¿Qué es este libro? Todo en La Imatge, de Josep Palà cios, desde la calidad del papel hasta el doble colofón, respira una extraña insolencia. Empezar a leerlo es como volver a un sitio que habÃamos olvidado, y sin embargo no reconocerlo. La elegancia, el cuidado de los detalles, los juegos tipográficos (que empiezan en las cubiertas caligramáticas), la elegancia del diseño nos devuelven a una certeza que a según quién puede resultarle antipática (o, aún peor, inconveniente): un libro es un objeto significativo, no un conjunto de letras trasladables de formato en formato, una mera imagen transmisible neutramente y por igual en papel, en pantalla o en pantallita. Siendo su autor un buen conocedor de los entresijos de la fabricación de libros (lean atentamente el pie editorial), su primera insolencia es presentarnos un doble volumen que, con su apariencia de biblia (de doble testamento) nos recuerda que el formato es el mensaje, que el papel no se lee igual que la pantalla.
Segunda insolencia: el libro es y no es una novedad. Una coletilla persigue a Josep Palà cios: “el autor más secreto de la literatura catalanaâ€. Que, dicho sea de paso, es mucho decir. En el caso de Palà cios, ese secreto no depende tanto un ocultamiento personal, un coqueteo à la Pynchon (o, tal vez más adecuadamente, à la Blanchot; muy lejos, en cualquier caso, de Salinger) como del escamoteo de la obra misma: durante años, sus textos circularon lejos de los cauces convencionales. Cuidadosamente editados, primorosamente diseñados (frecuentemente en compañÃa del artista Manuel Boix), eran una especie de tesoro no venal que el autor hacÃa llegar a sus amigos. Tan sólo alfaBet, publicado por Empúries en 1989, y Un nu, aparecido en 2009, constituÃan una excepción. Por eso ahora, al editar en La imatge su obra reunida, que no completa, textos como Devastació de Tricomart o El laberint i les nostres ombres en el mur llegan por primera vez a las librerÃas, aunque cierta gente ya tenÃa versiones anteriores de ellos en casa. Son novedades que no son novedad, tal vez para poder serlo perpetuamente.
Tercera insolencia: La imatge no conoce de géneros. Hay relatos cortos, poemas, aforismos. O más bien fragmentos: piezas de texto aisladas que a veces se enlazan, a veces se solidifican en su separación. Devastació de Tricomart, aparentemente, es un poema, pero se presenta en prosa. Los aforismos más de una vez dialogan entre sÃ, resultan incomprensibles si no se tiene en cuenta la serie a la que pertenecen. Se aproximan al ensayo, que en Palà cios adquiere un devenir laberÃntico, juguetón, lleno de meandros, semejante al de un Sánchez Ferlosio que hubiera descubierto el punk. O incluso se asemejan a un monólogo interior. En las Dues mitges notes preliminars, assajant que precedÃan el primer volumen de la obra completa de Joan Fuster (y que no aparecen aquÃ), se nos proponÃa que, si los versos podÃan ser una desacralizadora no prosa, de acuerdo con una propuesta del mismo Fuster, tal vez el ensayo sea no verso, y el aforismo un paso intermedio entre ambos, cortando de un plumazo, lleno de sensatez tipográfica, las interminables discusiones bizantinas sobre la distinción entre géneros. Aún asÃ, ¿cómo debemos leer Devastació de Tricomart? ¿Qué hacer ante las largas digresiones, casi macedonianas, en que el escritor parece perderse? El pensamiento parece girar alrededor de unas pocas obsesiones: la originalidad y el plagio, la muerte y el suicidio, la revolución, el lenguaje y la literatura, la identidad personal, el mal o la crueldad. Es un fluir magmático, inacabable, casi musical, de motivos que surgen, se hunden, reaparecen, se contradicen y desintegran, como si su lenguaje se destruyera a la vez que se construye (propósitos de destrucción llamó Palà cios una vez a los comentarios que acompañaban uno de sus textos).
«Ho he imaginat tot», nos dice Palà cios que escribió una vez, al inicio de su carrera literaria, y que esa es una de las dos frases que él considera realmente dignas dentro de su obra. Tal vez ahà se encuentre la raÃz: en la imaginación, en la totalidad. “No puc posseir tot el món i tota la història. Ni tan sols puc posseir tot l’art, tota la música, tota la literatura. Ni destruir-los. Ni substituir-los. O sÃ.†La imagen serÃa esta sustitución de lo real por su reflejo, la flor que al ser dicha desaparece (“¿La Imatge, per tant? En un cert sentit, aquest objectiu coincideix precisament amb el que jo he posat damunt la meva literatura: crear la imatge mà xima capaç de destruir-ho totâ€); una destrucción, sin embargo, siempre fragmentaria, siempre aplazada. O bien la creación de una realidad alternativa, donde ejercer de demiurgo; tal como afirma un dÃstico:
ELS QUI ESCRIUEN
Faran igual que els déus: crearan mons
per a poder matar-hi impunement.
Uno de los tÃtulos posibles de este libro fue Assaigs: porque Josep Palà cios es la materia de su escritura. Un sà mismo que, casi simultáneamente, se desdobla en otro a la vez que se constituye. Que no existe si no es contra un tú. En los textos recogidos en La imatge no solo hay una sombra ausente (la de Manuel Boix), sino una alteridad más fantasmal, más inquietante: un doble como el de William Wilson, de Poe, o incluso dos edades distintas de un mismo personaje, como en Molà de Matada, el extraordinario relato que casi cierra el segundo volumen. O tal vez el lector, directamente interpelado al inicio de Devastació…, en unos términos que recuerdan al lector de Lautréamont, obligado a girar la vista atrás. Pero sobre todo un Dios que aparece y desaparece, increpado una y otra vez en la medida que solo él, aún sin existir, parece haberlo imaginado todo, incluida la muerte del autor. Son unas presencias que llenan una ausencia, la de una escena vacÃa, donde el escritor se mueve a solas: varias de las ficciones reconocibles como tales en el libro (Ocells, miralls o El pou i el pèndol) tratan de eso, de un individuo solo en una habitación, aparte de la sociedad.
Palà cios escribe desde el PaÃs Valencià , cosa que tal vez también es una insolencia (otro de los tÃtulos posibles del libro era Açò, y de hecho, según el propio autor, hubiera sido una insolencia en toda regla, gramatical en ese caso). Eso da a su obra un carácter especial: la conciencia de que su patria es el exilio, de que su idioma tal vez no tendrá posterioridad (ni tiene más lectores que los que él mismo sea capaz de crear), de que se trata de una «llengua que expira». La escritura se convierte entonces en una apuesta, un tiro de dados contra la desesperación. Pero en esa soledad halla una autonomÃa absoluta; sin público, puede hacer lo que le de la gana, sin fijarse en balances de ventas, sin intentar estar a la última, sin hacer la mona por los platós. Encerrado, de noche, en su despacho, con la única compañÃa de Schubert, Purcell o Gerard David. Lejos de esa apariencia de lectura a que se reduce tantas veces el confortable sostén social de las palmaditas en el hombro y de los “Me gustaâ€. Desde esa ausencia de interlocutor, como un gesto contra el vacÃo, puede surgir esta literatura sin excusas costumbristas, sin justificaciones moralistas. Sin etiquetas.