Michael Chabon | Foto: Sarah Lee | Harper Collins

La vida como ficción

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Michael Chabon | Foto: Sarah Lee | Harper Collins

A lo largo del capítulo 29 de Moonglow, la última novela de Michael Chabon, el narrador, llamado como el autor, conversa con su madre, quien quiere ensañarle un álbum de fotografías. Al hacerlo descubre que faltan cuatro que pertenecían a la abuela de Chabon y que fueron realizadas antes de la Segunda Guerra Mundial. La desaparición de las imágenes supone un golpe para su madre, a pesar de que ella misma se ha revelado poco nostálgica y sin demasiado apego al pasado.

«â€”Enséñamelas de todas maneras -le dije.
—¿Qué quieres decir?
—Descríbemelas.
—No sé describir cosas -me dijo-. No tengo esa habilidad.
—Por favor… -le dije-. Dime qué fotos había ahí.
Ella cerró los ojos y los volvió a abrir, inclinando la cabeza a un lado y escrutando la página de reojo con una mirada de reminiscencia. Señaló el primer espacio vacío, el de encima de la etiqueta que decía Mére.»

A partir de ahí, la madre de Chabon reconstruye, relata, las imágenes perdidas. Lo mismo que el autor hace en Moonglow. Dar forma a una historia familiar a partir de un relato fragmentado y difuso.

Moonglow, publicada en 2016 por Chabon y que ha editado Catedral Books, se desarrolla en el año 1989, justo después de la publicación de la primera novela del escritor norteamericano, Los misterios de Pittsburgh, cuando, al parecer, se sentó al lado de su abuelo mientras este se enfrentaba a sus últimos días de vida para que conversara con él sobre su vida y, de esta manera, poder escribir sus memorias. O, al menos, algo parecido a ellas.

En la nota del autor que precede al inicio del libro, Chabon avisa:

«A la hora de preparar estas memorias he sido fiel a los hechos salvo cuando los hechos se negaban a concordar con la memoria, con el propósito de la narración o con la verdad tal como yo prefiero entenderla.»

Catedral Books

Aunque en un primer momento pueda parecer que estamos ante una declaración de intenciones basada en un juego literario autoficcional, Moonglow, en verdad, va más allá de la llamada autoficción para plantear un relato abierto en varias direcciones que se complementan de manera constante para hablar, en última instancia, del poder de la ficción -de la literatura en particular- a la hora de construir realidades. El narrador de Moonglow se llama Michael Chabon y algunos datos biográficos que añade a la historia se corresponden con su vida, sin embargo, es algo que no resulta tan interesante como la propia ficción, fragmentada, que pone en marcha a lo largo de sus más de quinientas páginas. Chabón, como suele ser habitual en sus novelas, no renuncia al uso de la metaficción.

Pero en Moonglow plantea esa metaficción para mostrar lo inoperante que resulta seguir divagando sobre la ficción y la no ficción cuando convergen en un mismo texto. Chabón deja claro desde el principio cómo ha procedido, no hay trampa alguna. Avisa al lector que tiene entre manos una historia en la que aquello que parece corresponderse con realidad, puede que no lo haga en verdad. En el fondo, y en la forma, Chabon llama la atención, pide, que el lector se olvide de esa dicotomía entre ficción y no ficción para tomar partido abiertamente por la primera. Así, Moonglow se alza como una novela cuya existencia y escritura supone un grito a favor hacia la ficción, máxime en una época en la que se encuentra degradada y asumiendo formas ajenas a su naturaleza.

Con su novela, Chabon parte de unos recuerdos, los de su abuelo, erráticos, que él como escritor debe ampliar, rellenando los huecos que deja su relato memorístico, fabulando con lo que pudo pasar. Con los datos que tiene, construye una saga familiar que arranca poco antes de la Segunda Guerra Mundial, se desarrolla durante esta -con el Holocausto como imagen insoslayable- y continúa hasta el tiempo presente de la ficción -finales de los ochenta- para trazar una mirada, desde lo íntimo, de la vida de posguerra en Norteamérica. Algo presente de diferentes maneras en las novelas anteriores de Chabon, siempre interesando en adentrarse en la Historia desde historia íntima, es decir, contraponer el gran fresco histórico a las pequeñas narraciones, a los detalles cotidianos.

Moonglow es un viaje memorístico en el que la fabulación de Chabon conduce a los personajes y, con ellos, al lector, por un sinfín de géneros y de situaciones, de tonos y atmósferas. Aunque se aprecia una cierta linealidad, el narrador se mueve en el tiempo, va y viene, siempre intentando ordenar lo azaroso de la vida. Aunque su abuelo es el motor del relato, la madre o la abuela de Chabon, así como otros personajes como Sally, la mujer con la que su abuela entabla una relación tras la muerte de su esposa, sus compañeros durante y después de la guerra e, incluso, Wernher von Braun, asoman con gran importancia a la hora de elaborar el gran fresco narrativo que es Moonglow. Todos ellos son parte indisociable del abuelo de Chabon, pero poseen, a su vez, su propia idiosincrasia, la cual aborda el narrador de manera puntual, creando constantes fugas narrativas que, una vez más, muestran la imposibilidad, y aun así, la viabilidad, de poder asir toda la verdad de una vida. Chabon siempre ha jugado con la arbitrariedad de la vida en la literatura. Porque el arte permite ordenar el caos, pero a Chabon le interesa más conformar espacios literarios que traduzcan lo caprichoso y lo azaroso, esencia, en verdad, tanto de la vida como de la ficción.

Chabon reflexiona a través de su ficción sobre los mecanismos de la memoria, consciente de que ningún relato sobre el pasado podrá dar cuenta completa de su totalidad, que es necesario el adorno de la ficción, de lo inventado. Así, cada pasaje de Moonglow arranca como un recuerdo que, poco a poco, va derivando hacia un relato que toma diferentes formas: relato bélico y de espionaje; dramas familiares alrededor de la abuela de Chabon y su enfermedad; intrigas aeronáuticas; aproximaciones históricas; pasajes cómicos cercanos a la sitcom. Diferentes registros que dan forma a una memoria literaria que, en su desorden cronológico, muestran el intento de una familia de poner orden en sus recuerdos, mezclando fechas y acontecimientos, inventando o siendo escrupulosos en los detalles para que, finalmente, el escritor pueda dar forma completa a su historia.

En novelas anteriores, Chabon ya había realizado juegos literarios con diferentes géneros. Así, en Jóvenes prodigiosos, se segunda novela, lograba de manera soberbia aunar distintos registros que iban del melodrama a la comedia pasando por la novela de campus universitario, para hablar de una época muy particular, más o menos reciente, de la literatura norteamericana. En Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, con la que ganó el Pulitzer, integraba de manera magnífica historias de superhéroes, alta y baja literatura para romper distinción entre ambas, el drama íntimo y el contexto histórico, en una obra imposible de resumir en pocas líneas y que mostraba una perfección narrativa y estructural de gran nivel. Con La solución final creó un relato de detectives con el nazismo de fondo y con El sindicato de policía yiddish otra novela policiaca, en este caso, mirando menos a modelos clásicos y más al hardboiled. Con ambas novelas, indagaba en el género desde diferentes miradas. Gentlemen of the Road, inédita en castellano, es quizá la más singular por temática, ambientando su novela en el medioevo. Finalmente, Telegraph Avenue ahondaba en la Norteamérica de Obama con la historia racial de su país como tema sobre el gravitaba la novela.

Con Moonglow, Chabon se aleja considerablemente de todas sus obras anteriores, a pesar de que, a nivel temático, muchos de sus intereses y obsesiones como escritor aparecen de nuevo y que siga interconectando diferentes géneros y registros, algo, quizá, que le pertenece tanto como autor, así como pertenencia a una generación literaria particular. Pero el deseo de realizar una saga familiar y, a la vez, exponer la imposibilidad de asir algo parecido a lo que se entiende por verdad en defensa de la ficción, otorga a Moonglow de un tono muy particular, más reflexivo, eso sí, siempre dentro de una fe y un respeto a la narración como vehículo no solo para contar una historia, también para, a través de ella, ir desvelando sus mecanismos y sus grietas.

En Moonglow, Chabon deja claro su creencia en la ficción para construir realidades, no solo inventadas, también aquellas que han sucedido y cuyo relato es por naturaleza incompleto. Nos dice con su novela que nunca podremos asir toda la verdad, y que esta tiene diferentes caras. También que hay secretos ocultos -como en la novela- que de repente dan un sentido diferente a muchos sucesos. Incluso a toda una vida. Que a veces la realidad no es tanto aquello que sucedió como aquello que recordamos que sucedió. Pero también que, a veces, aquello que recordamos no aconteció de esta manera o, incluso, puede que incluso nunca sucediese. Pero que siempre quedará el poder de la ficción, de la literatura, de lo narrado, para dar forma a lo real, para completar y ampliarlo, para dotarlo de mayor sentido. O de uno diferente.

«Todo lo que me has estado diciendo es cierto, ¿no?»
«Bueno, es todo lo que recuerdo que sucedió. Más allá de eso, no garantizo nada».

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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