Richard Jackson | Foto: Aníbal Cristobo

Resonancia

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Richard Jackson | Foto: Aníbal Cristobo
Richard Jackson | Foto: Aníbal Cristobo

Como los modelos de espacio (esférico, plano e hiperbólico), existen básicamente tres tipos de poetas. Están los poetas planos, apegados a la experiencia (meritorios, es cierto, cuando hacen luz sobre el detalle y la infinita complejidad de la existencia); están los esféricos, aquellos cuya poética está ligada a la analogía (no hay líneas paralelas, todo par de seres pueden emparentarse a través del ardid de una semejanza); y, por último, están los hiperbólicos, aquellos que engarzan imágenes como cuentas en un collar, fieles (conscientemente o no) de la tesis demaniana de la supremacía de lo alegórico, exploradores a ultranza no de la semejanza, sino de la infinita diferencia de los seres. Resulta relativamente sencillo proponer ejemplos para cada uno de estos modelos teóricos. Planos son (tómese el término en su acepción teórica, no peyorativa) García Montero y Auden; hiperbólicos son Ashbery y T.S Eliot; y esféricos son Juan Ramón Jiménez y Rilke. Richard Jackson, el poeta norteamericano que aquí nos ocupa, formaría parte de este último grupo, no tan nutrido como podríamos esperar. El propio título Resonancias resulta un indicio suficiente del sustrato analógico que subyace a todos y cada uno de los poemas de este libro. Como añadido a lo ya mencionado, a la categorización de los poetas según el esquema propuesto, bastaría con analizar el Autorretrato en espejo convexo de John Ashbery y el Autorretrato como ventana de Richard Jackson. Quede, de momento, la comparativa para otro momento y otro espacio.

Kriller 71
Kriller 71

La estética india posee desde muy antiguo un término para acuñar la resonancia dentro de la obra de arte. Se trata del dhvani, la virtud ínsita a las palabras y las cosas a través de la cual se revelan y manifiestan significados ocultos. Tiene que ver sin duda esta noción con filosofías como la de Nagarjuna. Una de las claves del pensamiento del filósofo indio es su teoría acerca de la inconsistencia de todos los seres, básicamente porque ninguno de ellos debe su existencia enteramente a sí mismo. Hay algo dentro de las cosas que pide descontextualizarlas, sacarlas de sí para entrar en relación con otras cosas, y esto vale tanto para el urinario de Duchamp como para la signatura de Paracelso. Pues bien, si hay algo que caracteriza a Richard Jackson (profesor de escritura creativa y poesía en la Universidad de Chattanooga) es su capacidad casi inagotable de encontrar relaciones entre los acontecimientos de la vida, las noticias internacionales, los fenómenos de la naturaleza y un largo etcétera. El sujeto poético no está en modo alguno deslindado de todo aquello que le rodea sino que es el infinito contexto, sabiamente seleccionado a través de la analogía, lo que lo configura. Veamos un ejemplo extraído de uno de sus poemas (Esperando a que llegue el autobús):

Ciertamente los océanos se estaban volviendo más ácidos. Ciertamente las primeras polillas tenían algo que decirnos. Hay siempre un guijarro que es

el enclave de todo el dique. Una investigación formal es la clave

para recuperar las pistas. En el Orlando Furioso de Ariosto,

Rodolfo encontró su ingenio en un montículo en la luna y dejó allí

el del resto. Mi llave era tan terca como su cerradura. Los mensajes

de mi contestador no dicen nada. Todos mis sellos están caducados.

Debería haber comprado los de la clase Para Siempre. Es difícil estar

siempre al tanto de lo nuevo: cientos de nuevas especies

descubiertas la semana pasada, nuevos planetas, sabores, nuevas políticas.

Todo tiene algo que decir. Todo está vivo: los árboles usan un lenguaje

de clics en el viento, como el del pueblo San cerca de la frontera entre Namibia

y Angola. Los especialistas en genética creen que son el origen de nuestra especie.

Por eso tenemos que alzar la copa por ellos. La mía contiene

Ser Lapo Chianti 2005, embotellada en honor de un antepasado de la

familia Mazzei, la primera en escribir sobre el Chianti en 1398.

Una estructura compositiva, la del anterior poema, que se repite a lo largo y ancho de este libro cuyo hilván temático (más o menos evidente) es el amor, el amor personal pero también una noción en cierto modo abstracta del mismo basada en la simpatía de los seres y los acontecimientos (el tiempo deja de ser la secuencia lineal a la que nos tienen acostumbrados las biografías al uso y las cronologías historicistas para constituir una simultaneidad donde se entremezclan el presente el pasado y el futuro). Aúna Jackson la visión optimista del poeta esférico con la elegíaca de quien sabe que en el fondo la verdad del mundo, si es que puede hablarse de algo así, siempre resultará impronunciable (Quizás el mundo sea todo aquello que no vemos- un insecto palo/disfrazado de ramita de roble o de tallo de hoja, esperando sacudirle/a su presa, o la rana verde camuflada en una roca /musgosa. Si simplemente supiéramos dónde buscar y el qué.), una elegía en cierto modo impostada, estetizante, pues dicha indecibilidad es al fin y al cabo la que da vida y materia al poema; sin ella la analogía se convertiría en una mera ecuación donde cada cosa sería intercambiable por otra a través de un álgebra lingüística.

La calidad de un poema solo puede medirse a través de criterios estéticos. Un poema plano, esférico o hiperbólico puede ser excelente. Sin embargo sabemos que no siempre resulta fácil deslindar la estética de la ética, ni falta que hace. Reconozco mi preferencia por los poetas que yo mismo he calificado de esféricos, aquellos capaces de crear cierta (una entre otras tantas) unidad del mundo en el interior de su poesía y, por tanto, la ilusión de sentido y la experiencia de un tipo particular de belleza radicada en la semejanza de lo aparentemente disímil, no por mera acumulación sino a través del trabajo que exige el hallazgo de la analogía. Siempre es motivo de celebración encontrar un poeta que no solo se proponga este objetivo sino que lo logre con éxito sobresaliente. Jackson lo consigue. Lean a este poeta.

Javier Moreno

Javier Moreno (Murcia, 1972) es autor de las novelas 'Buscando Batería' (Bartleby, 1999), 'Click' (Candaya, 2008, Premio Nuevo Talento FNAC), 'Alma' (Lengua de Trapo, 2011), 2020 (Lengua de Trapo, 2013), y de los libros de poesía 'Cortes publicitarios' (Devenir, 2006, Premio Nacional Miguel Hernández), 'Acabado en diamante' (Premio internacional de poesía La Garúa, 2009), 'Renacimiento' (Icaria, 2009) y 'Cadenas de búsqueda' (El Desvelo, 2012). Es autor asimismo del libro de relatos 'Atractores extraños' (Inéditor, 2009). Ha ejercido y ejerce la crítica literaria en medios como 'Quimera' y 'Microrevista'.

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