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Payasadas

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«La historia es una lista de sorpresas. Sólo puede prepararnos para ser sorprendidos de nuevo.»

La Bestia Equilátera
La Bestia Equilátera

El género slapstick es una variedad del humor negro en contextos visuales caracterizado por episodios de violencia física que, no obstante su dureza, no se asocian al sufrimiento de dolor. Fue explotado con gran éxito por el cine mudo -los batacazos de Laurel y Hardy– para, después de la invención del sonoro, ser traspasado al cine de animación -las trampas destinadas al Correcaminos que se vuelven contra el Coyote-. En la actualidad, es un género cuestionado por los adalides de la corrección política ya que postulan que las imágenes de violencia sin dolor pueden confundir al público sobre sus daños reales, pero también porque ven un signo de discriminación en el hecho de que sea generalmente el personaje más débil el que sufra los efectos de esa violencia.

Kurt Vonnegut luchó como soldado en el ejército norteamericano en la II Guerra Mundial, fue capturado por los alemanes y fue testigo, como prisionero de guerra, de la destrucción de la ciudad de Dresde por los bombardeos aliados.

«Los fascistas son gente inferior que se lo creen cuando alguien les dice que son superiores. […] Y luego quieren que todos los demás se mueran.»

Esta experiencia fue recreada en la que es seguramente su novela más conocida, Matadero Cinco (Slaughterhouse-Five, 1969), pero planea, explícita o implícitamente, sobre gran parte de su narrativa, al tiempo que confiere a su estilo un tono permanentemente triste y sombrío al que solamente el humor puede proveer de pequeñas dosis de esperanza.

«Idealmente, creo, la vida debería ser como el minué, la giga o el foxtrot, algo que se aprende fácilmente en una escuela de baile.»

Slapstick (Slapstick, or Lonesome no More!, 1976, adaptado para la pantalla en 1982 para la película Slapstick of Another Kind) es una novela que podría considerarse programática en la producción de Vonnegut, tanto por el tema como por sus personajes y el tratamiento narrativo de la acción. En un distópico futuro no especificado -los destellos de anticipación de Vonnegut, que trascienden la literatura de género, no son nunca relatos de conquistas científicas sino lamentos por insospechados descalabros civilizatorios en los que el tratamiento humorístico no desactiva de ninguna manera su capacidad explosiva-, el último presidente de los EE.UU. de América, descendiente de la saga Rockefeller (muchos de los personajes que aparecen en el libro, que se suponen supervivientes de una catástrofe, poseen los apellidos de las sagas empresariales más conocidas de América, como si el hecho de esa pertenencia les hubiera dotado de un pasaporte de supervivencia que no poseían las familias menos agraciadas económicamente) vive con su nieta de dieciséis años y el amante de ésta en las ruinas del lobby del Empire State Building, en un Manhattan aislado del continente.

Como en la mayoría de distopías, el ser humano, el mundo y la civilización han sufrido una involución debida a unos explícitos desastres naturales y, se adivina implícitamente, a una repetida endogamia de las clases dominantes. Uno de los efectos de esa endogamia es la particularidad genética del protagonista y de su hermana, su discapacidad para vivir separados, particularidad que explotan en su propio beneficio, disimulando una capacidad intelectual sobresaliente mediante la adición de sus respectivas cualidades, y aprovechando las ventajas que les ofrece tener unos progenitores sobreprotectores. Cuando éstos descubren sus amaños que son separados definitivamente.

«Eliza y yo podríamos haber tenido una vida larga y feliz en un asteroide si un día no hubiéramos mostrado nuestra inteligencia. […] Y podríamos habernos divertido con nuestra creciente sabiduría, sin preocuparnos por su posible utilidad.»

En esa situación irremediable, en la que si puede atisbarse cualquier tipo de variación será siempre a peor, El Último Presidente se limita a sobrevivir procurando por su familia, intentando paliar los efectos de unas sospechosas epidemias y muertes en masa que coinciden con la aparición de la Iglesia de Jesucristo El Secuestrado, facilitando las buenas relaciones con sus vecinos e intermediando, en la medida de lo posible, que es más bien poco, en los conflictos con los reyezuelos autoproclamados que han surgido en las aglomeraciones de habitantes

«Quedé impresionado. Comprendí que los países nunca podrían reconocer que sus guerras eran tragedias, pero las familias no sólo podían sino que debían hacerlo»,

y haciendo la vida de todos sus «súbditos» más fácil; por ejemplo, ante un supuesto descenso de la natalidad provocado por la primitivización de la civilización y los cambios en el entorno físico, el protagonista inventa las «familias extendidas» mediante el sorteo de patronímicos como forma de recuperar los vínculos consanguíneos pero sin los inconvenientes que éstos conllevan: en definitiva, llevarse bien con los familiares consanguíneos no tiene tiene que ser forzosamente más fácil que hacerlo con familiares escogidos por azar.

Panorama sombrío, sin duda, un lugar común en la literatura de Vonnegut, al que, en el fondo, el omnipresente humor -una sonrisa helada, apenas un rictus- no puede más que enmascarar, dismular, ocultar… Un pesimismo humanista que limita la vida a la tarea de gestionar nuestra relación con la pena secreta que todos poseemos, y la búsqueda de una felicidad que solo puede, si acaso, alcanzarse cuando somos capaces de descubrir esa pena secreta y de hacer compatible su existencia con el resto de nuestra vida.

«Me pareció una situación histórica cómicamente trillada. Aparte de las batallas, la historia de las naciones parecía consistir en que viejos impotentes como yo, saturados de medicamentos y vagamente amados tiempo atrás, puedan lamer las botas de jóvenes psicópatas.»

Comenzar a leer un libro de Kurt Vonnegut es siempre prepararse para ser sorprendido: la trama no te atenaza, el suspense no te abduce, el estilo no te deslumbra; sin embargo, constituye una experiencia peculiar por las situaciones imaginadas, por el tratamiento estilístico, pulcro y esquemático, pero también porque el poso que deja su lectura perdura en el tiempo: la redención que no redime de la tristeza que no amarga por el amor… que no es más que simple decencia.

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Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

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