Madrid en armas contra el fascismo

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Max Aub, mural del colegio Max Aub de Valencia | WikiMedia Commons

Frente a la invención, el ejercicio de observación, de negación de la ficción, mientras la trama estalla. La apreciación de la empatía, la verdad (“La honradez está precisamente en hacer lo que se cree que se debe hacer teniendo en cuenta las circunstancias en el preciso momento de hacerlo. Lo demás es literatura”), la magnanimidad de una saga que es, al tiempo, un artefacto disidente, transmutado, por obra de las palabras, en ser vivo. Si “el pasado es siempre lo que dictaminan los presentes”, si “en el futuro el pasado será el presente”, merece la pena abandonarse a este reportaje airado, a esta crónica  feroz, a este monumento de guerra, y, en el proceso, cambiar para siempre.

“Me dejé vencer por las palabras”, confiesa uno de los protagonistas de Campo del moro, Vicente Dalmases, “por la palabra Madrid. No es la palabra, sino la capital. La palabra capital”. Interrumpe la narración el statu quo de lo políticamente correcto no por ser heroica o violentamente contraria, sino por ser original, desarmadoramente oblicua, imperturbablemente única. Por ser diferente. Registran las enmiendas a la totalidad del escritor, guionista, profesor y dramaturgo Max Aub (París, 1903 – Ciudad de México, 1972), su instructivo epílogo a la historia oficial de nuestro país, sabedoras de que “el pueblo español fue el único que se alzó, con armas en la mano, contra el fascismo, y se mire como se mire, eso no lo borrará nadie”.

Cuadernos del vigía

Sus incorporaciones agregan complejidad, matices a la versión de las autoridades académicas: detalles insignificantes, que la burocracia institucional rechaza por indignos, la sangre, el sudor y las lágrimas de un pueblo, las impresiones del sufrimiento y la escasez, no atenuadas o eliminadas, el testimonio de la pasión desgarradora, la imposible curación, el indescifrable hedor del desconsuelo. La fiera domesticidad del relato Campo del moro (1965; Cuadernos del Vigía, 2019. Prólogo de Almudena Grandes) se distancia de la nostalgia para insistir en sus propios ideales (“El que no sueña, está solo, irremediablemente”), se adentra en el afecto puramente físico, inexpresablemente tierno. Redunda en la cualidad casi animal del sentimiento, ahonda en dolores inveterados, cede a los cambios que ejerce el devenir, tanto en los personajes, como en nosotros, que crecemos con ellos. Los objetivos del narrador de Campo francés (1965) son las fuerzas insidiosas que (todavía) nos oprimen: el tribalismo, el conformismo, la religión mal entendida, el heteropatriarcado, la desconfianza generalizada, el miedo permanente.

El resultado es un réquiem para los miles de ciudadanos que perecieron en el intento de evitar la ocupación de una nación entera por una parte de ella, durante la Guerra Civil española (1936-39). Condicionado por los años en el exilio, el diarista de La gallina ciega (1971) constata la resistencia colectiva frente a la traición del militar Segismundo Casado y el político Julián Besteiro, la entrega voluntaria y supuestamente honrosa a las tropas de Franco, el golpe de estado contra el gobierno de Juan Negrín; una ciudad, Madrid, a punto de ser invadida por el nazismo, empeñada en “ser optimista sin saber exactamente por qué, como no sea por creer en el progreso ininterrumpido y que, siendo la marcha del mundo irreversible, vamos obligados hacia un mundo más libre, por el único camino abierto: ligeramente a la izquierda”.

Se autoimpone el poeta de Versiones y subversiones (1971) la exploración de la singularidad y la humanidad del elenco enajenado, en una furiosa refutación de las ideologías nacionalistas que (aún) tratan de dividirnos. Se mezcla el impulso panorámico con la minuciosidad (“Traidores todos: los republicanos, los anarquistas, los socialistas”, concluye Dalmases, “los fascistas, los conservadores, los liberales; traidores todos, traidor, el mundo. Si el mundo es traidor, nadie lo es”). Se entrelazan los elementos cotidianos con inusual luminosidad; es la voz narrativa capaz de rastrear la lógica dentro del absurdo, de evocar un enclave a punto de caer, que resiste por instinto, se adapta para sobrevivir en mitad de la destrucción; consciente de que “la historia de la evolución, del progreso, es una larga historia de traiciones, la historia misma de la traición, por eso la gente huye de hablar de ella”.

Se deja constancia de unas vidas reales e imaginadas, ahogadas por la afasia. Entre rumores, somos testigos de la aniquilación, que no la rendición, de la esperanza. A la luz de Campo del moro, se aclara la estructura sinfónica de la serie narrativa El laberinto mágico. Hacia el final de la quinta entrega, el arco novelístico (casi) se completa:

“¿Hay que jugarse la vida – y la de los demás – por creer estar en lo cierto? (…) No: es Madrid – a ojos cerrados –, Madrid subido en su cerro, a orillas del Manzanares, Madrid de piedra, ahí, plantado arriba del Campo del Moro”.

Frente a las actuales demandas del adoctrinamiento neoconservador, una historia social de España, la crónica de un conflicto prolongado, una lucha entre ruinas, plena de momentos de pérdida y regeneración; la voluntad hegemónica de una comunidad invencible, cuyos faros de heroicidad son las minucias reveladoras, las familiaridades que nos rodean y de las cuales Aub extrae significados, deduce formas de persistir a la debacle, talismanes contra la impermanencia.

José de María Romero

José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es crítico de narrativa, poesía, ensayo y novela gráfica. Es miembro de la AAEC-Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literario. Colabora con sus reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional.

1 Comentario

  1. Y diez huevos duros. No fue el pueblo sino el facharrojerío cañí, la extrema izquierda y los ultras de CORRUPSOE los que lucharon contra los otros, que no eran más golpistas que el facharrojerio, que dio un golpe de Estado contra la Republica en el 34. Por no hablar del genocidio que cometieron, desde Paracuellos hasta las checas y todo el patrimonio que robaron los capos republicanos y que se llevaron a México. Vease en Google el yate el Vita y demás. Entre el facharrojerío criminal de la izquierda había bandas de facinerosos y delincuentes y asesinos sacados de las cárceles por los capos del socialcomunismo golpista. En España no hubo nunca democracia hasta la Constitucion del 78 que nos ha dado 40 años de relativo progreso y tranquilidad democrática hasta ahora.

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