A raÃz del confinamiento iniciado en marzo del pasado año y del que todavÃa no hemos resurgido, son muchos los escritores que han querido dejar testimonio de su experiencia personal durante esos crudos meses, pero La metáfora del mirlo de Pedro Ojeda sobresale, desde mi punto de vista, por la grandeza de espÃritu, la serenidad y el vuelo lÃrico que impregnan sus páginas. DÃa a dÃa, con la meticulosidad y la entrega, e incluso podrÃa decir devoción, de un escriba, ha construido un libro de libros, donde podemos encontrar anotaciones sobre la evolución de la pandemia en España y en el mundo, nostálgicos recuerdos del pasado, como los de sus progenitores en su infancia en Valladolid, apuntes deliciosos de cotidianidad en el encierro en Béjar, cuyos bellos paisajes canta, brillantes poemas en su apuesta por el tono menor, la dulce melancolÃa de una naturaleza ajena al drama humano, que despierta a una primavera especialmente deslumbrante, meditaciones sobre literatura, sobre arte, sobre los efectos de la pandemia en el ánimo y una invitación siempre a la sensatez, a las reacciones templadas, sosegadas, y contra la crispación.
No es extraño que Pedro Ojeda (Valladolid, 1963) abarque tantos temas distintos y que lo haga en profundidad y con vigor, sin menoscabo de claridad, naturalidad, precisión de ideas e inteligente concisión sin concesiones al huero lustre. Porque este escritor se mueve con agilidad en los dominios académicos de la literatura (es profesor de Literatura en la Universidad de Burgos), tanto como a pie de calle, como excelente promotor y animador cultural que es, siempre presto a dar voz a escritores y a impulsar sus obras con generosidad y calidez; pero además Pedro Ojeda es poeta (ha publicado tres libros de poesÃa, Esguevas, Echo al fuego los restos del naufragio y Piel), y se nota en este libro, que con maravillosa frecuencia se mueve en los lÃmites de una ideación lÃrica, mesurada y bella. Pero también es un sutil pensador, que da forma a esas inquietudes que nos mueven a los seres humanos y que él traduce a palabras sabias y a veces desde puntos de vista originales, de modo que no solo nos sentimos reflejados en ellas sino descubiertos.
Si tuviera que buscar un eje en esta variedad, aparte de la pandemia, claro, lo encontrarÃa en el sentido común, basado en un humanismo de profundas raÃces éticas y una sensibilidad hacia los seres, sus problemas, la naturaleza: «La necesidad de tranquilidad, colaboración y empatÃa» porque es necesario «pensar el mundo», es decir, construir desde lo personal a lo común un mundo solidario donde el paisaje humano y natural estrechen sus vÃnculos, «construirse desde la discrepancia».
El tiempo, el clima, la luz, los amaneceres… rigen el paso de los dÃas y sus meditaciones: «Hoy sà que ha caÃdo un golpe de agua en Béjar. He salido al balcón de la calle Mayor a ver la luz después de la lluvia y la calle mojada. ¡Qué luz la de después de la tormenta!». O esas nostálgicas preguntas tan machadianas: «El dÃa ya avanza hacia el buen tiempo. Todo lo anuncia. La brisa me trae hacia la ventana abierta el olor de las flores de mayo. ¿Estará ya apuntando la candela como parece?».
Y la poesÃa que envuelve todo con su delicada frazada, sobre todo la cotidianidad que trasciende hacia lo simbólico, tan próximo a Claudio RodrÃguez como en este ejemplo: «Hay un flamear de ropa puesta a secar al sol en las fachadas. A la luz y al viento, como si necesitáramos salir con muda limpia a la calle. La mejor bandera siempre es aquella que nos podemos poner a diario, lavada con esmero, planchada y doblada. El hogar huele a ropa recién planchada, el paÃs que necesito».
En definitiva, La metáfora del mirlo es un diario de profundas raÃces éticas que traspasa lo Ãntimo y personal para llegar a lo común, en la conciencia de que lo uno se alimenta de lo otro y de que es preciso organizar de nuevo un mundo que se rompe sobre la fraternidad, la conciencia cÃvica y la contención y, por qué no, también la mirada poética y serena. Estoy segura de que todos los lectores agradecerán sus páginas por todo lo que hay en ellas de sà mismos y que las disfrutarán por todo lo que hay en ellas de belleza.
Qué gran lectura de mi libro ha hecho Yolanda Izard. Me siento muy identificado con esta propuesta ética que ella encuentra en el texto.