Caja de miniaturas

La artista y poeta chilena Marina Tapia ilustra una nueva edición del ya clásico 'Astrolabio', libro de relatos fantásticos del escritor Ángel Olgoso

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‘Venablos’, ilustración de Marina Tapia

En su libro, La posibilidad de una galaxia, poco más que un panfleto de escasa circulación, Guillermo de Maquís, más conocido por su alquimia y ocultismo entre las sociedades secretas que por sus oficios artesanales, escribió que trabajaba en el diseño de una caja de madera, provista de sellos y cámaras ocultas, en la que podría guardarse la entereza del cosmos. Prometía, en esas mismas páginas, que más adelante revelaría el plano del cofre sólo a un puñado de iniciados, a sus amantes en los cabarets de Montmartre, a cualquier buen cristiano que le ayudara con una cena caliente y una buena cama para llevar la noche.

Se sabe que de Maquís llegó al fin de sus días en la pobreza más vil. Su cuerpo nunca se encontró, o al menos es así como versa el romance. Pocos amigos le extrañaron y se corrió el rumor de un cadáver engullido por el Sena. Su vida, como su obra, fue grandiosa dentro del secretismo, pues suya fue la gloria de las almas que trabajan en las periferias. De su caja se conocen dos detalles; sería de roble ornamentado y sus cámaras secretas, que las presumía de interminables, estarían contenidas en un volumen apenas poco mayor que su puño de señorito caído en la desgracia.

Reino de Cordelia

Al igual que de Maquís, Ángel Olgoso ha hecho de lo pequeño una caja en la que se contienen mundos. Sobrados son los practicantes de la prosa brevísima, pero contados son quienes la elevan a un arte tan personal y rico en detalles. Con derecho, se le considera uno de los más fascinantes cuentistas de nuestra lengua, con tantas publicaciones en revistas y colecciones, hispanas y extranjeras, como hay estrellas en las noches campestres. Leerle se asemeja a hurgar en los detalles del Bosco o Bruegel, capaces de contar historias en los rincones menores de sus pinturas. «Escribí un relato de tres líneas», comenta Olgoso en uno de sus cuentos, «y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias».

Así comienza Astrolabio, una magnífica colección publicada hace más de una década, pero traída de regreso a principios de 2020 por Reino de Cordelia, en una edición ilustrada por la artista y poeta chilena Marina Tapia. Un muestrario de la vasta cultura e imaginación de su autor, el libro abre con una cita de Dunsany que se lee como una clave de biografía artística y filosófica.

Como la caja de de Maquís, los compartimentos de este libro guardan las maravillas y los terrores de la vidia terrena, la de los cielos y, en especial, la de los infiernos; una Wunderkammer paginada. Más comparados con piezas de relojería, o las miniaturas en los textos iluminados del medievo, los 43 relatos van desde las flaquezas del amor en un matrimonio que se marchita, como ocurre en La mujer transparente, hasta laberintos metaliterarios y cervantinos, como es el caso de El incidente Avellaneda, que bien podría pasar por algún cuento desconocido de Borges.

Más maravillosos aún son los relatos que insinúan inmensidades. Ya de Maquís había escrito, años antes de su desaparición, y en supuesta correspondencia con Fulcanelli, sobre cajas que contienen universos donde se ocultan cajas que contienen otros universos. Parecido a como pasa en El lamento del dinosaurio, en el que un hombre recién apuñalado se niega a morir hasta saber la biografía completa de su asesino, con todas las ramificaciones que el ejercicio requiere. O, más vasto aún, en Si mi cabeza cae, donde se encuentra un panorama cósmico que retrata al Absoluto, ese que no puede mirarse a los ojos sin encontrar lo perverso y la bajeza humana en el propio corazón. Materias, estas últimas, que se visitan en estampas como El eremita, en la que lo sagrado y lo profano se niegan a compartir sitio en una sola persona, o Caballeros de los puentes, que, sin sentimentalismos, comenta sobre lo fácil que es para las placideces domésticas convivir con las mejores perversiones.

Marina Tapia aporta con sus ilustraciones una novedad sobre la edición de 2007, a cargo de Cuadernos del Vigía en aquel entonces. Su paleta es de negros y rojo, y aunque complementan a la narrativa que se tiene entre manos, son por sí mismas historias independientes, tan abiertas como el resto de los relatos a toda clase de interpretación posible.

Sobre la brevedad abundan sentencias y recomendaciones, aunque en la mesa de la literatura hay manjares para el gusto de todo el que se siente ante ella. Olgoso no necesita teorizar al respecto. Estoy condenado a la brevedad, dijo en alguna parte, por convicción, por gusto, por respeto al lector y porque no sé hacerlo de otra manera. Su talento ha hecho de él un miniaturista de grandes paisajes en los que se viven aventuras, lloran desgracias y disertan metafísicas.

Guillermo de Maquís compartía la misma lucidez de mente en la aplicación del ingenio en su arte. Conocidos, también, fueron sus tratos con los demonios de la Goetia, y hubo quienes creyeron que, al final de su vida, cansado de los sinsabores de este mundo, y cobarde de los terrores del siguiente, simplemente desapareció en el mundo interior de su caja. No muy diferente de lo que ocurre con quienes lean esta pequeña gran obra que Reino de Cordelia, se les agradece, tuvo la inteligencia de traer de vuelta en un formato sofisticado y elegante. Tal vez, en un futuro, veremos el mismo trato con otros libros de su autor.

Antonio Tamez-Elizondo

J. Antonio Tamez-Elizondo (Monterrey, 1982) es arquitecto, Máster en Arquitectura Avanzada y Máster en Creación Literaria. Su libro de cuentos 'Historias naturales' ganó X Certamen Internacional de Literatura 'Sor Juana Inés de la Cruz', 2018.

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