Las casualidades, a veces, son más bellas que reales. Por ejemplo, aquellas que hacen que encontremos dos libros el mismo dÃa, que los abramos el mismo dÃa, aquél azar que puede hacernos creer que de esa doble lectura saldrá un determinado diálogo. El caso es que, de un tiempo a esta parte, oÃa hablar de ultralocalismo con una insistencia que parecÃa perseguirme: una especie de meme que, las más de las veces, se reduce a una mera consigna, a una cita de Salvador Dalà (citando de manera fantasiosa a Montaigne), o a una referencia a la estación de Perpinyà , sin que se den al respecto muchas más explicaciones. Ya el mismo prefijo, ultra-, rebosa ambigüedad: es tanto aquello que está más allá, o al lado (ultramar) como aquello excesivo, una demasÃa (ultraviolencia). Y fue acechando esa explicación que un buen dÃa me puse a buscar el libro Ultralocalisme. D’allò local a l’universal, editado por Ã’scar Jané y Xavier Serra, sin saber muy bien en qué sección de la librerÃa buscarlo: ¿SociologÃa? ¿FilosofÃa? Y dando vueltas, antes de encontrarlo en la estanterÃa de ciencias polÃticas, cayó en mis manos (ese azar que solo sucede, que yo sepa, en las librerÃas fÃsicas) un pequeño libro, Contra(post)modernos, de Fernando R. de la Flor. Fue como una conjunción astral: el volumen de la editorial Periférica trataba, entre otras cosas, de lo mismo que el volumen de la editorial Afers. Y me los llevé los dos. A ver qué pasaba.
Tres lemas, figuras y objetos de pensamiento, centran Contra(post)modernos, tres conceptos ligados en cada caso a un escritor: Miguel Espinosa (¿por qué nadie antes me habÃa hablado de él?) es la Disidencia, Claudio RodrÃguez es la Provincia, Antonio Gamoneda la Carencia. Tres objetos obsoletos, marginales dentro del discurso posmoderno, intempestivos, insiste de la Flor, que los activa para ejercer una crÃtica de éste. Espinosa, RodrÃguez y Gamoneda, entonces, más que objetos de lectura son puntos de vista desde donde observar el presente. Sucede, sin embargo, que hay malas noticias; y uno no sabe si empezar por ellas o por las buenas (que también las hay). Porque la primera impresión es deslumbrante: de la Flor teje un discurso inteligente, denso pero al mismo tiempo ameno, realmente alternativo, inevitablemente seductor (de hecho, por su culpa el próximo objeto del deseo ya es, directamente, Espinosa). Hay pocas novedades: los tres autores convocados sirven al propósito de cuestionar el consenso artificial que conocemos como cultura de la Transición, como globalización o como economÃa de mercado. Sin embargo, todo está todo dicho con tal destreza que parece que lo leemos por primera vez.
Pero entonces empieza la lectura atenta, el cotejo de referencias bibliográficas, la relectura de la poesÃa de Claudio RodrÃguez (porque ese es el capÃtulo que nos interesa aquÃ). Se descubren entonces ciertos tics académicos (de la Flor, al fin y al cabo, es catedrático): cierto abuso de la jerga, cierta inflación de notas, a veces innecesarias. Más inquietantes son ciertos rodeos. El hecho de que a lo largo de cien páginas se nos describa con más precisión qué no es la Provincia (qué no es lo local) que lo que realmente es, eso no es grave; en realidad, es una constante del discurso sobre lo ultralocal, y justo por eso el concepto parece escurridizo. De la Flor lo dice muy pronto:
«La hegemonÃa absoluta que hoy tienen en el imaginario las grandes urbes, por un lado, que ya no proveen de sentimientos de pertenencia, y, por otro, la existencia de una espacialidad ilimitada a la que se entrega lo virtual»
La cursiva es mÃa; porque no puedo leer esa palabra sin recordar que Sloterdijk, en En el mundo interior del capital (libro profusamente citado por de la Flor), afirma que pertenencia es la palabra clave «de los perdedores del siglo XXI»; unos perdedores, a los que, en realidad, está dedicado este volumen. Y ciertamente: contra esa deslocalización, de la Flor propone el anclaje del autor de Don de la ebriedad en su Zamora natal, su atención a lo fÃsico, a lo concreto. Sucede, sin embargo, que esa misma descripción que citábamos reaparece unas cuantas veces; el discurso, a partir de cierto momento, se vuelve casi circular. Y, entretanto, se habla relativamente poco de la poesÃa de Claudio RodrÃguez.
Mucho más inquietantes son ciertos errores. En la nota 32, por ejemplo, a partir de un texto principal que nos habla sobre “el ciberespacio, la nueva ciudad electrónica, las e-villages o e-communitiesâ€, se dice: “Tal ciudad ha podido ser calificada también como de ciudad nerviosa, ello por Enrique Vila-Matas†y se añade la referencia bibliográfica correspondiente. Y, sin embargo, cualquiera que haya leÃdo (ni que fuera en diagonal) Desde la ciudad nerviosa habrá podido comprobar que esta no es otra que Barcelona, la muy fÃsica y material Barcelona. En otro lugar se da una referencia (con el número erróneo) del capÃtulo sobre lo sublime matemático de la CrÃtica del juicio de Kant, cuando en realidad se está citando (literalmente) a Sloterdijk (el cual, de hecho, indica claramente, justo en la primera nota de En el mundo interior…, que se refiere al artÃculo ¿Qué significa orientarse en el pensamiento?, publicado por Kant en 1786).
Todo esto son detalles, es cierto. De hecho, lo más problemático está por llegar. Se trata del número 8 de la revista IberografÃas, publicado en 2012, en el cual Fernando R. de la Flor publicó el artÃculo “Eduardo Lourenço y el pensamiento de lo glocalâ€. Pues bien: casi todo está allÃ. Frases enteras, adjetivos, citas de Borges. Incluso la misma cita errónea de Kant. Lo único que cambia es “Eduardo Lourençoâ€, en vez de “Claudio RodrÃguez†(pero con una presencia igualmente espectral). Incluso dando por legÃtima (que lo es) la reescritura, el palimpsesto, la variación y expansión sobre un texto ya dado, una pregunta surge entonces: aquello local, aquello que se caracteriza por su particularidad, por su singularidad, por su diferencia, ¿puede ser descrito con las mismas palabras aquà y allá? ¿Sirve el mismo texto para Zamora que para Coimbra? Lo que vale para un sitio, ¿vale para el otro? Y, si es asÃ, ¿qué es lo local, entonces?
Mi lectura del libro, de todas maneras, es intempestiva, como el libro mismo. Porque de la Flor no escribe nunca la palabra ultralocal, aunque más de una vez parece buscarla. Y por mi parte, por leerlo con un ojo puesto en Ultralocalisme…, un volumen que linda con él sin llegar ni a repetirlo ni a complementarlo. Y por eso la casualidad de conseguirlos el mismo dÃa es solo eso, una casualidad, tal vez bella, pero ilusoria. De hecho, hay que decir que Ultralocalisme… es también un libro con malas noticias, pero en la medida en que son menos sorprendentes atenúan considerablemente toda posible decepción. Porque se trata de un volumen colectivo, de una recopilación de artÃculos; y eso ya se sabe que suele dar como resultado volúmenes irregulares, llenos de altibajos. Además, el concepto central se desdibuja en una pluralidad de aproximaciones, una constelación fragmentaria, abierta. Y sucede algo inevitable: puestos a buscar ejemplos ultralocales, puede darse el caso que alguien no vea ningún interés en el repaso a los diarios digitales valencianos o los conflictos de los vinateros del Trullars; pero este último es, justamente, el riesgo (para empezar, de hecho, es el riesgo que corrió Claudio RodrÃguez).
Como ya decÃamos, parece más fácil decir qué cosa no es ultralocal que definir qué es. Lo dijo una vez el poeta Andreu Subirats: “L’ultralocalisme (…) s’aparta decididament del localisme i també del nacionalisme, que no és altra cosa que una versió augmentada o patriòtica del primerâ€. Ã’scar Jané, en el texto inicial del libro que nos ocupa, prosigue esta reflexión, diferenciando explÃcitamente lo ultralocal de “la clausura mental en un espai limitat, arcà dicâ€. Se sitúa asà en las antÃpodas de de la Flor. Aquello que Jané rechaza de la globalización, en realidad, es que sea local: “Un universalisme sense ocultacions, sense bandejaments deformadors, sense imposicions geopolÃtiques interessades, sense jerarquies massa locals que han estat acrÃticament acceptades com a non plus ultra de la modernitat cosmopolitaâ€. El discurso globalizador, el de las grandes urbes y las comunidades electrónicas, entonces, no serÃa tanto aquel que pretende borrar la particularidad, expulsarla a las afueras del discurso, como aquel que, desde una de esas particularidades, pretende imponerla sobre el resto, intentando configurar esa particularidad como universal frente a la particularidad local del otro.
Algo que reafirma la acertadÃsima recuperación, en el volumen de Jané y Serra, de un capÃtulo de La raison nomade de Jacques Rancière (un capÃtulo ya publicado en la revista Mirmanda, revista vinculada al colectivo del mismo nombre que, en definitiva, ha hecho posible este volumen) dedicado al pensador catalán Joan Borrell, y que de hecho constituye el punto álgido (a pesar de que, otra mala noticia, no se nos indique por ninguna parte de quién es la traducción). Porque allà se afirma rotundamente: “no es pot esperar cap pensament seriós sobre la comunitat per part dels que es descuiden de quin passat d’opressió i de colonització és feta la pà tria de l’universalâ€. Y ahà se encuentra tal vez uno de los problemas del capÃtulo sobre la provincia de Fernando R. de la Flor (capÃtulo que, todo sea dicho, es el más flojo de un libro que en la suma de sus partes es mejor de lo que aquà parecerá); una de las autoridades a las que recurre en busca de un “pensamiento de la provincia†es Martin Heidegger. No lo hace, es cierto, sin prevenciones; y sin embargo esa opción por la particularidad heideggeriana, aquella que llegó a postularse como una posibilidad de imperio, es cuestionada por Borrell y, con él, por Rancière, el cual afirma: “No hi ha més comunitat basada en la casa. Només hi ha singulars, no pas particulars.†(la cursiva es suya). LeÃda desde aquÃ, la propuesta de de la Flor se revela como un simple (no ultra-) localismo. Porque “no hi ha habitants seus i habitants de l’altre, ni tampoc ciutadans de l’universal i endarrerits del particular. Només hi ha punts ordinaris de sèries que diferencien la seva posició.†Y, como mucho, “els cosmopolitismes de fira que prenen cada dia de manera més clara la cara de l’arrogà ncia neocolonialâ€.
Tal vez, al fin y al cabo, se trataba de eso.