Fabulosas narraciones por historias

fabulosas-narracionesFabulosas narraciones por historias
Antonio Orejudo
400 páginas
Editorial Lengua de Trapo 1996
379 páginas
Tusquets Editores 2007

Antonio Orejudo nació en Madrid en 1963. En 1996 ganó el Premio Tigre Juan con Fabulosas narraciones por historias la cual fue publicada por la editorial Lengua de Trapo en ese año. En el 2000 publicó con Editorial Alfaguara su siguiente novela, Ventajas de viajar en tren, con la cual ganó el Premio Andalucía de Novela. En el 2003 publicó La Nave, una novela corta, con la Servicio de publicaciones Junta de Andalucía. Su última novela, Reconstrucción, se publico en Tusquets en el 2005. Además ha publicado varios libros de crítica literaria y en obras colectivas de ficción y contribuye constantemente con artículos a suplementos literarios como Babelia, ABC Cultural y Letras Libres.

Mi padre es aficionado a las novelas históricas, independientemente de la veracidad de lo narrado en ellas. De paso por Madrid en un viaje de negocios hace poco me topé en la librería del Circulo de Bellas Artes la novela de Orejudo cuya contratapa hablaba de las aventuras de tres estudiantes que habitaban en la famosa Residencia de Estudiantes de Madrid, al principio de los locos años 20, justo cuando la mayoría de los miembros de la generación del 27, entre ellos Lorca y otros renombrados intelectuales españoles como Ortega y Gasset y Unamuno, hacían de dicha institución un lugar privilegiado de la intelectualidad española. Mi padre había estudiado él mismo en Madrid en los 60 y había vivido en una residencia de estudiantes no muy diferente de La Residencia y pensé que la novela conjugaba dos aspectos que la harían un gran regalo para él, una novela histórica de algo que se asemejaba a su propia época de estudiante.

A Fabulosas narraciones por historias no le hacían falta elogios de la crítica literaria, entre la cual habían varios leit motif: inteligente, divertida, deslenguada, valiente. Como podía ser la misma novela todas esas cosas, me preguntaba yo, que, siempre cuidadoso, no quería regalarle a mi padre una novela que no me hubiese leído. En vista de que se le describía como deslenguada y valiente pensé que sería mejor que la leyera primero y así lo hice. La comencé en Madrid y no había llegado el avión de vuelta a Costa Rica cuando ya me saltaban las lágrimas por las incontrolables carcajadas para la visible molestia de los pasajeros a mí alrededor. La novela era divertidísima. La mayor parte del humor nacía del hecho de que en la novela los ‘inmortales’ españoles como Lorca, Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez,  etc., eran tratados con la irreverencia que se le guarda a los congéneres cuya genialidad la historia deberá certificar pero que en el tiempo presente es discutible. Rápidamente Orejudo nos hace saber que Lorca era culón y de piernas cortas y que invariablemente en la Residencia lo invitaban a declamar sus poemas, entre otras cosas. El aura de niño prodigio de Lorca vista desde los ojos de un compañero de estudios llevaría a una descripción como esta de uno de sus recitales:

benito-perez-galdos-1“ Para empezar tocó dos canciones de cuna y una sonata, compuestas por él; a continuación leyó cinco piezas inspiradas en el romancero popular, cantó tres murgas, entonó dos habaneras y leyó completo el libreto de una función para títeres que acababa de terminar, utilizando una voz distinta para cada uno de los veinte personajes que aparecían. Tras el intermedio, imitó a Primo de Rivera y al rey Alfonso XIII; jugo a las adivinanzas; recordó anécdotas sucedidas en los cuatro años que llevaba viviendo en la Residencia de Estudiantes, intercalado entre ellas los célebres pasodobles En er mundo, Suspiros de España, España cañi, El gato montés e Islas Canarias; recitó su último poema, Romance sonámbulo, inspirado en una tragedia rural; y se disfrazó de enemigo de la Residencia y de Benito Pérez Galdós. Para terminar, como otros años, se tumbó en el escenario y simuló estar muerto durante unos minutos” (p. 37-38).

Muy bien, pensé, por esto es que dicen que es irreverente y deslenguada, pero como igual me pareció divertida la irreverencia le mande mis respetos telepáticos al autor y me quede un poco más tranquilo de que éste si iba a ser un buen regalo para mi padre después de todo. Rápidamente me enteré de que tan cabezón era Ortega y Gasset, de que por ahí deambulaba un jovencito chileno llamado Neftalí que le ofendía que no hubiera una palabra en español para designar el sillón de barbero y cuyo amigo, un tal Güidobro (sic.), lo opacaba con sus desplantes de pavo real rebelde y que usualmente se los topaban en la carreras ilegales de autos. De que Unamuno era vanidoso y egocéntrico aunque no avaro. Me enteré de lo incómodo y añejo que era Juan Ramón Jiménez a quien en la novela escuchamos hablar a través de su espeso acento andaluz, al principio dudando si no tendría un labio leporino u otro tipo de discapacidad de lenguaje:  “ En heneráh, sí puedo dessil-le que no tiene en primé lujá ninjuna hustificassión titulá la novla en injléh. Lo sejundo: la ponnojrafía. Me paresse indessente. Pero sha le he disho ante que la novela, tal y como sse entiende hoy por hoy, oblija al eccritó a dottá esta attituda jrosera y vurjare. Y, luego para qué voy a dessil-le otra cossa, su novela, má que una novela paresse un ahverssario” (p. 74).

Al insuperable encanto de estar oyendo hablar a semejantes ilustres figuras se une una narración ingeniosa que Orejudo reparte entre notas de periódico, cartas a diarios pornográficos de la época, citas de memorias (reales y falsas, aunque esta distinción no existe como ya se verá) y la tradicional narración omnisciente en tercera persona. Todo parecía indicar que la novela sería deliciosa como un postre. Pero de pronto, en determinado momento, el humor escatológico derivo inmediatamente en fellatio forzado, mutilación genital y una ensartada de revolver en el culo a alguien que por demás se lo merecía. En ese momento el lector naturalmente detiene la lectura sorprendido como cuando entre el arroz se cuela un diente de ajo completo e inesperado y al morderlo distraídamente invade la boca un violento sabor que no se parece a lo anterior. Muy bien, piensa el lector, no ha pasado nada, he leído cosas peores. Tras una leve inspiración se zambulle uno de nuevo en la deliciosa narración, hasta que en una de las cartas pornográficas el protagonista termina acostándose tanto con su madre como su padre. Tal vez, pensé en ese momento, le regale mejor a papá un libro de Pérez-Reverte.

No hay duda, la novela es valiente, en varios sentidos. Orejudo no tiene problema en desmitificar e incluso vilipendiar a todos los grandes intelectuales de España. Para que un escritor haga eso en España, siendo español, hay que ser temerario, ya está visto que lo que a uno lo hace reír al siguiente lo hace rabiar. Pero además de correrse el riesgo de indignar a los espíritus almidonados que no se saben reír, Orejudo decide meterse de vez en cuando con el resto de los mortales. Se siente en ese momento una temeridad casi suicida donde pareciéramos ver al autor acercarse al borde del precipicio y quedarse ahí meditando si sería capaz de saltar. A un loco que llega periódicamente a decir sandeces a un café donde se celebran dos de muchas célebres tertulias se le oye decir: “ -Atención, por favor, estamos intentando organizar una guerra civil entre españoles, pero nos falta gente. Por favor, todos los interesados en participar en esta conflagración fratricida, que le den su nombre a un guardia. Puede ser una cosa divertida si la organizamos bien. Por favor, un poco de colaboración. Adiós” (p. 144).

Esta invitación, que parece un pequeño pero arriesgado divertimento sin sentido, dejado al azar en media novela para sobresaltar, en realidad le habla a una de las dos portentosas ideas centrales del texto, a saber: Que a la Historia la mueve siempre motivos personales. La otra idea, que es corolario de ésta, es que no existe una verdad histórica sino tantas como testigos o participes y que todas las perspectivas son verdaderas o ninguna lo es. Eso nos quiere decir Orejudo cuando pone en boca de un loco una invitación a una guerra fratricida que en realidad sí ocurrió. ¿Quién en su sano juicio aceptaría una invitación así? Esa guerra, como todas las guerras, es la suma infame de incontables rencores, envidias, perfidias, ambiciones y obtusos móviles personales. De esto habla también el titulo. Fabulosas Narraciones por Historias arranca con un sólo epígrafe, que da origen al título de la novela: “Hubo también otro género de escritores que aunque publicaron sus obras con título de Historias, pero puédense llamar Fabulosas narraciones más que Historias; y ellos, fabuladores o poetas, no historiadores, porque entienden en complacer a los oídos con graciosas maneras de decir y con nuevos o inopinados casos más que con verdaderos hechos.    Tercera carta de Pedro de Rúa (p.12).

Y ya aquí en el epígrafe vemos como la queja de Rúa, desconectada del contexto de donde nace, suena totalmente hueca. ¿Cuáles son los verdaderos hechos? ¿Cuales las narraciones fabulosas? Esa disyuntiva es la que articula la novela de Orejudo que es en realidad la narración de una teoría del complot en la que una mafia literaria y comercial ejecuta un plan secreto para cambiar los gustos literarios del público español y engendrar una generación, todo para beneficio propio. ¿Tiene piernas esta fabulosa teoría? En la novela sí las tiene, de sobra. Y aun así, los personajes pendularmente o creen o descreen de ella según se ajuste a sus intereses personales. Tanto la teoría, como la postura de los personajes hacia ella confirman los postulados de Orejudo: A la Historia la mueven los motivos personales: “ (…) porque lo pequeño – los pisotones, los gestos, las manías- siempre mueve lo grande, las grandes ideas, las grandes revoluciones, los grandes hombres (…) (p.289).

La novela no pierde tiempo en estas ideas, sin embargo. Su constatación nace naturalmente de la trama y las acciones y pensamientos de los personajes y no de ningún tipo de exposición directa. En este sentido, Orejudo ha logrado conjugar esos epítetos aparentemente contradictorios que le imputa la crítica, una novela inteligente pero también divertida. Ha escrito una novela que satisfacerá igualmente al que busque reírse con una narración divertida y fabulosa y al que busque el trasfondo filosófico de esta.

No puede dejar de señalarse la riqueza de ironías de una novela que para demostrar postulados posmodernos como la muerte de la historia y la pérdida de vigencia de los metarrelatos urde una trama donde las vanguardias modernistas resultan poco más que un efecto secundario de un plan para matar al realismo decimonónico, todo por motivos personales.

Entre otras joyas que habitan la novela encontramos una argentina que intenta infructuosamente que un personaje que al final de la novela termina siendo un asesino caníbal la llame ‘Mágica’ y que hable con ella en un lenguaje inventado (por Cortázar) y bailen juntos bajo la lluvia. Ese mismo canibalismo, en la ficción racionalizado a posteriori por el discurso religioso, resulta ser además una metáfora acertada que de pronto alegoriza a los dos bandos de la guerra civil española y que de nuevo nos dice que todo sucede por razones personales.

Orejudo es un narrador hábil, divertido, inteligente y valiente y Fabulosas narraciones por historias es una de las mejores novelas de fin de siglo XX. Su lectura es requerida por que es una delicia y porque esta excelente novela, con su sabor, fuerte como el cocido, a veces demasiado fuerte, bien podría no haber visto la luz nunca. Ahora reeditada por Tusquets nos sorprende la audacia de Orejudo para incluir en la novela una carta que debe haber sorprendido a los editores cuando la encontraron cerrando el manuscrito y donde dice, entre otras terribles amenazas: “Le dejo, don Escritor Frustrado; no sabe usted dónde se está metiendo. Siga, si quiere, haciendo pasar malas ficciones propias por narraciones ajenas y alegando autores que no dicen lo que dicen o lo dicen de otra manera; continúe jugando al escéptico, al revelador de realidades o al filósofo aporético; adelante, no pare de ofender a su alrededor; pero, cuidado, no me lo publique, porque como publique esta mierda, esta gran mierda, entonces sí que va a saber usted quiénes somos” (p.379).

A papá le regalé finalmente una novela más tranquilizadora, El club Dumas. Fabulosas narraciones por historias me la quede yo y la coloqué junto a los Detectives salvajes para que ambas, como los gemelos faros de un coche que avanza a gran velocidad iluminen la neblina que nos rodea, y no la carretera.

Juan Murillo
100 palabras por minuto
http://depeupleur.blogspot.com

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