Donald Barthelme, aunque inconsciente e injustamente olvidado por el mundo editorial español (apenas unos tÃtulos vigentes, pero inencontrables sus dos grandes recopilaciones de relatos, 60 relatos (Sixty Stories, 1981) y 40 relatos (Forty Stories, 1987), se ha convertido, con la perspectiva del tiempo transcurrido y a la vista de la narrativa posterior, en un clásico del relato corto norteamericano. Ya en sus primeras recopilaciones su estilo fragmentario y difuso significó un rompimiento de la tradición vigente, aunque sin olvidar que la obra del norteamericano tiene furiosos detractores, y sus innovaciones en el plano formal han marcado tendencia en multitud de autores posteriores.
Otro de los efectos del relato incidental, sin trama como la entendemos usualmente, es que los diversos narradores, al menos en los casos en que estos no son directamente los protagonistas y siempre hablando generalmente, evitan la implicación en la acción; el uso del tiempo verbal de presente continuo les confiere el estatus de mero espectador, y su relación con el incidente aislado objeto del relato es de mero espectador; su aparente y bien calculada asepsia, su falta de empatÃa, le obliga a no tomar partido ni a dar razones y, cuando lo hace, siempre es por motivos personales.
«Algunos llevábamos mucho tiempo amenazando a nuestro amigo Colby por el modo en que se estaba comportando. Terminó por pasarse de la raya, asà que decidimos ahorcarlo.»
Barthelme se mueve con soltura en los territorios fronterizos, lo mismo de la realidad, de los estados alterados de conciencia e incluso de la sanidad mental. Los ecos de Beckett o de Bernhard resuenan con sus fórmulas repetitivas y constantes, sus prolongadas y estereotipadas expresiones que recuerdan el territorio común de las neurosis:
«De forma similar, Shotwell pretende mirar mirar mi calibre .45, aunque en realidad está controlando mi mano, que descansa distraÃdamente sobre mi maletÃn, mi mano que descansa distraÃdamente sobre mi maletÃn, mi mano. Mi mano que descansa distraÃdamente sobre mi maletÃn.»
Aparte de los relatos provenientes de sus colecciones, completan el volumen algunos textos que fueron recogidos póstumamente por sus editores en el volumen citado al principio, que incluyen, entre otros, una hilarante desmitificación del DÃa de Acción de Gracias, una parodia del padre de la patria George Washington en el momento de librar la batalla decisiva en la Guerra de Independencia, una entrevista con el Emperador Ming, el malvado de la serie Flash Gordon, y unas peculiares y vomitivas recetas de cocina. Mención especial merece el relato La niña, una espeluznante vuelta de tuerca al amor paternal y uno de los relatos más bestias que este lector ha sufrido.
Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia ClÃnica, FilosofÃa y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, crÃticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.
1 Comentario
[…] No hay ahora mismo el equivalente de un Chejov, un Borges, un Onetti, un Quiroga, un Carver, un Berthelme. […]
[…] No hay ahora mismo el equivalente de un Chejov, un Borges, un Onetti, un Quiroga, un Carver, un Berthelme. […]