El agitador discreto

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Fernando Pessoa | Circulo de Leitores РDominio p̼blico | WikiMedia Commons

A principios del siglo XX, las gentes se agitan y forman rectos frentes, unos europeos contra otros. En Portugal también, sobre todo durante aquel 1915. En gran parte, los lusitanos favorecen al bando aliado. No obstante, en él no se encuentra un tal Pessôa, el cual, sin seguir una opinión que parece mayoritaria, se pone al final de la fila alemana. Este discreto escribiente se oculta como traductor de misivas comerciales. A pesar de su gran talento para las letras y el pensamiento, sigue el dictado de la secta de los Rosacruces, según el cual el supremo destino del hombre consiste en alcanzar el máximo de poder con la mínima exhibición. En su despacho, se ocupa de labores ingratas como redactar una carta en la que anuncia la disolución de la firma Lavado, Pinto & Cª. Como consecuencia, sus declaraciones suelen ser tan misteriosas como su proceder. ¿De verdad se siente cercano al bando alemán?

Los que lo conocen no pueden asegurarlo. Y es que Pessôa lucha por borrar toda la sinceridad y la coherencia en su existencia, como paso necesario antes de abandonarse por completo a las sensaciones, a los sentimientos. ¿Por qué no defender las botas alemanas un día, y al otro las barricadas francesas? ¿Por qué no sentirse un Baudelaire perdido en una visión de símbolos por la mañana, para por la tarde naufragar en la sequedad poética de los mares de Homero? Nada de convicciones profundas si quieres vivir en un mundo que cambia cada día, dentro de un cuerpo que crece y envejece. Hay que perturbar las almas de los jóvenes. Si se tiene éxito en el empeño, quizás se evite más matanzas en años venideros.

En su otra misión, la de la renovación literaria, encuentra a compañeros como Luiz de Montalvor, Mario de Sá-Carneiro, Ronald de Carvalho o José de Almada-Negreiros. No están solos, pues un buen número de lectores necesitan estas nuevas formas de escribir, por lo que se agota un primer número de una nueva revista en tres semanas. Y es que el 24 de Marzo de 1915 sale a la calle el primer número de Orpheu, una invención de esos poetas amigos, entre los que se encuentran el nombre falso de Álvaro de Campos, un apoteósico autor que se inicia en la manía de emborronar páginas con una Oda Triunfal y un ensimismado Opiário.

Animado por este éxito, Pessôa se confiesa como un “indisciplinador de almas” a su amigo Armando Cortés-Rodríguez, pues quiere que sus semejantes dejen de ser obedientes, de creer ciegamente en un ideal, en una revolución o en un caudillo. El país y el siglo necesitan paradojas para salvarse, y él se dispone a propagarlas por todos los medios posibles. Aunque tenga para ello que escribir en un periódico.

Mas el país no está para ambigüedades. A principios de 1915 es elegido para hacer de primer ministro el general Joaquim Pimenta de Castro, pero la oposición a su nombramiento crece a medida de avanza su mandato. Las creencias de ambos bandos son firmes, ambos se cargan de razones. En una de las trincheras se colocan los nostálgicos, románticos que añoran un pasado en el que el rey gobernaba sin tener que rendir cuentas al parlamento, una edad en la que las letras nada tenían de modernas, sino que fundaban mitos y leyendas.

Hermida Editores

Pessôa se atreve a dar el paso y se lanza al periodismo casi al mismo tiempo que Bovida Portugal lanza su O jornal a la calle. El ocultista planea sembrar el desconcierto y atacar a los pensamientos hechos, siempre de modo abstracto, a través de una columna titulada Crónicas de la vida que pasa. En ella, no seguirá la regla de dar nombres de los enemigos a batir, ni la de burlarse de comportamientos ajenos, tan habituales en los comentarios de la competencia, sino que confiará en la ironía para invertir la lógica. Todo ello para mostrar lo indemostrable, sin atender a “la preocupación demagógica de irritar a los demás”.

Así, el 5 de abril de 1915 aparece la primera entrega. En sus líneas deja clara su intención inicial de no seguir la “grosera costumbre de polemista” que se le supone al que ejerce este género periodístico. No, no se va a dedicar a convencer al lector de que cambie de partido o de opinión, sino que intentará algo más profundo, que se plantee votar a cualquier partido, y suscribir cualquier opinión. En la segunda, del 8 de abril, el nuevo analista traza un paralelismo entre el pueblo alemán y el portugués, ambos supuestos amantes del orden y la disciplina. La única diferencia se encuentra en que los portugueses no trasladan su amor por la norma al ámbito del gobierno. Entonces, Pessôa aprovecha para postularse como el “indisciplinador” que desorientará los espíritus y construirá una anarquía para el país. Todo parece seguir el plan acordado.

A las redacciones llegan noticias del frente. Los rusos han sentenciado a muerte al coronel Sergei Miasoyedoff, militar encargado de realizar varias misiones secretas de contraespionaje por orden del general Souhomlinoff. Se le acusa de haber revelado secretos militares a los alemanes. Cuando las autoridades cumplen su amenaza y lo ahorcan, Pessôa emplea todas sus armas para defender al espía en su cuarto artículo. Para él, el coronel sólo había sido culpable de individualismo por irse al otro bando. Es decir, al cambiar de opinión, ejerció su libertad de pensamiento. No se le podía condenar. Además, si había que matarle porque la información que reveló había puesto en peligro muchas vidas, ¿qué habría que hacerles a los estadistas que habían llevado a la guerra a un país sabiendo que eso traería la muerte a millones de sus compatriotas?

Por otro lado, la reacción a la nueva revista modernista va aumentando. Pessôa advierte al cercano Armando Cortés-Rodríguez que, cuando reúna los artículos que la reseñan y se los envíe, va “usted a reírse a carcajadas con ellos”. Entre los mismos, hay algunos que no tienen gracia. El 15 y el 16 de abril, el integrista monárquico A Nação imprime en su primera página un ataque a los poetas de Orpheu, firmado por un Eugénio Severim de Azecevedo escondido tras el seudónimo de Crispim. El comediante aficionado señala con su dedo algunos versos de Mário de Sá-Carneiro y de Álvaro de Campos, el poeta que publica gracias a Pessôa, para reírse no sólo de ellos, sino de toda la poesía moderna, con más o menos ironía. Tampoco le hace gracia Almada Negreiros, escogiendo con gran tino la literatura más preñada de futuro de todo el ejemplar. La diatriba acaba en un desangelado llamamiento al psiquiatra y autor Júlio de Matos, para “que se los lleven” a todos al manicomio. El tal Matos cojeaba del mismo pie que Crispim, ya que en una encuesta literaria ideada por Boavida y publicada en República años antes, contrariaba que no existía un renacimiento de las letras portuguesas, debido a que los nuevos poetas eran demasiado “personales” e “individualistas”.

Este ataque provoca que Pessôa cambie sus fines. A partir de ahora, luchará contra el grupo Integrismo Lusitano, y su ciega creencia en la lógica y el orden para alcanzar una monarquía sin parlamento, que les hace caer siempre en el sofisma y el disturbio. Precisamente, uno de sus cabecillas, José de Arruela, director del Diário da Manhã, funda el Centro Monárquico de Lisboa, el 18 de abril, para la consecución de esos fines. El objetivo ahora parece más claro. Para atacarlo, ha llegado el momento de alterar su estrategia: caerá en la fea costumbre gacetillera de llamar a las cosas por sus nombres y apellidos. Se acabaron las abstracciones, las generalidades y las vaguedades. En definitiva, se convertirá en otro Crispim. Los nuevos artículos vendrán firmados por Pessoa, no por Pessôa, es decir, no usará el acento circunflejo debido. Por tanto, otra persona escribe los siguientes textos. Esta conclusión no supone una exageración. Al año siguiente, anunciará a su compañero órfico Côrtes-Rodrigues que va a «imponer un gran cambio a mi vida: suprimiré el acento circunflejo de mi apellido». Estas cuestiones tienen mucha importancia para él.

Ahora, como un Pessoa más internacional, en su columna del 18 de abril se ocupa de la manifestación en apoyo de un Pimenta de Castro que pasa por malos momentos. Aunque parece dar importancia a este movimiento popular, al argumentar que en una algarada conservadora siempre están menos de los que son, porque estos señores no acostumbran a salir a la calle a formar jaleo, la manera de hacerlo tiene forma de irónica burla. Días más tarde llega el último artículo, en el cual se ataca a las claras a la “Asociación de clase de los monárquicos”, o sea, al Centro Monárquico recién constituido. En ella, trata con condescendencia a sus miembros, comparando su peligrosa bisoñez con las de los chóferes, una nueva profesión por entonces, antes de conseguir la pericia necesaria que da el camino recorrido. Luego, empieza a citar víctimas de su pluma. Primero el “señor Crispim”, del que excusa su mal ángel: “que nunca tenga gracia no se lo debe tomar a mal. Él por naturaleza no la tiene”. También nombra, cómo no, a José de Arruela, a José Soares da Cunha e Costa, periodista y abogado que no le hace ascos al parlamento, ya que participará en el gobierno de la República, y al “amigo” João Mendes da Costa Amaral, fundador de la revista Aquí d’El-Rei!, del que dice que “no está a gusto con la tecnología de clase” y el tiempo le dará la razón, pues João colaborará con grupos republicanos y será diputado de la Asamblea Nacional durante el Estado Novo.

Tras el ataque llega la controversia. La dirección de O Jornal despide al cronista, que pasa a mejor vida, la literaria. Además, imprime una “explicación necesaria”, por las “groserías” publicadas “por error”. Ahí se aclara la causa del cese: no entender lo que es “una gaceta independiente”. A ellos se les une los chóferes heridos en su honor por las alusiones a su impericia al volante, con una nota en la que se muestran satisfechos con la decisión de borrar la columna, tras el atropello cometido. La situación empeora. Ahora que se puede dedicar a la literatura por completo, Orpheu desaparece tras publicar un segundo número. Pessôa, de vuelta a la cueva de su quehacer diario, mecanografía un texto que ya no podrá ser crónica, pues ese tren ya ha pasado. En tinta azul verdosa puede leerse una renuncia a la tristeza de la fama, un alegato contra los que “arman escándalo”, y contra los que, como él en su último texto publicado en O Jornal, se permiten una “concesión al bajo instinto, femenino o salvaje, de querer llamar la atención”. Pessôa se ha dado cuenta de que, en un breve arrebato, no cumplió con su discreto destino, y su biografía posterior será una enmienda a esta aventura de juventud. Al final de la columna, firma como Pessôa. Ha vuelto a ser el mismo genio discreto oculto entre correspondencia comercial.

Además, Pessôa, como penitencia, se ofrece a los jóvenes monárquicos para inventar argumentos a favor de un rey absoluto, incluyendo algunos aceptables, que se les habían escapado a todos ellos. Como ejemplo, propone algunos de los versos que fueron objeto de mofa en A Nação, porque la Oda Triunfal llamará más la atención que las proclamas integristas. El poema de Álvaro de Campos parece un provocador canto futurista a las máquinas, pero asimismo desvela que el presente es todo el pasado y todo el futuro, que dentro de la maquinaria y las luces eléctricas están Platón y Virgilio, y que pedazos de Alejandro Magno y el cerebro de Esquilo andan por las correas y volantes de transmisión, por los émbolos. O sea, que dentro del artefacto se encuentran la tradición y el orden tan queridos por los hombres del rey, incapaces de ver que la existencia continúa y que no se ha detenido en un pasado a preservar. La única crónica que sí publicará tras la aventura en O Jornal, aparecerá el 13 de mayo de 1915, en el panfleto único Eh Real!, lleno de invectivas contra Pimenta. Aunque, con su “El Preconcepto de Orden”, Pessoa refuta el resto de las páginas, como si fuera un monárquico que se hubiera introducido en el vientre del enemigo para defender una cierta disciplina necesaria en cualquier régimen. Con ello, parece ponerse en paz con los afrentados como había prometido.

Al día siguiente, una improvisada revolución termina con la breve presidencia de Pimenta. Pessoa defenderá al caído jefe de estado definiendo la revuelta como “estomacal”. Con el tiempo, el breve polemista reunirá todos los artículos publicados hasta la fecha, incluidos los de O Jornal, bajo el título de Hackwork, una alusión a su carácter de encargo, aunque también puede tener la desganada acepción de “despachos”. Siguiendo los deseos de Pessoa, deberíamos aceptar sendos significados y defenderlos por igual. El siglo continuará por el camino de la sangre y el fanatismo. Puede que si Pessoa hubiera tenido éxito en su misión secreta, se hubieran evitado tantas masacres.

Antonio Palacios

Escritor español (Sevilla, 1971). Textos suyos han sido publicados en Estación Poesía (revista literaria de la Universidad de Sevilla), Bad Idea Magazine, Letralia, El Coloquio de los Perros, La Antigua Biblos y El Catoblepas. Distribuyó mediante bookcrossing, en ediciones no venales y limitadas, sus obras El libro diario, El primer libro o El libro de las carcomas. Su primer libro publicado ha sido Yo sombra (Editorial Círculo Rojo), en 2018, una obra que se comprende de una novela, un libro de entrevistas, una guía de viajes, una sátira y un ensayo poético sobre la verdadera naturaleza de los sevillanos, todo en un mismo volumen.

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