃa, pero me parece que se difumina para perderse en el horizonte y quedarse en nada. Lo mismo podrÃa ser un anuncio de colonia colocado en una calle polvorienta.
Tal vez el pasado no fuera mejor, pero lo cierto es que el futuro, y algunas esquinas del presente, tampoco parecen gran cosa.
 El viaje de Ricardo Martinez Llorca tiene un telón de fondo de aguas contaminadas por pesticidas, de viejos exterminios y matanzas, de incendios provocados y desforestación. De liquidación, en resumen, de la forma de vida de los indÃgenas en aras de un beneficio que se reparten otros en lugares lejanos.
De destrucción acelerada de la Tierra que habitamos.
 Bonito panorama ¿eh? 
Yo también he cruzado Argentina en esos buses de larguÃsimos trayectos y he visto la realidad alejada del turismo en las paradas a media noche. Me cuesta poco imaginar a esos niños que piden comida sobrante y sé que es cierto que cada vez tendrán menos lugares donde vivir, que acabarán por abandonar el campo y por formar parte de las villas miseria del gran Buenos Aires para habitar favelas y chabolas en lugares repletos de violencia, en los que el futuro y la esperanza pasan siempre de largo y se olvidan de ellos. No quiero entrar en detalles que el libro explica bien, pero que las mismas empresas que venden las semillas a los agricultores les vendan también los pesticidas, que una de ellas sea Monsanto, la que fabricaba el agente naranja con el que regaron Vietnam… son detalles llamativos que invitan a sospechar.
 Empecé con preguntas y termino con otra ¿para qué imaginar nada cuando escribimos, si la realidad es la más potente fuente de historias?
Ahora mismo, mientras termino este pequeño texto, empiezan a sonar las armas en Ucrania.
 No aprendemos.
 No tenemos arreglo.
Otra vez la sensación terrible de que todo tiembla bajo nuestros pies. 
Seguramente, es la bondad de unos pocos la que nos salva pero como especie somos poco de fiar y me pregunto si queda lugar para la esperanza.