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La parábola del sembrador

Con la primera entrega de su trilogía distópica, Octavia E. Butler se anticipa a peligros los climáticos, sociales y políticos que acechan nuestra realidad | Foto: Gelgas Airlangga, Pexels

«Salió un sembrador a sembrar su simiente y, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre piedra y, después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos y, creciendo los abrojos con ella, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena y, creciendo, dio fruto centuplicado.» Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»Â» Lucas, 8, 5-8

Octavia E. Butler, la primera autora de ciencia-ficción de raza negra reconocida mundialmente y acreedora de los premios literarios más prestigiosos en el campo de la anticipación, plantea en La parábola del sembrador (Parable of the Sower, 1993, primera parte de una trilogía inacabada cuyo segundo volumen es Parable of the Talents, 1998, y cuya conclusión quedó  incompleta debido al fallecimiento de la autora en 2006), una distopía que, transcurridos casi treinta años de su publicación, la realidad existente desvela como amenazantemente verosímil.

Capitán Swing

Ubicada en el estado de California en un futuro cercano, Butler muestra una sociedad estratificada en tres niveles prácticamente estancos: los poderosos, dueños del agua ―el agua es un bien de primera necesidad; su posesión es un signo de poder y dinero― y de los recursos; la clase media, autoprotegidos, que intentan reivindicar antiguas leyes en desuso; y la clase baja, delincuentes debido a sus adicciones o por pura necesidad.

La voz narradora corre a cargo de Lauren, una chica de origen mestizo perteneciente a la degradada clase media, hija de un pastor baptista y de una madre cuya drogadicción le costó la vida en su parto y le transfirió el síndrome de hiperempatía. Su educación se llevó a cabo en un entorno de religiosidad primitiva y fe acomodaticia, pero con rastros de cierto escepticismo.

En los estratos inferiores, la vida se limita a la supervivencia; dada la endogamia intragrupal, se hace imposible ascender de capa, y la hostilidad vecinal, consecuencia del instinto de autoprotección, ha provocado una sobrepoblación doméstica que ha facilitado un patriarcado transversal, con violaciones intrafamiliares frecuentes, y una esclavitud de baja intensidad en las clases altas y medio-altas. Las comunidades son interraciales, pero presentan muestras de segregación por etnias y atisbos, generalmente entre los mayores, de discriminación por géneros.  Las propuestas políticas, extremas y populistas y, por tanto, poco efectivas para los que necesitarían la protección de la ley, han conllevado una progresiva degradación de la política y una gran abstención electoral, mientras que la degeneración de la convivencia ha obligado a organizar patrullas de vigilancia y al uso generalizado de armas de fuego para la autodefensa.

Pero la degeneración no es solamente social; el caos climático ha provocado que pasen años sin llover y que se desaten, de forma inesperada, tormentas tropicales que arrasan con el modo de vida de la población más desfavorecida. Ese efecto ha sido más importante en el mundo fuera de las grandes ciudades, pero nadie lo conoce ni está preparado para sobrevivir en él; aunque todo el mundo sabe que la única forma de subsistir realmente pasa por huir de las peligrosas y superpobladas ciudades.

Ante esa situación, Lauren concibe una alternativa a la saturación poblacional y a la degradación del planeta; la llama Semilla Terrestre ―deja escrito un libro llamado así, Semilla Terrestre. El Libro de los Vivos, en contraposición a los Libros de los Muertos tibetano y egipcio―, e, inspirándose en las semillas vegetales, que viajan hasta encontrar suelo fértil, imagina para los seres humanos un destino parecido, que podría incluir en el futuro otros planetas y otros sistemas solares. La idea de Lauren de largarse de la comunidad en busca de un legendario norte civilizado le ronda desde que comprende su situación, pero la muerte de su padre, el asalto y destrucción de su barrio y la desaparición de su familia la ponen en camino, acompañada por dos de sus vecinos y más elementos que recogerá a lo largo su viaje. Lauren sigue redactando Semilla Terrestre, que pasa de ser una especie de poema a ser un manual de supervivencia espiritual, una nueva Biblia para un tiempo nuevo, origen de una variedad de fe y de una visión de la trascendencia adaptada a su tiempo, y bajo cuya inspiración ella misma y sus acompañantes siguen un viaje que pretende ser mucho más que un traslado hacia otras tierras.

Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

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